El centrodelantero argentino demoró poco menos de una década en debutar en primera división. Recién con 28 años, Atlético Tucumán le abrió esa puerta. Antes, acumuló un par de tristes experiencias —en Newell’s, Italia y Uruguay— y recorrió casi todos los pastos de segunda y tercera categoría en Argentina para convencer. Ahora es ídolo, máximo goleador de los cruzados y, de no pasar nada extraño, pentagoleador del fútbol chileno.
A medida que Branco Ampuero avanza sin prisa con la pelota, un arranque por banda derecha aparentemente tan lento como anodino, él, estacionado al borde del área grande, alborota las manos hacia adelante. Una, dos, tres veces. El mensaje es claro: lo invita a que desborde, a que lo busque por arriba. Parece decirle, además, que él se encargará del resto. Mientras tanto, se mide con el #2, relojea al #13, avanza tres pasos y se ubica exactamente entre ambos, formando una línea recta con el último hombre y el stopper derecho de los azules, procurando no caer en offside a la espera del desenlace. Ampuero hace caso, recorre unos diez metros sin que nadie se acerque a atajarlo. De pronto, levanta la pelota.
Es el sábado 18 de mayo, tarde de Clásico Universitario y, hasta ahora, sesenta minutos, Fernando Zampedri ha entrado poco en juego. Acostumbrado al roce y al combate, ha hecho lo suficiente para notificarles a Matías Zaldivia, Franco Calderón y David Retamal —zagueros de Universidad de Chile, sus contrincantes de turno— que está allí. Pero los que aparecen en las fotos esta vez son los jóvenes Gonzalo Tapia y Alexander Aravena, escuderos suyos en los metros finales.
Tampoco hay por qué preocuparse. Esto le ocurre a menudo a Zampedri, y no sólo en Universidad Católica, donde es protagonista de casi todos los partidos y, con justicia, el jugador más adorado desde que lo oficializaron el último viernes de diciembre de 2019. La instrucción entre los defensores, imaginamos, debe ser no concederle espacios.
El “Toro” cuenta de a cientos los partidos con la misma historia (y spoiler, idéntico final): en Atlético Rafaela, en Sportivo Belgrano, en Crucero del Norte, Guillermo Brown, Boca Unidos, Juventud Unida, Atlético Tucumán, Rosario Central. Largo viaje, a ratos dramático, que incluye pasos con más o menos éxito por la tercera, segunda y primera categoría del fútbol argentino. A la élite, en la práctica, recién la tuvo al alcance a pocos días de cumplir 28 años. Antes, incluso se convenció de dejar la actividad.
Sin embargo, son momentos como éste los que hicieron de él, con el tiempo, un delantero de cuidado.
Orgullo entrerriano
Para ser justos, en la carpeta de Juventud Unida figuraba primero y subrayado el nombre de José Sand, implacable goleador de pasado en River Plate, Lanús, La Coruña o Racing, que entonces, en 2014, rompía redes en Boca Unidos de Corrientes. La ilusión del cuadro gualeguaychense se sostenía en la amistad que mantenía el “Pepe” con Norberto Acosta, entrenador del primer equipo, del tiempo que compartieron como compañeros en River. “Pero era imposible”, aterriza Bernardo Itkin, periodista de radio Máxima de Gualeguaychú. Cuestiones económicas y su deseo de regresar a primera división fueron los argumentos del ariete. De todos modos, en la misma charla “recomendó a Fernando Zampedri”, que había sido su suplente la última campaña. “Dijo que era un fenómeno”. Juventud Unida ya lo había enfrentado antes, cuando el “Toro” jugaba en Guillermo Brown de Puerto Madryn y se coronó goleador del Argentino A. “Incluso”, cuenta Itkin, “Fernando le convirtió un gol a Juventud”, de modo que se le hizo una oferta.
