Por pergaminos, por historia y por la valoración del plantel, Croacia es objetivamente menos que Francia. El equipo de Deschamps lo tiene todo: El jugador joven más valioso del planeta, Mbappé. El otro delantero de moda que quería el Barcelona, Griezmann. Cuenta con un mediocampo perfecto con Kanté, Pogbá y Matuidi. La defensa la encabeza el multicampeón de Champions Varane y su arquero, Lloris, ha sido de los mejores del campeonato.
Más encima, han llegado hasta la final ganando todos los partidos con relativa facilidad, hasta sobrando a los rivales, diría... y tienen un día de descanso extra para enfrentar a un equipo que tuvo que jugar alargue en todos sus partidos.
En cualquier otro deporte, con estos antecedentes, sería imposible apostar por Croacia. Pero porque esto es fútbol, el único deporte donde realmente cualquiera le gana cualquiera, es posible ilusionarse con la sorpresa. Y, porque no, abanderizarse por ellla.
Es lo más normal que hay tomar partido por Croacia. Más allá del talento de Modric, de la calidad de Rakitic y de la entrega de Mandzukic, creo que es normal identificarse por el desvalido en la medida que van cayendo los afectos cercanos.
Al no estar Chile, al ir cayendo las banderas latinoamericanas, al ir quedando en el camino las influencias como España e Inglaterra, lo natural es tomar partido.
Y un equipo que tiene su fuerza en lo colectivo, que está reescribiendo la historia, que tiene como principal característica la lucha y que enfrenta al gran favorito en la final suena por este lado del mundo una película bastante conocida. Que tuvo un par de episodios el 2015 y 2016, je... Cómo no aplaudir a Croacia.