Los efectos del coronavirus han golpeado en múltiples áreas. La más importante, por cierto, la salud de las personas. Las muertes superan las 1o mil y los contagiados rondan los 400 mil. Para contener ese avance se decretan cuarentenas, que a su vez afectan duramente la economía. También afecta a los animales, por lo que el trabajo en el Zoológico Metropolitano se redobla.
Así lo comprobamos en una visita que hicimos a este parque. Hasta marzo pasado, era un paseo obligado para la familia, uno de los más destacados panoramas turísticos de Santiago. Miles de niños, padres y abuelos admirando de cerca a cada uno de los animales. Hoy, el ambiente es totalmente distinto.
Ya nadie corre por los senderos, ni se escuchan risas ni exclamaciones de admiración y sorpresa. En estos días abunda el silencio. Pero esa condición realza la potencia de los sonidos de los animales. Rugidos y graznidos hacen olvidar que uno se encuentra en el centro de una ciudad de seis millones de habitantes.
Esa calma no solo la percibimos nosotros, ocasionales testigos del ahora solitario parque. Pareciera que los huéspedes habituales del Zoológico Metropolitano ya se acostumbraron a estos días de pandemia. Tanto, que nuestra presencia los volvía algo ansiosos e inquietos. Son cinco meses en solitario esperando a que lleguen los visitantes, tantos niños como familias, para mostrarles su cariño hacia la gente.
Más allá de los animales, lo único que se escucha son los pasos de los funcionarios del zoo. Es que las tareas de limpieza, alimentación y cuidado no cesan.
Pero esos hombres de mascarillas, guantes y bototos, los únicos que hoy recorren los senderos, no parecen estar haciendo solo un trabajo. Los gestos, las expresiones y movimientos evidencian que cuidadores y tutores están comprometidos con los animales del Parque.
Se nota el afecto, el trato a un amigo, el esfuerzo por entregar los mejores cuidados que tiene que recibir los animales.
Así, animales y funcionarios pasan las horas, esperando que por fin los días solitarios terminen y los senderos se llenen de familias, risas y exclamaciones de admiración.