Ser el nuevo soberano, de la única dinastía de nobles de pipeño y chunchules del mundo, parece, pero no es tarea fácil.
Primero, hay que lograr el apoyo mayoritario de la barra guachaca, y luego asumir una pesada responsabilidad: bailar y zapatear en todo Chilito portando con orgullo, los emblemas humildes, cariñosos y republicanos.
Porque así como la Presi, el Papa y las grandes cabezas pensantes del mundo, tienen un emblema de su gobierno, los guachacas desde 2009, año en que ungieron a Mónica Pérez y a Ricarte Soto como sus titanes, poseen una tradicional corona, labrada en cobre chileno de alta ley, extraído de las profundidades del terruño, de las que pocos saben sus reales implicancias.
De partida son excelentes conductoras de electricidad, y solo en caso de tormenta eléctrica, sus soberanos está autorizados a no llevarlas puestas en la mollera. "En cualquier acto público los reyes deben ponérselas, o al menos tenerlas afirmaditas contra el pecho, cerquita del corazón", remacha el Gran Guaripola Dióscoro Rojas.
Apostolado que algunos históricos monarcas, como la periodista Scarleth Cárdenas, llevaron a niveles superlativos. "Luego de mi coronación en el Mapocho, no me despegué de mi corona. De hecho la estuve trayendo en mi bólido todo ese año, en una silla especial, antes que saliera la ley", cuenta entre risas. Incluso, la acompañó al momento de ser condecorada como Hija Ilustre de su natal Purranque y mientras fue telefonista de la Teletón.
CORONAS FINOLIS
Las coronas poseen soldaduras de plata y finas terminaciones como tallados y repujados.
En el caso del Gran Compipa, la inspiración viene del mítico cucurucho de papel, con el que fue coronado el Bichi Borghi, a usanza de los maestros de la contru, y en el caso de la reina, cada una de sus puntas representa un pétalo de una añañuca, tradicional flor del desierto de Atacama.
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