En la memoria de los hinchas franceses sigue fresco el recuerdo del Mundial que organizaron en 1998. Aunque pocos saben que mientras Didier Deschamps estaba levantando la copa tras vencer a Brasil por 3-0, Kylian Mbappé todavía estaba en la panza de su mamá, Fayza Lamari. Su fecha de bienvenida recién sería el 20 de diciembre de aquel año.
La ciudad de Bondy, a 8 kilómetros al este de París, sería el lugar que acogería su infancia. Uno de los sectores más pobres de Francia con un índice de desempleo del 19% y donde el fútbol suele ser la única vía de salida.
Como era de esperarse Kylian creció pegado a un balón. Todo con el objetivo de convertirse algún día en el mejor de todos. "Nunca jugó en su categoría. Siempre vimos que tenía cualidades pese a su corta edad. Tuvimos otros buenos jugadores en el club, pero Kylian es un meteorito", recalcó Athmane Airouche, el presidente del club Bondy quien formó al delantero antes de que se fuera al Mónaco y posteriormente al PSG en 180 millones de euros.
Pese a las estratoféricas cifras, en la previa al Mundial de Rusia aún no confiaban en las capacidades de este joven de 19 años. En especial por la pobre actuación que tuvo en la Eurocopa que organizó Francia el año pasado, donde dejaron escapar el título ante la Portugal de Cristiano Ronaldo. Su ídolo desde pequeño.
Pero las críticas no dañaron a "Donatello", como lo apodan de cariño en su círculo más cercano. Con la "10" en la espalda demostró desde el primer minuto en Rusia que estaba para cosas grandes.
Si la misma prensa de su país se rindió ante sus pies al ver a su nuevo fenómeno, superando incluso lo hecho por Thierry Henry, Michel Platini y Zinedine Zidane.
Sin techo
Mbappé logró callar a aquellos escépticos que dudaban de él haciendo lo que mejor sabe: hablar dentro de la cancha. Hábil con la pelota, capaz de cruzar la cancha a 32,4 km/h y letal dentro del área rival. Si incluso se dio el lujo de acabar con el sueño mundialero de Messi, Sampaoli y compañía.
Rendimientos que al final le permitieron ganar su primer mundial y convertirse en el segundo goleador más joven en este tipo de competiciones.
"Mi objetivo desde el comienzo era ganar la Copa del Mundo. Es la vida que queríamos. Estamos orgullosos de hacer felices a los franceses. Siempre dije que no quería estar solo de paso por el fútbol. Ser campeón mundial es enviar un mensaje. Tengo sueño fácil, pero no me voy a dormir. Vamos a celebrar. Después volveremos a trabajar en unas semanas. Esto es un pasaporte para seguir cumpliendo nuestros objetivos", confesó ante las cámaras de la transmisión FIFA con una sonrisa que nadie puede quitar.
Es que Mbappé sabe que en esta vida nadie te regala nada. Por lo mismo sigue pensando a futuro. Sin un techo ni un cielo que le impida cumplir aquellos sueños que trazó en ese humilde nido donde se formó.