“Existe una propuesta nueva, con olor a trap, a calle y no a rodeo ni fonda tricolor. El bautizado “Kukoh” me sorprendió, a pesar de no coincidir con lo que habitualmente escucho”.
El mes de la patria para mí implica un doble desafío: un cumpleaños más, donde suele aparecer un rudo balance, donde como poco se realizan evaluaciones personales con un saldo menor al esperado, se hacen auto promesas de mayor esfuerzo y con ello mayores ingresos para obtener mayor estabilidad para la familia y, como no, ejercitarse y comer mejor y con ello bajar de peso, para aumentar una pesimista expectativa de vida.
Hace un rato aparecieron memes en redes sociales de los fanáticos de septiembre, que, reloj en mano, contaban las horas para el amanecer patriótico. Estimo que muchos ya deben estar con la chupalla puesta, el vaso de chicha o el sanguinario “terremoto” en la mano. Frases de poca creatividad como “Toma todo el año y se alegra porque llega septiembre”; “Se viene el 18 y mi hígado lo sabe”; “Hay que cumplir con el beber”.
Entre el basural de información de Instagram apareció esta oración: “¿Cómo sería Chile si no le pusieran pasas a las empanadas?”. Lo encontré ingenioso. Esto me hizo recordar una experiencia que viví cuando se asomaba el fin de la pandemia del Covid-19, en la época de los aforos reducidos. El músico Álvaro Cabrales, me ofreció una pega en el contexto del taller de producción musical que fundó en 2021 llamado “Corte Chilenero”. Se trataba de una charla sobre Roberto Parra, Hernán Núñez, Fernando González Marabolí y Samuel Claro. Sin ser experto, acepté.
Las cosas no salen mal cuando se estudia un poco. Me conseguí libros y compré, por ejemplo, Cuecas de Roberto Parra, publicado por Ediciones Tácitas. Llegué a un lugar llamado Estudio Mingus -bautizado así por el famoso exponente del jazz del siglo pasado-, ubicado en un departamento en una torre cerca del Estadio Monumental. La concurrencia era la que correspondía a la de la alerta sanitaria: cinco o seis personas. Sin embargo, fue un momento notable, de diálogo intenso, donde terminé desahogándome en contra el 18 de viejos a poto pelado tirados en la calle, aglomeraciones en el Parque O´higgins, ansiedad generalizada y cómo no, de la cueca, corriendo el riesgo de perder la continuidad de estas instancias.
Por el contrario, mi inclinación hacia otros lugares de la música folclórica latinoamericana -de expositores como Cafrune, Atahualpa Yupanqui o Los Olimareños- y el desprecio por la monotonía del baile nacional que sufren hasta los escolares despiertos, provocó entusiasmo, diálogo, que devino en una intervención de Álvaro, donde conocí por primera vez el “Kukoh”. Aunque parezca imposible, tal como las evoluciones del flamenco realizadas por Camarón de la Isla con su disco “La leyenda del tiempo” o las actualizaciones y mezclas contemporáneas en el mismo género creadas por Rosalía, existe una propuesta nueva, con olor a trap, a calle y no a rodeo ni fonda tricolor. El bautizado “Kukoh” me sorprendió, a pesar de no coincidir con lo que habitualmente escucho. No sé si un alivio, tal vez una esperanza de mi desprecio personal al pensamiento de masas.