El joven de 17 años fue diagnosticado con un mal hereditario y degenerativo que le arrebató, por ejemplo, su sueño de ser futbolista como su padre. Es “clínicamente ciego”.
Al margen de que le puso punto final a su carrera hace ya casi once años, los goles de Michael Owen permanecerán por siempre en la memoria de los peloteros ingleses. Ganador del Balón de Oro en 2001, el killer debutó con la camiseta del Liverpool en 1997 y de inmediato ganó notoriedad por su arsenal dentro del área. De hecho, eso le permitió estrenarse apenas con 18 años en la selección mayor en un amistoso contra Chile, aunque aquella noche fue opacado por la figura de un tal Marcelo Salas. Como sea, conocido como el Golden boy, se cansó de convertir en Anfield y, tras un corto pero provechoso paso por el Real Madrid de Los galácticos, desfiló por Newcastle, Manchester United y Stoke City, donde se decantó por dejarlo.
Ya alejado de las canchas, sin embargo, al contrario de lo que uno pudiera adivinar, Owen no ha podido llevar una vida del todo tranquila. Fundamentalmente por la situación que atraviesa su hijo. Hace unos días, el exdelantero se desahogó en una entrevista con el Daily Mail y dejó al descubierto la enfermedad incurable que padece James.
El joven de 17 años está diagnosticado desde que tenía ocho con la enfermedad de Stargardt, una patología hereditaria y muy poco común que provoca una distrofia en la parte central de la retina. En otras palabras, fue declarado “clínicamente ciego”.
“Si pudiera darle mis ojos y hacer un intercambio, lo haría, pero son las cartas que le han repartido y no tiene sentido regurgitarlas durante toda la vida”, lamentó, muy emocionado, el exfutbolista de 44 años.
Enseguida tomó la palabra el propio James para entregar su testimonio: “Cuando era más joven, realmente sentía lástima de mí mismo. Pensé: ¿por qué yo? No puedo conducir, no puedo hacer esto, no puedo hacer lo otro… Pero estar molesto por esto no va a cambiar nada, así que mejor sigo adelante”.
Es más, su sueño era ser futbolista como su padre, pero no había manera. “La gente espera que me dedique al fútbol y solía disfrutarlo mucho. Pero estaba llegando a un punto en el que era demasiado difícil saber dónde estaba la pelota. Realmente dejé de disfrutar con el juego porque quería ser el mejor”, explicó el joven.
Aun así lo más terrible, coincidieron ambos, ocurrió en la infancia de James. Entonces, le explicó Michael a Kathryn Batte, “el pobre niño tenía que ir al hospital cada dos minutos y tenía que quedarse allí, siendo valiente, mientras le metían cosas en el ojo”.
“Le picaban los ojos y gritaba de dolor”, añadió, “pero he visitado muchos hospitales a lo largo de mi vida y he visto a muchas personas menos afortunadas, así que hay que ponerlo todo en perspectiva”.
Owen, que estrenará junto a su hijo el documental Football is for everyone el próximo 30 de enero, cerró así:
“A todo le saco el lado positivo. Tengo mucho de qué enorgullecerme porque James se ha convertido en un muchacho brillante”.