Reygadas: "Adentro no le hubiésemos hecho ni ojitos a una mujer"

Una Kawasaki Ninja luce imponente en el pasillo que nos conduce a una de las piezas donde vive Omar Reygadas (57), en el patio trasero de una casa en Copiapó. La máquina es monstruosa y, según su dueño, cuesta 3 palos 800 lucas. La tiene hace casi un año, cuando la empresa japonesa les regaló una a cada uno de los 33 mineros. Jamás la ha usado y se moviliza en una camioneta.

-¿Por qué no ha vendido la moto, jefe?

-Ahora pienso hacerlo. ¿La quieres? Te la dejo en 3 palos y medio...

- No, gracias. ¿Cómo está a un año del derrumbe?

- Los últimos meses han sido difíciles. Se me declaró una diabetes, por lo que tuve que alejarme de las parrillas, que es lo más terrible. Tampoco puedo tomar mucho… puro vinito, y antes era bueno para el roncito...

-¡Chuta! Ayudándolo a sentir. ¿Y cómo anda de plata?

- No muy bien. Sobrevivo con las charlas motivacionales. El problema es que perdí la licencia a un mes de salir de la mina.

- ¿Y por qué la perdió?

- Me invitaron a Chipre y falté a un control médico. Me sentía bien físicamente, pero tenía problemas sicológicos: pesadillas, no me quedaba dormido y tenía mucho temor a estar encerrado. A veces tenía que salir de la casa y me ponía a dar vueltas en la calle.

-¿Y esos dramas se han agudizado a un año del derrumbe?

- El sueño aún no se arregla. A veces son las 2 ó 3 de la mañana y no puedo dormir... tengo pesadillas y me puse súper llorón. Antes era un viejo duro, criado para no llorar. Pero ahora veo una noticia relacionada con tragedias y rescates, y no puedo parar de llorar.

Reygadas llevaba 10 años como operador de carga en el yacimiento y otros 30 años laburando en el rubro. "Llegué en 1999 a esa mina y ya era muy peligrosa. Nunca había trabajado en una tan mala. Al jefe no le interesaba nada con tal de cumplir las metas. Incluso, yo me quedé atrapado unas 10 veces en la mina", relató el rescatado número 17.

El día del accidente le tocaba titanear en otro turno, "pero me llamaron y soné, nomás. Estaba destinado a quedarme encerrado con los viejitos".

Recuerda que los primeros 17 días atrapado, cuando aún no tenían comunicación con el exterior, fue una pesadilla. "Al tercer o cuarto día perdí la fe. Pensé que era el momento de 'colgar los bototos'. Lloré mucho, porque no confiaba en lo que podía hacer la empresa (San Esteban). Para ellos era más fácil dejarnos encerrados", asegura.

La comida y agua eran escasas. Tenían 18 tarros de atún, galletas, un poco de leche y dos bidones de 5 litros de agua, lo que les alcanzaba para alimentarse bien un día.

"Algunos viejos lavaban la ropa en agua contaminada que estaba en estanques y luego tomábamos de esa misma. Era como tomar agua con ají", relata.

Dormía sobre la tierra, pues el refugio, pese a ser más fresco, era un foco de infecciones. "El olor era insoportable", precisa.

- ¿A qué se aferraba?

- A Dios. Rezaba mucho. Y cuando la mente está ocupada en algo específico, se olvida el hambre, el sexo, de todo... Si hubiese habido una mujer dentro, ni le habríamos hecho ojitos.

Con la llegada del sondaje, el día 18, el calvario se convirtió en esperanza. "Empecé a tirar la talla. Incluso decía que quería salir después de Navidad".

- ¿Y por qué?

- ¡Tengo una cachada de nietos! Imagínese todos los regalos que tengo que hacer… No, en realidad sólo pensaba en abrazar a mis monitos.

QUIERE PEGA EN SERNAGEOMIN PARA SUPERVISAR

Omar es viudo y tiene 5 hijos, 17 nietos y 3 bisnietos. Hace un cerro de años que vive con una pareja, quien no quiere que su viejito vuelva a las minas.

"Echo de menos mi trabajo. Soy un topo. A veces sueño con que estoy trabajando en una. Son muchos años de oficio y eso no se olvida fácilmente", dice.

Ahora, uno de los titanes más experimentados trata de ahorrar. Ha realizado charlas motivacionales, que le reportan entre 500 mil y 1 palo 200. "He arreglado las piezas donde vivo".

También ha viajado a Chipre, Estados Unidos, España, Costa Rica e Inglaterra. "Pero sólo son invitaciones. Y en uno de los viajes me dieron una donación", aclara rapidito.

"Me gustaría trabajar en el Sernageomin, para supervisar minas y que nunca más vuelva a ocurrir una accidente como el que viví con los viejos", reflexiona.

COMPARTIR NOTA