Del triunfo moral a la Generación Dorada

El 4 de julio de 2015, en el Estadio Nacional, la selección chilena rompió con una historia de fracasos y triunfos morales. Esa noche, el plantel que dirigía Jorge Sampaoli por fin pudo convalidar el rótulo de “mejor generación de la historia” que pesaba sobre sus hombros y levantó la Copa América superando a Argentina. Un año después, ahora con Pizzi en el banco, se repitió el plato. De nuevo, enfrente Lio Messi y compañía. Fue, de alguna forma, completar el círculo que se comenzó a gestar casi ocho años antes, cuando arribó un “loco” rosarino que, lejos de los efectos especiales, trabajó la cabeza de un fútbol que aparentemente siempre tuvo la materia prima.

Unos minutos antes, la definición con el borde interno de Gonzalo Jara impactó contra el parante derecho de Julio César, que volaba sin chances hacia su otro costado. Ahí se acabó el Mundial para Chile: en octavos de final, desde los doce pasos, en la lotería de los penales, en Brasil, ante Brasil. Las portadas, al día siguiente, recordarían con tristeza el palo de Mauricio Pinilla y que La Roja estuvo a un centímetro de la gloria, pero acaso con orgullo que tuvo “de rodillas” a los pentacampeones del mundo. Al regreso, de hecho, la Presidenta Michelle Bachelet invitaría al plantel a La Moneda y la gente se arrojó a las calles para recibir como héroes a los jugadores. Pero en ese momento, la tarde del sábado 28 de junio de 2014, ellos estaban todavía allí, encerrados en el camarín del Estadio Mineirão, llorando. Gary Medel fue tal vez el que mejor retrató ese dolor. Con un vendaje aparatoso producto de una lesión que apenas le permitió jugar, símbolo de lucha y de ese equipo, el “Pitbull” no se aguantó y derramó lágrimas desde que se escuchó el pitazo hasta que se perdió camino a las duchas.

Jorge Sampaoli había recuperado el juego de Bielsa, y recién horneado una selección que clasificó tercera a Brasil ganando cinco de sus últimos seis partidos y que en la fase de grupos se comió crudos a los campeones del mundo aún liderados por Casillas, Ramos e Iniesta. Por eso la sensación de angustia, que ni las sentidas palabras de Sergio Jadue, Sebastián Beccacece o el propio Sampaoli lograron mitigar. Era un golpe demasiado profundo a una generación que se creía destinada a conseguir lo que antes otros no pudieron.

Sin embargo, cuenta el periodista Cristián Arcos en su libro Los 23. La historia íntima de los campeones de América que cuando llegó el turno de Claudio Bravo, aunque breve, encontró otra respuesta. Nos permitimos imaginar que con un mayor recorrido, acostumbrado al sonido del silencio fruto de una derrota, el por entonces capitán de la Real Sociedad sabía que en ese momento debía ser acogedor, cálido, acaso como un padre orgulloso. Que hubo agradecimientos y elogios, quizás alguna insinuación de que no debían existir reproches o que se iban de Brasil con la frente en alto. En rigor, una suerte de preámbulo para luego, como si se tratara de una escena premeditada, culminar con una invitación: “Tenemos que ganar la Copa América”.

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Probablemente cada uno de los equipos que acaba de perder un partido se juramenta ganar el siguiente, clasificar a una copa o incluso gritar campeón. No se trata de liderazgo o convicción; más bien de algo hay que agarrarse. Y las posibilidades de que eso ocurra son escasísimas. Por eso el discurso de Bravo, hasta entonces, no era más que un decoro forzado por las circunstancias. “Pero esta selección”, advierte Rodrigo Cauas, psicólogo deportivo de larga trayectoria en la liga local, hoy en Cobresal, “justamente lo que hizo distinto al resto, es que ellos tenían el discurso y la realidad muy juntas. Aquí hubo una acción que se fue construyendo a lo largo de todo este proceso”. Todos conocemos el final. La primera Copa América de nuestra historia, tras cuatro subcampeonatos, tal como prometieron esa tarde en el Mineirão llegó el 2015, ante Argentina. Y un año más tarde prácticamente los mismos jugadores la revalidaron en Estados Unidos. Dio lo mismo que Messi, el mejor del mundo, de nuevo estuviera al frente.

