El primer día, cuando caminé por las calles de Londres rumbo a clases, pensé: ¡Qué lujo estoy viviendo! Me brillaban los ojitos. Miraba los edificios y el cielo siempre medio nublado. Iba embobada. Era temprano y todos salíamos del metro. Ahí -en el underground- me subí asustada. Me había comprado unas zapatillas lindas, blancas e impecables… Y nadie me dio un pisotón.
Mucho menos, un empujón. En días de lluvia, he tenido que esperar que pasen hasta 3 trenes, por la enorme cantidad de gente en los andenes tratando de subir, pero nadie empuja a nadie. Todos toman su lugar y esperan ordenadamente su turno. Es el metro más antiguo del mundo, la red es enorme y a prueba de "Carmelas" como yo, que -a estas alturas- ya tengo un doctorado en underground, recorriendo todo lo que puedo. En este tiempo, me sentido el ser humano más afortunado del mundo.
Y si estar aquí ya me parecía un lujo, lo mejor estaba por venir: El lunes entró a la sala un nuevo profesor. Tiene más de 70 años, pelo cano, delgado y está siempre sonriente. Su modulación es perfecta y ¡Vaya alguien a preguntarle algo saltándose alguna palabra o equivocando mínimamente la pronunciación del inglés británico! Ahí está él, para ofrecer una siempre oportuna y amable corrección. Es el mejor profesor que he conocido aquí y es -por lejos- lo que más agradezco. Este sí es un lujo. Y él no necesita trabajar, porque este país les garantiza a las personas una vejez digna. Una casa, una jubilación adecuada y salud gratuita.
Mi profesor trabaja porque quiere. ¡Y cómo ama lo que hace! Mientras lo escucho, me he preguntado mil veces por nuestros adultos mayores en Chile. Recuerdo la pena y vergüenza que sentí después de un día de elecciones en Chile. Salí del trabajo exhausta. Mi auto se quedaba sin bencina y me acerqué a una bomba. Ya eran casi las 11 de la noche y me recibió una sonrisa: un bombero de unos 68 años. Y mientras yo me caía del cansancio, él -a la misma hora- sonreía. Un lujo para los clientes, pero una vergüenza para Chile. Él trabaja porque lo necesita. Imperiosamente. Esa noche, me contó que su jubilación -miserable- se va en medicamentos. ¿Y cómo vive? Le pregunté… "Aquí estamos, pues. Se hace lo que se puede".
Recordé que cuando el Presidente Sebastián Piñera asumía su primer mandato anunciaba: Chile va a ser un país del primer mundo en el año 2018. Ya sabemos donde estamos. En éste -su segundo período- nuevamente se ha aventurado: Chile será un país desarrollado el 2025. ¿Cómo? No basta -por ejemplo- tener un Metro de alto standard, porque es sólo para los santiaguinos.
No basta con tener autopistas modernas, porque el 80% de los caminos en las regiones, son de tierra y no tienen pavimento. Y los ancianos de nuestro país siguen gastando entre 80 y 100 mil pesos al mes en medicamentos. Así que, en estas Fiestas Patrias, acuérdese de nuestros viejos. Para muchos de ellos, tener cariño y compañía es un lujo.
Y a nuestras autoridades políticas les pido menos mezquindad y más humanidad. Mientras se dedican a tomar decisiones con la calculadora en la mano y pensando cómo van en las próximas elecciones, nosotros seguimos mirando con "ojos largos", cómo otro mundo es posible. He tenido la suerte de conocer los "lujos" del primer mundo en este viaje de estudios. Pero a nuestros adultos mayores se les acaba el tiempo y con sus eternas promesas no pagan las cuentas de la farmacia ni el supermercado.