Galopando a toda velocidad llegó una mujer al borde de la Playa El Canelillo. Las blancas arenas se volvían cúmulo de viento ante la urgencia que la traía a este lugar. La razón: un hombre perdido en el mar. Su amado no aparecía por ningún sitio y ella, arriba de su caballo blanco, paseaba de costa a costa intentando buscar una señal que le devolviera el alma al cuerpo.
La dama de rubios cabellos, desesperada, comenzó a gritar en medio del fuerte oleaje que traía de vuelta sus palabras a la orilla. El hombre no respondía. Quizás, inerte aguardaba por ella en la eternidad.
En medio de las fuertes marejadas, la muchacha ve un espacio y se interna en la bahía. Esa agua fría, brava, impredecible, imposible de controlar, pero para su corazón eso era lo menos importante. El corcel, como fiel compañero, la acompañó en esta aventura suicida. Ella continuaba vociferando al viento con el agua hasta el pescuezo del animal, sin obtener respuesta. Su hombre había partido. El mar se lo arrebató y lo volvió uno más de su inmensidad, algo que ella no lograba entender.
Exasperada, sus sonidos se tornaron desgarradores, mientras el caballo se internaba cada vez más en el horizonte. El viento hacía estragos en la rubia melena de la mujer, quien no podía divisar la postal del atardecer y lentamente su silueta se fue fundiendo con las olas hasta desaparecer completamente junto con el sol de esa tarde.
Parecía marchar rumbo al encuentro con su amor perdido en medio del profundo mar pero, sin pensarlo, había dejado el mundo terrenal para convertirse en un alma en pena, buscando respuestas que hasta hoy no logra encontrar.
Con su muerte, su espíritu se quedó en El Canelillo. Fue así que su cuerpo transparente comenzó a pedir ayuda, Tenía la necesidad de saber qué fue de su gran amor.
Una tarde, un grupo que acampaba en el sector la divisó. Tal como ese día fatídico, la muchacha parecía con prisa. Preguntó a los jóvenes si habían visto a su pareja que se ahogaba en el mar. Sorprendidos por tan repentina visita, todos dijeron que no, mientras ella, raudamente tomaba su caballo hasta perderse en el mar frente a la incredulidad y los gritos de quienes veían la escena.
El hecho siguió repitiéndose y lentamente en el pueblo todos comenzaron hablar de la aparición de la princesa del caballo, que cada cierto tiempo emergía en el borde de la playa para preguntar lo mismo: ¿Alguien ha visto a mi novio en el mar? Ante la negativa de los consultados, ella enfilaba rumbo al océano o al bosque que rodea la playa. Su blanca silueta se desprendía de los ojos en un tris.
CANCIÓN
El cantautor local, Jorge Venegas, le dedicó un tema a su historia. "La mujer en un caballo blanco desafía al invencible oleaje al rescate de su amor rendido, que se pierde entre las olas del torrente. Los abismos no conceden el encuentro, con silencio de música y marea, desorientan tus sentidos y te conviertes en alma en pena, galopando eternamente", dice la armoniosa melodía.
Y su relato continúa con un sentido mensaje. "En la suave brisa con tu pelo al viento, trota el caballito por la mañana, quizás algún día, en loca carrera, florezca tu alma en primavera", cierra el tema.
En los días de espesa neblina en El Canelillo, hay lugareños que afirman sigue apareciendo por la playa. Con el potro angelical vigila lo que pasa en sus tierras. Ahí se quedará para esperar a su amado hasta la eternidad. La arena es suya. La playa también. Mientras la península de Pájaros Niños sirve como guarida para cuando quiere escapar del mar, aunque más temprano que tarde, siempre termina volviendo y preguntando por qué quedó sola. Todos en El Canelillo, esperan que ella encuentre la respuesta.