Antes, eso sí, hay que saber una cosa. Para explicar o intentar explicar los elementos que permitieron la consecución de este bicampeonato, inédito, y el origen de un equipo histórico que en cuestión de horas fue rebautizado como la Generación Dorada, es necesario retroceder algunos años.

Milagro y resurrección

La fecha se conserva fresca en la memoria porque ese día, concretamente la madrugada del 5 de julio de 2007, es para algunos el legítimo comienzo de los cambios en el fútbol chileno. Julio, de alguna forma, suponía un desafío para la nueva administración de la ANFP. Harold Mayne-Nicholls había abrazado protocolarmente a Reinaldo Sánchez en enero y asumido el cargo de un organismo pocas veces tan desacreditado: la gestión que lo precedió parece haber hecho a propósito todo lo que estuvo a su alcance para lastimar el producto y el plano competitivo de la liga local. Y como si lo anterior fuera poco, en cancha la selección se había estrellado dos veces en fila. Un último lugar en el camino a Corea y Japón 2002 y un coqueteo con el repechaje de cara al Mundial de Alemania 2006 que se quedó apenas en eso: un coqueteo. En medio del derrumbe, renuncias, cuatro cambios de técnico, indisciplinas y, por sobre todo, un equipo ayuno de jerarquía y conducción.

Es por eso que julio, además, se advertía como una oportunidad. En paralelo, La Roja adulta encaraba la Copa América de Venezuela y la sub 20 de José Sulantay, elogiada por la personalidad de los cabrochicos y los conceptos desplegados en cancha, disputaba el Mundial de la categoría, en Canadá. Era entonces la oportunidad de rendir donde importa. Pero la segunda vez de Nelson Acosta, como suele suceder con casi todas las segundas veces, terminó de la peor manera. Luego de un empate sin goles frente a México, que le permitió clasificar con lo justo como mejor tercero, el técnico de la selección gestionó para que sus jugadores tuvieran un momento de relajo en medio de la concentración.

Pero “Jorge Valdivia, Jorge Vargas, Reinaldo Navia, Rodrigo Tello y Pablo Contreras se tomaron en serio el carrete”, describió el periodista Francisco Sagredo en su libro La caída, “y a la madrugada siguiente, pasados de copas, llegaron directo a tomar desayuno al hotel”. Lo que ocurrió después en el comedor del Hotel Mara Inn incluyó, según Sagredo, “jamones voladores, juegos eróticos con mermelada y agresiones verbales de índole sexual a turistas y camareras del hotel”. Los jugadores negaron esa versión. Como sea, la promesa de campaña de Mayne-Nicholls, que aseguraba acabar con el historial de indisciplinas que arrastraba la selección, se desvaneció de golpe. Había que tomar decisiones y se tomaron. De hecho, al cabo de unos días, el presidente de la ANFP aceptó la renuncia de Acosta tras la eliminación, 1 a 6, frente a Brasil, y castigó a los involucrados con 20 fechas de suspensión, más tarde reducidas a la mitad.

La tristeza de la Copa América pronto se extendió hasta Canadá, luego de que la sub 20 fuera eliminada en semifinales frente a Argentina, y los jugadores se enfrentaran a la policía local. Pese a todo, la imagen futbolística que dejó esa “Rojita” que comandaban Arturo Vidal, Alexis Sánchez, Gary Medel y Mauricio Isla fue, por decir lo menos, positiva. De alguna forma un anticipo. Es más, todo indicaba que su DT, José Sulantay, corría con ventaja para reemplazar a Don Nelson.

Claudio Borghi, el técnico del momento en Colo Colo, y Gustavo Benítez, de gran pasado también en los albos, fueron otros nombres que se analizaron. Pero unos días después, el escenario se modificó. Mayne-Nicholls, en una reunión con Felipe Israel, su segundo vicepresidente, y Gustavo Camelio, gerente general de la ANFP, se convenció de que era el momento de traer un DT de categoría mundial al país. El apuntado: Marcelo Bielsa. Traerlo, sin embargo, costaba un millón y medio de dólares, cifra en ese momento y probablemente en cualquier otro momento prohibitiva. ¿Por qué entonces sacar la calculadora, ajustarse el cinturón y apostarle todo a un tipo que había dirigido por última vez tres años antes, y que había sido el protagonista del mayor fracaso del fútbol argentino en medio siglo?

