El Emperador publicó una conmovedora carta donde expuso detalles de su vida, y apuntó a un episodio que marcó un antes y un después.
Hace algunos años, Adriano maravilló al mundo del fútbol con su talento y potencia, aptitudes que lo hicieron brillar en la Selección Brasileña y en el Inter de Milán, donde tuvo sus mejores años.
Sin embargo, con el paso del tiempo la carrera del delantero se vio truncada debido a su problema con las adicciones, los cuales poco a poco se fueron incrementando.
Así lo reconoció el propio Emperador en una carta que fue publicada en el portal The Players, donde abordó sus dramas personales y la caída en picada que tuvo su carrera. Esto último, gatillado por la dolorosa muerte de su papá, cuestión que marcó un antes y un después en su vida.
“El mayor desperdicio del fútbol: yo. Me gusta esa palabra, desperdicio. No solo por cómo suena, sino porque estoy obsesionado con desperdiciar mi vida. Estoy bien así, en un desperdicio frenético. Disfruto de este estigma”, se puede leer en el texto.
Además, tampoco se hizo el loco al admitir su cercana relación con el alcohol.
“No me drogo, como intentan demostrar. No me gusta el delito, pero, por supuesto, podría haberlo hecho. No me gusta salir de fiesta (…) Bebo cada dos días, y los otros días, también. ¿Cómo llega una persona como yo al punto de beber casi todos los días? No me gusta dar explicaciones a los demás, pero aquí va una: bebo porque no es fácil ser una promesa que sigue en deuda. Y a mi edad es aún peor”, reconoció.
Luego, se refirió directamente a la partida de Almir Leite Ribeiro, su progenitor, y cómo ese episodio lo marcó para siempre.
“No teníamos conversaciones profundas. El viejo no era de filosofar ni de dar lecciones morales. Su rectitud diaria y el respeto que los demás le tenían fue lo que más me impresionó. La muerte de mi padre cambió mi vida para siempre. Hasta el día de hoy, es un problema que todavía no he podido resolver. Toda la mierda empezó aquí”, relató.
Y en esa misma línea, agregó: “a mi padre le dispararon en la cabeza en una fiesta en Cruzeiro. Una bala perdida. Él no tuvo nada que ver. La bala entró por la frente y se alojó en la nuca. Los médicos no tenían forma de sacarla. Después de eso, la vida de mi familia nunca fue la misma. Mi padre empezó a tener convulsiones frecuentes. Yo tenía 10 años cuando dispararon a mi padre. Crecí viviendo con sus crisis. Mirinho nunca más pudo trabajar”.
Pero eso no es todo, pues también contó detalles de lo que ocurrió en una de sus primeras navidades en Milán, alejado de su familia, luego de quedar destrozado tras charlar por teléfono con su mamá.
“Agarré una botella de vodka, bebí toda esa mierda solo. Lloré toda la noche. Me desmayé en el sofá porque bebí mucho y lloré. Estaba en Milán por una razón: era lo que había soñado toda mi vida, Dios me había dado la oportunidad de convertirme en un jugador de fútbol en Europa. La vida de mi familia ha mejorado mucho gracias a mi Señor y todo lo que Él hizo por mí. Y mi familia también hizo mucho. Ese fue un pequeño precio que tuve que pagar”, contó.
Además, indicó que “cuando ‘escapé’ del Inter y salí de Italia, vine a esconderme aquí -a Vila Cruzeiro-. Nadie me encontró, no hay manera. Regla número uno de la favela: mantén la boca cerrada. ¿Crees que alguien me delataría? Aquí no hay ratas, hermano. La prensa italiana se volvió loca. La policía de Río incluso llevó a cabo una operación para ‘rescatarme’. Dijeron que me habían secuestrado. Estás bromeando, ¿verdad? Imagínate que alguien me haga daño aquí, a mí, un niño de la favela”, expuso.
El calvario de Adriano
Incluso, se refirió al calvario que enfrentó cuando trató de alejarse de ese mundo oscuro y mantener viva su carrera como futbolista.
“Negocié con Roberto Mancini. Me esforcé mucho con José Mourinho. Lloré en el hombro de Moratti. Pero no pude hacer lo que me pidieron. Me mantuve bien durante unas semanas, evité el alcohol, entrené como un caballo, pero siempre había una recaída. Una y otra vez. Todos me criticaban. No podía soportarlo más”, lamentó.
“Lo único que busco en Vila Cruzeiro es paz. Aquí camino descalzo y sin camiseta, solo con pantalones cortos. Juego al dominó, me siento en la acera, recuerdo mis historias de infancia, escucho música, bailo con mis amigos y duermo en el suelo. Veo a mi padre en cada uno de estos callejones”, remató.