Pregúntale a la Caro: Jugar con fuego

Este fin de semana, me junté con una amiga que no veía hace años. Con un dejo de nostalgia me contó que se había encontrado con un pololo que tuvo en la época del colegio.

Eran de esas parejas que dan envidia, siempre andaban juntos. Él era bastante machista, del tipo de preguntar con quién hablaba y de leerle el diario de vida -en esa época todas teníamos uno-, se preocupaba de la ropa, que no mostrara mucho y, sobre todo, las poleras debían taparle el trasero.

Para nosotras -en ese tiempo no era tema el machismo- era el mino ideal, siempre preocupado y atento. Hay que decirlo, estaban enamoradísimos. Se imaginaban casados con cuatro hijos: Gabriel, Alejandro, Ana y María. Él quería estudiar Ingeniería en Sonido y ella ser mamá y dueña de casa.

Cuando se acordó de los nombres de sus "futuros" niños se le llenaron los ojos de lágrimas. Siempre hay un paso que se da, uno que puede cambiar nuestra vida y que no sabemos si perderemos la apuesta.

Mi amiga era bien loca, le encantaba Luis Miguel, su pololo le tenía celos al cantante, como si éste fuese a fijarse en ella. Una vez, el mexicano se presentó en un programa de TV, al que ella pudo ir.

Estaba sentada en primera fila, gritando como una groupie más mientras su pololo estaba en la casa indignado y con la televisión apagada, pero todos la vimos. Un enojo más, pero de esos tontos que no duraban ni una semana.

Al finalizar III Medio fuimos por cinco días de viaje de curso a Mendoza. El dueño del hotel tenía tres hijos de nuestra edad. Eran minos, tenían onda (amén de que estaban acostumbrados a conquistar a las pasajeras del hotel).

Uno de los hijos se fijó en ella. Nadie la cuestionó, fue como si salir del país nos diera libertad para hacer lo que quisiésemos sin que a este lado de la cordillera se enterara alguien.

Todos los días anduvieron juntos, de la mano recorriendo la ciudad y sacándose fotos. Al regreso, aunque prometimos que todo lo que hicimos allá se quedaría ahí, entre 38 mujeres siempre hay alguna envidiosa.

Pasó lo obvio, el pololo se enteró y dio por finalizada la relación. No hubo forma de que la perdonara. Hoy, él está casado, trabaja para una minera y tiene dos hijos; ella se casó, pero a los dos años se separó, no tiene hijos.

No ha logrado tener una relación estable, siempre piensa que su vida habría sido diferente si no se hubiese deschavetado en Mendoza.

Mi consejo es que si te gusta jugar con fuego, preocúpate de que nadie lo sepa, ni siquiera tu mejor amiga. No hay que tentar a la suerte.

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