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Mayne-Nicholls

“Por la sencilla razón de que tenía que haber un cambio cuántico en la estructura de nuestros jugadores”, me explicó hace dos años Mayne-Nicholls, que esta vez prefirió pasar. “Le pedí mucha disciplina, mucho rigor, mucha humildad. Tenía claro que si eso pasaba, íbamos a tener mejores resultados: no en lo deportivo, sino en la entrega de valores y principios a la sociedad”.

El periodista antofagastino anunció, orgulloso, el completo acuerdo con Marcelo Bielsa el viernes 10 de agosto de 2007 en una multitudinaria conferencia de prensa. Y el lunes siguiente, a bordo de un jeep Mitsubishi Montero blanco, el peculiar entrenador argentino llegó a Quilín para ofrecer una de sus peculiares conferencias de prensa. Allí, durante dos horas explicó sus motivos. “Me pareció que había jugadores, por eso decidí aceptar esta propuesta”, fueron parte de sus palabras.

“Marcelo llegó en un momento idóneo para poder modificar ciertas cosas que te podía decir que nosotros no hacíamos”, reconoce al teléfono Pablo Contreras, habitué de las nóminas nacionales durante más de una década. “Ciertas indisciplinas que cometimos..., y no quiero generalizar, me incluyo”.

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Testigos de Bielsa

Es la última semana de noviembre de 2021, han pasado diez años desde que, un viernes de febrero, contra su deseo pero en una muestra de lealtad con Mayne-Nicholls, el responsable de su llegada, Marcelo Bielsa anunció su adiós. Chile, desde entonces, jugó otro Mundial, eliminó a la España campeona, ganó las dos únicas Copas América de su historia y disputó hasta el último minuto la final de la Copa Confederaciones contra Alemania. Pero eso parece no tener lugar en la discusión: el “Loco” sigue siendo el técnico más querido de la historia del fútbol chileno. Para algunos especialistas e incluso protagonistas, es de hecho el más importante. A él suele atribuírsele la génesis de la Generación Dorada y un “cambio de mentalidad” en el futbolista nacional.

En concreto, hay motivos para creer en esa versión. Desde un inicio, Bielsa sorprendió por su obsesión destacada hasta el hartazgo e intentar calcularlo todo. Pero también por su método y sus elecciones. Por ejemplo, a diez días de haber sido presentado llamó a trece jugadores del medio local para un miniciclo realizado entre el martes 21 y jueves 23 de agosto de 2007. Entre ellos estaba Marcelo Salas, pese a que el “Matador” había retornado a la actividad hace apenas un mes, luego de un semestre sin jugar y cuando no atravesaba su mejor momento. El más llamativo, sin embargo, fue el caso de Arturo Sanhueza. En esos días era el “Rey Arturo”, con diferencia uno de los mejores volantes de la liga local, multicampeón en Colo Colo e indiscutible en las nóminas. Pero en esas cuarenta y ocho horas, Bielsa constató que el cabezazo no era uno de sus fuertes y que no tenía la dinámica que exigía el puesto de mediocampista en su esquema. Sanhueza no volvió a tener oportunidades. Fue quizás la primera polémica del argentino con el buzo Brooks puesto.

Bielsa
Bielsa

“Marcelo Bielsa, lo que hace fue cambiar diametralmente un poco lo que se venía haciendo en Chile. Es un entrenador que empodera mucho más a los jugadores, les hace repetir muchas cosas, les muestra videos”, opina Rodrigo Cauas. “¿Y eso en qué ayuda? A aumentar tu nivel de autoconfianza y disminuir la incertidumbre, que es el principal enemigo de la cabeza en el deporte. Bielsa le cambió la mentalidad a un grupo de futbolistas que fueron modelos para el resto”.

Los hitos que dejaron los tres años de Bielsa en Chile los podemos enumerar casi de memoria. El empate en el Centenario contra Uruguay, los primeros tres puntos oficiales sobre Argentina, récord de victorias como visitante en eliminatorias, el histórico segundo lugar en la tabla de posiciones, haber triunfado en un Mundial después de 48 años y un juego osado, de permanente ataque por los costados, presión alta, precisión en velocidad y riesgos en la zona posterior, sin importar quién estuviera al frente.

Pero probablemente el hito crucial sea haberle dado minutaje a la nueva generación de jugadores. En 2008, Bielsa construyó su propio laboratorio echando mano a los planteles que jugaron los Mundiales sub 20 de Holanda 2005 y Canadá 2007. Los entrenó personalmente para disputar el torneo el Esperanzas de Toulon, en Francia, donde obtuvo el subcampeonato ese año y el título en 2009. De ahí, el “Loco” preparó a una base de jugadores que pronto se ganó un lugar en la selección adulta. Gary Medel, Gonzalo Jara, Carlos Carmona y Fabián Orellana, sólo por mencionar algunos.