Lo demás lo cuenta él:
—Fue mutuo el acercamiento, la relación entre Fernando Zampedri y Juventud Unida. Acá volvió a recuperar la sonrisa después de ese año en el que poco jugó en Boca Unidos. Pocos lo recuerdan, pero era el cuarto delantero después de un muy buen paso que había tenido en Guillermo Brown de Puerto Madryn. Acá, como que volvió a resurgir. Se transformó en el goleador histórico en una sola campaña. Hizo una temporada realmente interesante, importante y que, bueno, hasta el día de hoy, no ha sido superada: hay que decir que jugó 38 partidos y convirtió 25 goles. Realmente formidable, es el máximo goleador desde que el plantel comenzó su participación en torneos nacionales de Argentina, y es una cifra difícil de superar. Por eso digo, la química que hubo, la relación. Él se sintió cómodo aquí en Gualeguaychú y ahí está el porqué, cada tanto, recuerda el paso por Juventud Unida. Fue el trampolín para lo que vendría después.
Un futuro que vaticinaban todos los que lo vieron en el Estadio de los Eucaliptos: “Sabíamos que iba a llegar lejos”, confirma Itkin, “por todo el profesionalismo, toda la importancia que le dedicaba a su entrenamiento. Por ahí, no sabíamos que iba a escribir esa historia en la U. Católica, pero ahí encontró su lugar en el mundo como acá en Gualeguaychú, fueron dos lugares donde se sintió muy cómodo y por eso llega a esta instancia de convertirse en leyenda”.
Elías González, gerente general del club, piensa igual:
—Estamos atentos a lo que está haciendo Fer por allá. Lo recordamos en cada charla futbolera. Es uno de nuestros orgullos.
La bomba tucumana
—No nos equivocamos —alardea del otro lado Silvio Nava.
Historiador, jefe de prensa y directivo de Atlético Tucumán, recuerda cómo en noviembre de 2015, recién ascendidos a primera división, acudió junto al presidente del club, Mario Leito, y al DT, Juan Manuel Azconzábal, a la gala de los premios Alumni, ceremonia en la que el círculo de directivos y exdirectivos del fútbol argentino recompensa a los mejores del año. En la mesa de al lado esperaban sentados Fernando Zampedri y su representante. Zampedri, con veinticinco goles en Gualeguaychú, estaba ahí para recibir el galardón a máximo goleador de la Primera B Nacional, como le llaman los argentinos al ascenso. Entonces, “nos paramos en un momento para saludarlo” y, sin perder tiempo, “le planteamos la posibilidad de que vistiera los colores de Atlético la temporada siguiente”. Las tratativas continuaron hasta que, una mañana de enero de 2016, el “Toro” estampó su firma. Allí, al noroeste argentino, en la provincia de Tucumán, mayor productora de limones del mundo, con 28 años a cuestas, el delantero debutaría al fin en primera división.
Nava resume así su paso: “Fernando, en su primer partido oficial, en la primera fecha de aquel torneo, le convierte un gol a Racing en el triunfo 2 a 1 y, bueno, ahí comienza su carrera en Atlético, donde siempre que le tocaba jugar convertía o estaba cerca de hacerlo. Se ganó el cariño de la hinchada, el hincha de Atlético Tucumán lo ama muchísimo”.
Ese año, el Decano remató tercero de la zona 2 con 30 puntos y quinto en la tabla general. Nueve triunfos, tres empates y cuatro derrotas, que le permitieron clasificar a la primera Copa Libertadores de su historia. Y en esa Copa Libertadores, la temporada siguiente, ocurrió la magia, ese momento único, el partido que ata para siempre a un fanático y al jugador, la hazaña de Quito, cuando “Atlético Tucumán venció todos los imponderables que le iban apareciendo”. El martes 7 de febrero de 2017, revancha contra El Nacional en la altura de Quito, a la delegación tucumana la hicieron bajarse de un avión chárter “a punto de carretear y de despegar” desde Guayaquil, Silvio Nava debió conseguir los pasajes justos de una empresa aérea comercial, subieron a un ómnibus “a 120 kilómetros por hora en todo lo que era la ciudad de Quito”. Llegaron sobre la hora del partido, sin ropa ni botines, ni siquiera pudieron precalentar. Debieron conseguir deprisa la indumentaria de la selección argentina juvenil que, por suerte, disputaba esos días el Sudamericano sub 20 en Ecuador.
