Seis meses pasaron desde que Cristóbal Cox arrendó un local en calle Franklin hasta que pudo abrir, porque, según contó, en el Sesma lo tramitaron con alevosía.
Entre los comerciantes se rumoreaba que ese negocio estaba maldito, "que era yeta", porque los últimos seis puestos de comida que se instalaron quebraron. No fue el caso de Lai Thai, que por fin abrió a fines de enero.
Según el joven empresario de 25 años antes de su boliche sólo había tres restaurantes de comida tailandesa en Santiago. "En el Hotel Hyatt, otro en Recoleta y uno en Providencia, que son buenos, pero cobran como tres veces más caro".
La gracias del boliche es que está en el Persa Biobío y la intención de su dueño siempre fue instalarse ahí, porque "lo visito desde los 15 años. Me encanta el barrio porque está fuera del sistema, acá se ve cualquier cosa, de lo que sea, hay de todo".
El emprendedor siempre pensó que sus sueños se iban a convertir en realidad. "Incluso cuando trapeábamos el piso con cloro de rodillas decíamos que íbamos a dejar la cagada, que nos iba a ir bien, lo que pasa es que le pusimos tanto amor que tenía que ser así".
Hace rato que el empresario quería poner un local de comida oriental y el año pasado un amigo italiano lo convenció de instalar uno tailandés. Cox visitó al maestro Jirawad At Nanthalaka para pedirle que les enseñara a cocinar. Al final el inmigrante terminó asociándose con su nuevo amigo. "Fue una conexión natural", confesó el chileno.
Según sus dueños, desde que partieron les ha ido pulento debido a los bajos precios de los siete platos que ofrecen: Desde los $2.500 hasta los $4.500. "Vienen desde obreros que trabajan por acá hasta personas de La Dehesa, esa es la gracia", apuntó.
A cargo de la elaboración de la comida está Jirawad y lo ayudan dos tailandesas, más una india y un chino que van los fines de semana, cuando la afluencia de público es mucho mayor en el lugar que funciona de martes a domingo.
"Durante la semana el barrio está muerto, pero nuestro local siempre está lleno de vida", afirmó Cox.
Los tailandeses hablan un poco de inglés, una pizca de español y están felices, porque encuentran a Chile un país tranquilito, aunque un poco frío. Eso sí, nuestra comida no les gusta mucho por "desabrida".
Para que los chilenos no se espanten con los platos exóticos en el restaurante debieron moderar la intensidad de sus sabores. "Los suavizamos para que no se quemen, para que sea comible", explicó Cox.
- ¿Y si alguien quiere comer al estilo original?
- Si así lo desean se lo hacemos hasta que les salga fuego por las orejas.
Debido al éxito van a abrir una sucursal en Providencia donde los precios serán un poco mayores por los costos de funcionar en un barrio más pirulo.
- ¿Y en Franklin van a subir los precios?
- Los mantendremos hasta que se acabe el mundo.