Para Pablo Contreras, que tras cumplir su sanción fue requerido por el argentino, esa fue una de las claves del proceso:

“Es una mancomunión de situaciones. Pero el hecho de que Marcelo haya hecho jugar a gente que ni siquiera había debutado en primera división, que ya lo había hecho en Argentina con Mascherano, fue muy, muy importante”.

Contreras atravesó tres generaciones de La Roja. Debutó en 1999 y jugó la Copa América de ese año. Fue protagonista del bronce en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 y parte de los fracasos en las eliminatorias del 2002 y 2006. Finalmente, bajo las órdenes de Bielsa disputó la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010 y vistió la camiseta de la selección por última vez en octubre de 2012. En 67 partidos internacionales, el zaguero central compartió cancha con futbolistas como Iván Zamorano y Marcelo Salas, por ejemplo. Pero, en sus palabras, no hubo otro plantel igual.

“Yo regreso recién en un partido amistoso contra Turquía. Ahí fui conociendo a estos chicos, y me di cuenta de que, más allá de la calidad, era sorprendente la irreverencia que tenían. El lugar donde fueran a jugar, contra quien fueran a jugar, para ellos era como estar jugando en el barrio”, subraya Contreras. “Anteriormente, tanto mi generación como otras íbamos a ciertos lugares y, de una u otra forma, decíamos ‘pucha, ojalá no perder por cinco goles, ojalá no perder por un resultado tan abultado’. Con Argentina, con Brasil. O en lugares que siempre han sido complejos para la selección, como Perú o Colombia fuera de casa. Y a veces uno contabilizaba cierta cantidad de puntos que podía lograr en casa. Pero estos chicos me enseñaron..., me demostraron que se podía modificar todo eso. Principalmente por la personalidad que tenían ellos, con la irreverencia de Gary, Arturo, Alexis, y la experiencia que les entregó Claudio (Bravo)”.

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Jorge Sampaoli asumió la selección en diciembre de 2012. Era en ese momento el técnico de moda, multicampeón con la Universidad de Chile y además un reconocido seguidor de Marcelo Bielsa. Se le consideraba una suerte de discípulo incluso nunca habiendo estado bajo la tutela del rosarino. Sus equipos durante toda su trayectoria buscaron heredar la fórmula del “Loco” y él, imitar esa verba no menos confusa que seductora. Sampaoli reemplazó a Claudio Borghi, que vio cómo un nuevo caso de indisciplina empujó al ocaso su gestión. Y a pesar de que agarró a La Roja en una posición comprometida, sea coincidencia o no, fue el que mejor explotó el legado del tipo que lo movilizaba. De alguna forma retomó la doctrina bielsista desde la cabeza: Chile volvió a jugar de igual a igual sin importar el rival de turno. Los jugadores que sumó a las nóminas se empaparon de esa “irreverencia” que pareció en algún lugar extraviarse. Pizzi, su reemplazante y ganador de la segunda Copa América, también se nutrió de esa convicción.

Hoy Chile y la Generación Dorada, a más de una década de su génesis, con otro técnico y otro estilo, se enfrentan tal vez al partido más duro del proceso: el paso del tiempo. Pero con las opciones intactas, siguen confiando en que ese legado les permita un último baile en Catar 2022. Y, por supuesto, que perdure cuando ya no estén. Ese sea acaso el último desafío de los “viejos rockeros”.

“Ojalá los chicos nuevos que están en la selección tengan la capacidad de aprendizaje”, dice ahora Pablo Contreras. “Con Arturo, Alexis, Gary, Claudio, que cada vez que se ponen la camiseta de la selección demuestran claramente lo líderes que pueden ser, es mucho más fácil”.

Hace unas semanas Marcelo Salas, uno que suele permanecer en silencio, se allanó a hablar con Tribuna Andes, revista online que busca rescatar el espíritu de Don Balón y otras especializadas de la época. Allí, cuando Danilo Díaz le preguntó por Bielsa, el Matador contestó:

“Cuando dicen que Bielsa no dejó nada es porque no lo tuviste... o estái cagado de la cabeza”.

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