El 15 de junio de 2003, en el Torneo de Apertura, Mauricio Cataldo decidió la eliminatoria entre la U de Conce y la “U” con una improbable rabona que se quedó grabada para siempre en el corazón de los futboleros.
Universidad de Chile, es cierto, no atravesaba un gran momento. En la temporada regular había cosechado apenas cuatro victorias y culminado en la novena posición, segundo del grupo B. Ocho empates y tres derrotas completaban la fotografía del cuadro que entonces dirigía Víctor Hugo Castañeda. La última vuelta olímpica que dieron los azules había sucedido tres años antes, y sus acérrimos rivales, Colo Colo y Católica, se habían repartido los últimos títulos desde que se instaló el formato de los playoffs. Con esa presión encima, para encarar el Apertura de 2003 el doctor Orozco resolvió deshacerse de los más experimentados y apostar por el recambio: se fueron, con algún grado de polémica, Sergio Bernabé Vargas, Pedro Heidi González, Cristián Castañeda, Pedro Reyes, Luis Chavarría y Marcelo Corrales. Y para liderar el nuevo proyecto, el cuadro universitario convocó al histórico delantero colombiano Faustino Asprilla, dos veces mundialista con su selección, con un exitoso recorrido por el Parma de Italia y el Newcastle inglés. La idea era que, con su experiencia, acostumbrado a toda clase de camarines y a las mañas de la profesión, el “Tino” asumiera un rol protagónico para encauzar a jóvenes prospectos como Waldo Ponce, Marcos González, Nelson Pinto o el mismísimo Mauricio Pinilla.
Pero la idea resultó a medias. Asprilla, salvo un golazo a Audax Italiano y otra aparición agónica para vencer a Universidad Católica, se fue más recordado por una curiosa arenga que dirigió los últimos días de mayo. Era un lunes y no podía participar por sus sempiternos problemas a la rodilla, pero de todos modos llegó para ver a sus compañeros, a quienes notó demasiado relajados, sin la intensidad que le hubiera gustado. De ahí que abandonó el lugar por unos instantes y acudió a su furgoneta, donde lo esperaba su novia Lina Cardona. Sacó una pistola, regresó al césped y disparó dos veces al aire. Corran, cabrones, para que seamos campeones, dicen que gritó.
Como sea, la “U” logró llegar a playoffs. Pero allí, de golpe, se encontró de frente con el elenco revelación del torneo: la Universidad de Concepción de Fernando Díaz. Claro, revelación porque se trataba de un cuadro sin demasiada historia, que diez años antes ni siquiera existía, y que en su primera temporada en la Primera División remató líder del Grupo D, por sobre Universidad Católica y Colo Colo. Para lograrlo, el “Nano” reunió un plantel de picados: futbolistas experimentados en posiciones clave y promesas desechadas por cuadros grandes que buscaban su revancha a como dé lugar. En ese último lote, el “Mago” Jorge Valdivia. Y aguardando su oportunidad, habitualmente desde el banquillo, un tal Mauricio Cataldo.
La rabona que pudo cambiar todo
El 31 de mayo se jugó la ida en el Estadio Nacional. Como se sospechaba, fue un encuentro parejo, trabajado, que pese a las opciones de lado y lado, acabó sin goles. No hubo mucho más que destacar o qué decir. Aparentemente se estaban guardando todo para Collao.
Entonces, hace exactos 20 años, un domingo, Universidad de Concepción y Universidad de Chile ofrecieron el mejor partido del campeonato. Los noventa minutos reglamentarios terminaron con tres goles para cada uno. El Mago Valdivia abrió la cuenta temprano, a los 6 minutos, y Cristián Mora, uno de los pocos veteranos que se quedaron en el Caracol Azul, igualó mediante los doce pasos a los 22. Luis Pedro Figueroa y Rodolfo Moya anotaron el 2 a 2 con el que se fueron al entretiempo. Y en la segunda parte, un certero cabezazo de Marco Olea para los locales y un torpe autogol de Rodrigo Rain decoraron el marcador definitivo.
Sin la regla del gol visitante en ese torneo, lo que seguía luego del pitazo final era el ya inexistente gol de oro. Para quienes no lo conocieron, se trataba de un sistema de desempate también conocido como muerte súbita: el que anotaba en la prórroga se llevaba la victoria.
Mauricio Cataldo había ingresado en el minuto 73 en reemplazo de Ricardo Viveros. Era un talentoso volante de creación que llamó la atención desde su debut con Audax Italiano unos años antes. Tenía gol, gambeta, potrero, tierra en los bolsillos. Digamos, las cualidades adecuadas para triunfar. Años después, él diría que incluso tuvo opciones para llegar a cuadros grandes —jugó en Cobreloa— y que lo intentaron llamar un par de veces a la selección. Pero había un problema mayor: su alcoholismo. Por eso, en 2003 era apenas suplente de la U de Conce.
Cataldo recuperó la pelota cuando el tiempo marcaba 95 minutos y 28 segundos. Anticipó al lateral derecho de los azules, Baltazar Astorga, y ya sin marca, trepó lentamente por ese carril. Cuando llegó al vórtice del área grande, completamente solo, lo esperaban para cabecear Marco Olea y Ariel Segalla. Lo lógico, desde esa posición y con todo el tiempo a su favor, era buscar el centro. Los miró de reojo. Johnny Herrera, dueño del pórtico azul, también.
