Silvia Cifuentes tiene más músculos que el Pato Laguna

La vida no ha sido nada de fácil para Silvia Cifuentes (47), quien lleva cuatro décadas acarreando material desde el Río Cachapoal. Su labor partió cuando recién se empinaba en los 8 años y un día se subió al carretón de su taita y con una pala de juguete le ayudó a recolectar ripio y arena.

Así aprendió la pega y tras la inesperada muerte de su progenitor tomó su lugar para llevar el sustento a casa.

Con el tiempo se emparejó con alguien que conoció en estas funcias, pero el destino nuevamente le hizo una mueca. Un bus arrolló a su amor, padre de sus tres retoños, y enviudó muy joven. Otra vez debió ponerle el hombro, pero esta vez tomó las riendas de su carretón y nadie más la bajó.

Dos caballos la acompañan en su trabajo: El Negro y la Vicuña. Pronto preparará al potrillo Guatón Lucho: "Es un pingo que tengo de urgencia por si se enferma alguno de los otros", señala.

Aunque su labor es sacrificada y pesada, ya que debe levantarse apenas clarea y llegar al río a cargar la carreta, a Silvia le gusta. "Es lo que me permite alimentar y dar educación a mis hijos, porque no quiero que ninguno llegue a trabajar al río como mi madre y mi papá", afirma convencida.

- Hay que ser fortacha para laburar con esta carreta...

- Tengo los músculos bastante grandes debido al esfuerzo que hago para cargar mi carretón arenero. Es lo que hay.

- ¿No se aburre haciendo lo mismo por tanto tiempo?

- La vida lo ha querido así. Lo heredé de mi padre, después la vida quiso que mi difunto marido se dedicara a lo mismo y seguí yo, porque había que parar la olla.

- ¿Y le salen muchos jotes al camino?

- Yo cargo y descargo y este trabajo me da fuerza. Si alguien me dice algo que no me gusta, le aforro un buen combo para que no vuelva por otro...

- ¿A que hora se levanta?

- Junto con las gallinas, a las 6 de la mañana. Ensillo mis caballos y salgo a ganarme los porotos al río. Son seis u ocho viajes diarios. Cada uno deja 7 lucas y a veces me buscan para sacar los escombros de las casas. Es bastante la peguita, gracias a Dios.

- ¿Muchas anécdotas?

- Recuerdo una en especial. Un día fui al centro a dejar un viaje de ripio y me confundieron con un hombre. Pensaron que el que viajaba arriba del carretón era un gallo, porque yo usaba el pelo súper corto. Un tipo me dijo "cuidado, gancho", pero luego me miró de frente, vio mis pechugas y casi se fue de espalda el loro al ver que se había equivocado. ¡Estaba rojo!

Y entre tallas y combos, Silvia no pierde las esperanzas de ser alcanzada por una flecha de Cupido y encontrar nuevamente el amor. "Pero ahora puertas afuera, nomás", dice risueña.

J. Pinto / V. Fainé

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