—Atlético Tucumán es el primer club en la Argentina en ocupar la camiseta celeste y blanca —saca pecho el directivo—, así que para nosotros fue una señal del destino que la selección argentina, nada más y nada menos que la selección argentina, nos haya prestado las camisetas para poder jugar ese partido.
Fernando Zampedri, con la #9 que usaba normalmente Lautaro Martínez —ahora ídolo del Inter de Milán y campeón del mundo—, convirtió el único tanto del compromiso, cabezazo bombeado entre los centrales, especialidad de la casa, el Decano hizo historia y avanzó a la tercera fase del certamen, donde más tarde eliminaría a Junior de Barranquilla para meterse en fase de grupos.
“Salí corriendo, que era lo peor que podía hacer en ese momento, pero me había nublado”, se sinceró después el “Toro” en el libro La hazaña de Quito, que escribieron el propio Silvio Nava y Rodolfo Gerez. Cuando sus compañeros le pidieron que frenara, por la altura, se arrodilló en el césped, miró al cielo y se tocó la cabeza, como recién cayendo en cuenta de lo que pasaba. Al levantarse, unos segundos más tarde, se persignó y tiró unos besos al aire. “Pensaba en mi familia, en mis compañeros que no pudieron jugar esa noche, en la gente que no pudo ir a la cancha porque quedó en Guayaquil, en los hinchas en Tucumán, en todo”.
—A Fernando nadie le regaló nada —reflexiona Nava—: siempre fue pura voluntad, una persona muy humilde que todo se lo ganó por su sacrificio, su trabajo, su esfuerzo, su familia, sus amigos, por la gente que lo rodea, siempre bien aconsejado. Una persona con una fuerza de voluntad superior a lo que normalmente uno se encuentra. Estoy muy orgulloso de que haya vestido nuestra camiseta y muchos de nosotros soñamos con que algún día vuelva.
Revancha en Rosario
De Chajarí, municipio ubicado en la provincia de Entre Ríos, interior del interior de Argentina, con trece años a Fernando se le presentó la oportunidad que todo chico de allí sueña, y que sólo él y Facundo Roncaglia pudieron cumplir: jugar en un cuadro de primera. En la pensión de Newell’s Old Boys, sin embargo, se estrelló contra la realidad del joven futbolista. Había que ganarse un lugar de entre cincuenta o más niños que, como él, venían de todas partes a cumplir el sueño, acostumbrarse a vivir solo, lejos, a unos cuatrocientos kilómetros de sus padres. Competir. Y seguir compitiendo. Pero en esa competencia, prácticamente no jugó. “¿Vos sabés que en todo el año no me puse nunca la camiseta?”, lamentó en una entrevista con El Mercurio. “La infancia del fútbol pasó de un día a otro de ser tan linda a ser cruel”. Al cabo de un año, estaba de regreso en Chajarí. Le dijeron que no fuera más.
Zampedri lo intentó después en Italia, tres meses de 2007 en el Venecia, pero sin papeles se le hizo muy difícil. Lo mismo le ocurrió más tarde en Uruguay, cuando convenció al gerente de Juventud Las Piedras. Luego de siete meses sin respuestas, un día a la noche apareció por sorpresa en casa de su padre, don Jaime, y le comunicó su retiro oficial del fútbol. Ya decepcionado, o tal vez cansado es lo correcto, prefería trabajar con él. Dijo eso y sin embargo apareció Atlético Rafaela, la oportunidad que lo cambió todo.
En 2017, más o menos a una década de su frustrado retiro, “Rosario Central estaba buscando un delantero de jerarquía y, la verdad, en todo el fútbol argentino se hablaba de que Zampedri era un gran jugador, se lo veía ya como uno de los mejores delanteros en ese momento”. Lo dice Javier Cigno, periodista de Rosario Deportes y Zapping, que cubrió de cerca todo ese período del “Canalla”. “De hecho, Central le gana la pulseada a uno de los tradicionales e históricos grandes que es Racing, que también estuvo ahí cerca de llevárselo”.
