Por un momento lo imaginaron, poco menos, bajando de un helicóptero, en medio de confeti y con una alfombra roja a sus pies. Es que no sólo en Brasil, sino en gran parte del universo, la fe en que el Scratch iba a lograr el hexacampeonato en Rusia era más grande que el pan de azúcar, y obviamente en esa cruzada Neymar estaba llamado a ser el pastor.
Pero la Verdeamarela decepcionó. Y el día en que Bélgica le quitó el sueño mágico, también a "Ney" se le vino el mundo abajo. Entonces no hubo ni helicóptero, ni papel picado ni alfombra roja.
Sin embargo, no por eso el "10" del PSG pasó desapercibio el fin de semana pasado en su arribo al Instituto Projeto Neymar Jr., el lugar donde por tercera vez consecutiva se realizó el torneo de "fútbol cinco" que lleva el nombre del astro brasileño y en que además del equipo chileno de hombres por primera vez también hubo uno de mujeres, luchando por gloria.
De carne y hueso
Neymar mira por la ventana del edificio que da a las tres canchas, donde durante dos días equipos 62 países participaron en un torneo simultáneo organizado por Red Bull, buscando llegar lo más arriba en Praia Grande, la ciudad que acogió al capitán del Scratch cuando le daba pelea a la pobreza.
En las galerías del recinto hay cientos de niños, que lo claman como si fuera una estrella del rock. Todos pertenecen a las escuelas que asisten a su fundación, donde aparte de deportes se les ayuda en lo académico y la salud.
De pronto, "Ney" baja y se mezcla entre sus familiares, la prensa, los flashes y los jugadores de todos los países no sólo para ver la gran final del campeonato, donde juegan cinco contra cinco y por cada gol en contra el equipo que lo recibe pierde un jugador.
Al final, México fue el vencedor en los hombres y Brasil, era que no, en las mujeres. Y es ahí donde el ídolo se hace de carne y hueso. Y no sólo entrega medallas y copas a los monarcas 2018, sino que también juega una pichanga inolvidable contra los afortunados, que más que el premio atesorarán la selfie respectiva para la eternidad.
De corto y con zapatillas, Neymar se mete a la cancha. Desde afuera todos le gritan, incluyendo los chilenos que no pasaron la primera fase. Hace lujos, de pronto le agarra el celular a un chino que lo mira embobado y le regala una foto, pero el estadio se termina de venir abajo cuando mete a chutear la pelota a Davi Lucca, su hijo más rubio que el sol.
Medio en talla, medio en serio, el ídolo juega, pero deja que todos los goles los haga el primogénito. Y acá no se tira al suelo como en Rusia, ni recibe críticas por estar más preocupado del corte de pelo. En el campeonato de Red Bull todo es alegría y ya cuentan los días para la edición del 2019.