Aunque la factura de la secuela es impecable, y muestra a un Tim Burton de vuelta en forma, la narrativa no está al mismo nivel y termina impulsando no solo las comparaciones, sino que también deja en evidencia lo repetido de su chiste nostálgico.
La mejor forma de describir a Beetlejuice Beetlejuice, la secuela dirigida por Tim Burton, es que es un fantasma de la película de 1988.
Con Michael Keaton de regreso al rol del estrafalario y demoníaco bioexorcista, junto a una pequeña parte del elenco, mucho del metraje de esta nueva producción se instala como un mero eco, un reflejo de algo que ya fue. Y por ende, no tiene la misma intensidad del original.
Aunque la secuela tiene algunos chispazos llamativos, especialmente relacionados a ideas y diseños originales situados en el mundo de los muertos, la deuda de su propuesta se debe, en gran parte, al hecho de que su historia está resquebrajada, sin un buen hilo conductor en su narrativa, provocando que prácticamente durante la primera hora de sus 104 minutos totales no pase nada muy interesante.
Dejando de lado cualquier comparación con el original, lo que en todo caso es inevitable por la propia confección franquiciada de una película acompañada hasta con latas de bebida promocionales, la propuesta formal de esta secuela no cuaja en las múltiples partes que componen su relato.
Al centro de todo está la resquebrajada relación de Lydia Deetz (Winona Ryder) con su hija Astrid (Jenna Ortega). Esta última no le cree nada sobre la existencia de los fantasmas, y se avergüenza de la fama televisiva que ahora tiene su progenitora gracias a un programa esotérico, y también está distanciada por la muerte de su padre. Y más aún, justamente este es el fantasma que Lydia no puede contactar ni ver.
En medio de ese distanciamiento se entrelazan todos los otros factores de la historia sobrecomplicada, la cual contrasta con la simpleza del original, y que se desatan a partir de la muerte del abuelo Charles, impulsada a su vez por la condena en la vida real del delincuente sexual Jeffrey Jones.
Dicho funeral lleva a que todas las mujeres Deetz vuelvan al pueblo de Winter Drive, la vieja casa y el ático en donde está la maqueta que es un recordatorio de todo lo que sucedió en la primera película.
Sumen al novio y productor de Lydia (Justin Theroux), quien quiere llevar la relación al siguiente nivel, además de una insipiente relación de Astrid con un joven que vive en el pueblo, un Beetlejuice que siente que puede alejarse de su trabajo de escritorio en el más allá para volver a rondar a Lydia y una peligrosa “chupa almas” (Monica Bellucci) que quiere cazar al bioexorcista por alguna razón que no tarda en ser revelada. Todo esto mientras Delia (Catherine O’Hara) lamentablemente no tiene mucho por hacer y queda relegada a meras excusas en el relato.
En contraste a esa historia que se desenvuelve de forma bastante plana, y que con suerte logra crear al menos un momento de verdadera sorpresa, el gran contrapunto lo representa el excelente diseño de producción, el trabajo de maquillaje, los efectos especiales prácticos y todo el arte que va concatenando el equipo dirigido por Tim Burton.
Todo esa labor artística es la que le da vida al mundo de los muertos, el cual tiene toda la vitalidad que está ausente en el mundo de los vivos. Lo anterior es especialmente llamativo, y jocosamente burdo, con un “Tren de Almas” que involucra un chiste demasiado gringo, el cual de seguro más de alguien no captará por estas latitudes.
En ese sentido, si algo termina validando la creación de la secuela, es el retorno y la puesta en punto del director, cuya carrera se desperfiló durante gran parte de este siglo y que comenzó a enrielarse nuevamente con su trabajo televisivo en la serie Wednesday.
De hecho, con esta nueva película realmente se siente que Tim Burton está completamente a gusto con lo que quiere hacer y lo que quiere contar, más allá de que eso último no esté afinado. Basta decir que en un momento el director se da el lujo de crear una sección en blanco y negro estilo Mario Bava para entrar en el terror gótico, lo que termina siendo uno de los gustosos chispazos de esta secuela..
Pero a la larga es la nostalgia la que provoca que la irregular propuesta de Beetlejuice Beetlejuice no explore territorios nuevos. Solo por dar un ejemplo, “Day-O” de Harry Belafonte se convirtió en un himno representativo de la primera película, por lo que esta secuela intenta hacer algo similar con la canción “MacArthur Park” de Richard Harris. No obstante, aquí simplemente la cosa no resulta de la misma forma, entrando en el sendero del chiste repetido. Y ya saben en qué termina ese dicho.
Ese tipo de cosas son las que en última instancia quedan, ya que la secuela no es exitosa a la hora de mezclar lo familiar con lo fresco y justamente eso termina siendo la gran cruz que carga Beetlejuice Beetlejuice, impulsando las comparaciones e inclusive eclipsando el encanto demoníaco de Michael Keaton, quien se hecha toda la película al hombro mientras aparece en pantalla. Sin embargo, ni eso termina bastando para quitarle a esta nueva película la condición de espectro del original.
Beetlejuice Beetlejuice se estrena en cines este 5 de septiembre.