¡Recital punchi punchi hizo roncar al público!

Más de 600 cabros buenos para contar ovejas y adictos al punchi punchi se amanecieron ayer en el hall central del Museo de Arte Contemporáneo (MAC), en el Parque Forestal, para decirle adiós al 11º Festival de Música Electroacústica Ai-Maako, donde la idea era caer redonditos en los brazos de Morfeo.

El dormilón brillo comenzó en la noche del viernes y el precio de la entrada era sólo llegar con saco de dormir, cojines y "zafradas" para ponerse a roncar en pareja o solitario, mientras músicos de Europa y de este lado del planeta le ponían wendy a los bits y a los acordes onda "Soy electrónico".

Para el director del festival, Federico Schumacher, esta no era otra fiesta electrónica más, y le puso color a la somnolienta actividad.

"Los músicos que se presentan son profesionales y muchas veces realizan conciertos para pasarlo bien, pero en esta oportunidad la idea es experimentar con sonidos nuevos, y esa experimentación compartirla con el público", señaló orgulloso entre los bostezos.

La actividad realizada en el museo es denominada "Noche Blanca", y es apenas una parte dentro del festival Ai-Maako.

La volada en esta etapa era inducir y acompañar cada una de las fases del roncar, como lo son el sueño ligero, el descanso subjetivo, el bloqueo sensorial, el sueño profundo y el molesto y odioso despertar.

Este proceso se produce cada vez que uno se va al sobre, pero en esta movida la cosa era en patota y con música electroacústica.

Para Felipe Barbosa esta era la primera vez que asistía a un evento de este tipo, en donde se podía mezclar música y un cabeceo más profundo que al ver el Canal del Senado.

"Particularmente no tengo problemas para dormir. Me gusta dormir con mi pareja, pero con estas altas temperatura nos abrazamos un ratito y de ahí cada uno a su lado".

Otra de las que ralló la papa fue Miryam Galleguillos, una patiperra chilena que recién volvió al país y que de puro curiosa se acercó al MAC.

En su amplio kilometraje por el mundo ha tenido que lidiar con el fastidioso jet lag, en el que una persona sufre de un desequilibrio producido entre el reloj interno del cuerpo (que marca los periodos de sueño y vigilia) y el nuevo horario que se establece al viajar en avión largas distancias.

"Duermo con tapones, me cargan los ruidos y este calor no se compara al de Europa en verano. Me encantaría dormir en una cama de cinco plazas, y si es en pareja mucho mejor, pero si me agobia el calor, lo tiro pa' abajo de una", aseguró mientras se le escapaba un hilito de saliva rumbo a la almohada.

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