Desde Tucumán, Fernando Zampedri regresó a Rosario, pero al club de la vereda del frente, ahora con veintinueve años, un centenar de goles y ganas de demostrar. Ganas de revancha. En el relato de Cigno y el de otros periodistas, compañeros, se puede percibir lo mismo: que era uno de los pilares del equipo. “Fue el goleador en la Superliga y casi siempre uno de los delanteros titulares. En general, siempre se le vio bien, porque siempre cumplió con lo más importante, que era hacer goles”.
“El mayor hito”, sin embargo, “fue la Copa Argentina”. Cuenta el periodista que Rosario Central “cuando la gana en 2018, con Zampedri como figura, llevaba veintitrés años sin ganar un título, que fue la Conmebol en el ‘95″. En contexto, la Copa Conmebol fue una competición que se realizó entre 1992 y 1999, que tenía un formato muy similar al de la Copa Sudamericana previa a los grupos. “Imagínate, ¡veintitrés años después!, que sea gran figura en un título, marca que obvio fue su mejor momento en Central”.
En realidad, el más recordado de esa campaña suele ser el arquero Jeremías Ledesma, “porque el equipo ganó cuatro de las seis eliminatorias por penales y Ledesma siempre contuvo uno o dos”, pero “Zampedri también fue vital”, tanto que inclusive “eclipsó al que es el máximo goleador y artillero histórico del club, Marco Ruben”.
Además, el “Toro” completó su revancha más personal: en cuartos de final, Rosario Central fue emparejado contra Newell’s Old Boys, clásico rosarino, el que “se dice que es el clásico más pasional del país”, y “Zampedri hizo uno de los dos goles con el que Central avanzó a las semifinales”. En efecto, el delantero convirtió el 2 a 0 para el “Canalla”, que ya ganaba con un tanto de Germán Herrera. La “Lepra” decoró el resultado recién en los descuentos. Después, “en la semifinal —contra Temperley— anotó un gol de cabeza” y “en la final”, ante Gimnasia y Esgrima de La Plata “hizo también el gol, terminó 1 a 1 y Central fue campeón por penales”.
Con un paso “de bueno a muy bueno”, Zampedri dejó Rosario Central en diciembre de 2019 para recalar, en principio a préstamo, en Universidad Católica.
El resto, hoy sobre todo, es historia.
Polaroid de una chilena memorable
La pelota viene a media altura. Ampuero, después de todo, es un aguerrido defensa central, los centros no son su fuerte. El nueve argentino lo constata en el aire. Porque la pelota no sólo viene a media altura, sino que además lo pilla algo a trasmano. Pero Franco Calderón —el #2 azul— calcula mal, da un paso adelante y queda corto, no logra cambiar su dirección con la cabeza y Zampedri, por lo visto, lo intuía. En una fracción de segundo debe haberlo pensado. Años de experiencia al servicio del espectáculo: al detener oportunamente la imagen, se nota que antes de que la pelota cruce la línea del área grande, ya había despegado, y que había despegado buscando la chilena.
Él, después de dejar recostados a David Retamal y Gabriel Castellón, haberse sacado la camiseta y un peto negro, celebrado casi tres minutos y recibido una amarilla, dirá:
—No, bueno, es la confianza que me tengo, Jorge —a Jorge Cubillos, periodista de cancha de TNT Sports—, vi que no llegaba el central y me quedaba un poco atrás, así que tiré la chilena, media chilena. Y siempre busqué que se le abra al arquero, así que fue un golazo.
Antes, Fernando Zampedri había gritado otros 108 goles con la camiseta cruzada. Luego, lo sufrieron Cobreloa (2), Unión La Calera (2), Ñublense, Audax Italiano, Huachipato, Cobresal, Deportes Copiapó y nuevamente la “U”.
Hay para todos los gustos, de seguro alguno todavía más significativo para el hincha de la franja, pero éste, el 109 de la lista, por el contexto —clásico contra la “U”, que venía, además de puntera, invicta— y su factura —una genialidad, algo que sólo puede pergeñar un crack—, probablemente sea el mejor gol de su carrera y se repetirá como highlight de este idilio con facilidad en diez, quince o veinte años.
Y más.