"Titán del ring" se fue a tirar tallas al cielo

Juan Saavedra Ormazábal sin hache, “Peter el Negro” en los bajos fondos, Tom Jones en el ambiente artístico, y Chicharrón para los amigos. Así se presentaba ante sus colegas el chispeante Juan Saavedra, auxiliar en el área de Impresores de Copesa, cuya alegría se apagó para siempre en los pasillos de nuestra empresa.

El “Chicha”, como era conocido cariñosamente por sus amigos, se llevó su reconocida buena onda donde el Tata Dios, producto de un jodido cáncer, que sin embargo, no fue capi de quitarle las ganas de laborar hasta el último día, pese a que todos le pedían que se diera un descanso.

Don Juan, que a sus 69 años, cumplió 20 de ellos laburando en la jornada nocturna, terminó sagradamente su pega el pasado sábado y se fue para su casita. Sin embargo, el linfoma de Hodgkin que padecía, no tuvo clemencia y se lo llevó esa misma noche al más allá.

Y pese a que su alegría y simpatía ya no están con nosotros, el recuerdo de sus cientos de historias son lo que más mantienen en la memoria sus amigos.

Uno de los más increíbles episodios en su vida dice relación con su inicio como luchador en los “Titanes del Ring”.

Tal cual, porque la primera pega que tuvo don Juan fue como chuletero en el mítico programa que popularizó TVN, siendo la primera persona que dio vida al personaje Black Demon.

“Su mamá se dedicaba a vender maní fuera del estadio donde peleaban, y él la acompañaba cuando tenía 16 años. Un día le ofrecieron pelear y para que no lo identificaran y lo retara su mamá usó una máscara”, cuenta su amigo Eduardo Molina.

CHACOTERO

“Siempre dicen que un hombre tiene que escribir un libro, plantar un árbol, y tener un hijo. A él le faltaba escribir un libro, pero yo siento que en este caso no era necesario, porque él y su vida lo eran”, cuenta Molina.

El amigo explica que Saavedra nació y se crió en la José María Caro, en medio de una familia circense. Fue camionero, descargó dinamita en sus hombros y para hacerle un talla, tenían que por lo menos agarrarlo entre cinco para intentar tumbarlo.

“Él me contó que se rapó porque tenía una debilidad, y era que le dolía mucho cuando le tiraban el pelo. Por eso, si alguien quería botarlo, lo podía agarrar de ahí y tumbarlo con facilidad”, recuerda Molina.

Otro de sus grandes amigos, y quien lo acompañó en la clínica antes de irse fue don Santos Báez.

Según cuenta, él era el número fijo a la hora de hacer los asados. “Siempre era muy tallero y nunca tuvo problemas con nadie”, dijo.

“Lo conocí el año 74 y trabajaba en los camiones repartiendo diarios. Después terminó en Copesa donde veía el aseo, sacaba los papeles, y ordenaba las planchas. Nunca quiso dejar el trabajo, de hecho tenía 90 días de vacaciones pendientes y no se las quería tomar. Dio todo por la empresa”, cuenta Báez.

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