En las imágenes se puede ver que Superboy, como le apodaban en esos años aunque a él no le gustara nada, dio dos o tres pasos hacia el frente tratando de adivinar dónde podría caer el centro de Cataldo y así interceptar el balón en el aire. Podemos imaginar que tenía armada toda la jugada en su cabeza, incluso lo que vendría después. Alguna salida rápida; por qué no, ser el artífice de un contragolpe mortal. Sin embargo, listo para el despegue, el esférico tomó otra dirección.
Dicen que Cataldo siempre practicó las rabonas. Rabona: método de golpeo al balón, en el que la pierna que remata pasa por detrás de la pierna que soporta el peso del cuerpo. Es poco común por su dificultad y considerada un lujo al que pueden recurrir sólo unos pocos. Uno de sus ídolos, a quien luego tuvo como DT, Claudio Borghi, era un especialista.
Vaya a saber uno lo que pasó por la cabeza de Cataldo en esos segundos. Porque claro, la decisión fue cuestión de segundos. Pero mientras todos esperaban el centro de zurda, Johnny Herrera, Olarra, Ponce, inclusive sus propios compañeros, el volante tenía pensado otro final: cruzó cuidadosamente la pierna derecha por detrás de la izquierda y ensayó una rabona bombeada hacia el arco. Cuando Herrera cayó en cuenta que su idea inicial ya no corría, era demasiado tarde. Como pudo, retrocedió unos pasos y se estiró para evitar una catástrofe. Pero el improbable disparo de Cataldo lo agarró desprevenido, y por mucho que extendiera sus brazos en el vuelo, la pelota ingresó como pidiendo disculpas al ángulo superior derecho.
De inmediato, sabiendo que había convertido el mejor gol de su carrera, tal vez el mejor de todos los tiempos de nuestro fútbol, Cataldo se sacó la camiseta 16 y corrió por toda la cancha, mientras algunos de sus compañeros todavía se agarraban la cabeza como sin poder creer lo que acababan de presenciar. El resto, claro, lo buscaba interceptar y felicitar por la locura que hizo.
La carrera de Mauricio Cataldo, sin embargo, pronto se estancó. La rabona es uno de sus bonitos recuerdos, pero no mucho más. De hecho, el volante decidió dejar de dar entrevistas. “Los tiempos viejos ya pasaron, ya no soy el mismo”, le contestó al diario pop, probablemente cansado de hablar sobre lo que pudo ser y no fue.
Tras su paso por el “Campanil” —que ese Torneo de Apertura 2003 quedó eliminado en semifinales frente a Colo Colo— lo intentó en Audax Italiano, Cobreloa, Unión Española y Unión San Felipe, entre otros. Pero él sabía que su vida nocturna no era compatible con el fútbol profesional. En 2017, en conversación con el Diario Concepción se sinceró:
“Tomaba todos los días, de lunes a domingo. Fue un golazo ese, yo le había pedido a Dios durante esa semana que me permitiera jugar y marcar un gol, pero no pensaba que podía ser de rabona. Siempre la entrenaba, tirando centros y todo, pero mi problema con el alcohol era muy grande. Me da lata, porque pude haber llegado lejos”.
Y añadió: “El alcohol me atrapó. Me llamaban a la selección y no quería ir, prefería buscar cualquier excusa para quedarme en la casa tomando. Cuando uno es cabro, cree que por jugar bien ya se las sabe todas, pero no es así. Imagina lo lindo que jugaba ese equipo de la U. de Conce en 2003, era tremendo”.
Finalmente, le comentó al matutino que nunca tuvo la oportunidad de conversar con Johnny Herrera sobre su tanto, pero sí guardaba una anécdota: “Un par de veces nos topábamos carreteando en Costa Varua en Santiago, pero yo llegaba y él se tenía que ir, porque todos lo molestaban”.
“Le decían ‘ahí viene tu papá Johnny’”.
Ficha del partido:
Universidad de Concepción 4: Carlos Ortega; Juan Carlos Ramírez, Diego Guidi, Rodrigo Rain, Andrés Oroz; Luis Figueroa, Freddy Segura, Juan José Ribera, Jorge Valdivia (73′, Ariel Segalla); Marco Olea y Ricardo Viveros (73′, Mauricio Cataldo). DT: Fernando Díaz.
Universidad de Chile 3: Johnny Herrera; Baltazar Astorga, Waldo Ponce, Cristián Mora (65′, Diego Rivarola), Rafael Olarra; Nelson Pinto, Marco González, Mauricio Donoso, Juan Pablo Raponi; Mauricio Pinilla y Rodolfo Moya (77′, Fernando Pierucci). DT: Víctor Hugo Castañeda.
Goles: 1-0, Jorge Valdivia (5′); 1-1, Cristián Mora (22′); 2-1, Luis Figueroa (41′); 2-2, Rodolfo Moya (44′); 3-2, Marco Olea (63′); 3-3, Rodrigo Rain (81′, autogol). Gol de oro: 1-0, Mauricio Cataldo (96′).
Árbitro: Guido Aros.
Amarillas: Jorge Valdivia y Ribera (UdeC); Ponce, Olarra y Pinto (CH).
Estadio: Municipal de Concepción.