¡Horrible! Pueblo Santa Olga de Constitución desapareció del mapa

"Sentí un zumbido parecido a un tsunami y en un par de minutos mi casa estaba totalmente destruida. Fue como si cayera una bomba atómica", cuenta Juan Hormazábal (40) mientras busca en vano entre los escombros algún recuerdo o pertenencia que rescatar.

El obrero forestal, casado y padre de tres hijos, es uno de los 5 mil vecinos de la villa Santa Olga, ubicada a 15 kilómetros de Constitución, que quedó con lo puesto en el devastador incendio forestal que en la noche de ayer convirtió en cenizas las mil casas del sector. "Es una pesadilla. Vivo acá hace 10 años y ahora no tengo nada. Quedamos en la calle", dijo.

El voraz siniestro terminó con décadas de esfuerzo de los habitantes de Santa Olga, un pequeño villorrio que surgió en la década de los 60, cuando cerca de 100 familias se trasladaron a ese sector de la Región del Maule para trabajar en la Celulosa Arauco, que se había asentado en la zona para comenzar sus operaciones.

TÍTULOS DE DOMINIO

Recién en abril pasado, unas 60 familias de Santa Olga recibieron, tras años de vivir en condiciones precarias e irregulares, títulos de dominio de sus terrenos, en los que levantaron sus hogares. Muchas eran de material ligero

"Trabajamos mucho para tener nuestras casitas. Ahora tenemos miedo de irnos, porque no faltan los oportunistas que se los toman. Me tendrán que sacar a la fuerza, pero no me iré", dice Juan, quien tiene su familia en el albergue de Constitución. "Nos vamos a levantar y volveremos acá", promete.

La tragedia no sólo redujo a cenizas los hogares; La localidad contaba con una posta de primeros auxilios, un retén de Carabineros, una escuela y el Liceo Rural Enrique Mac Iver, donde impartían clases a cerca de 600 alumnos. Todo quedó destruido.

Ni siquiera el cuartel de Bomberos de Santa Olga logró salvarse de las llamas. "Trabajamos toda la noche, pero fue imposible controlarlas. Esto es igual a una zona de guerra: no tenemos agua ni alimentos. Nuestras mascotas murieron carbonizadas. Perdimos absolutamente todo", cuenta Carlos Hernández (32), director de los voluntarios del sector, mientras decenas de militares y particulares lo ayudan a recoger los escombros. "Es un pueblo fantasma", agrega.

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