"El principio es la mitad del todo" (Pitágoras)
La casa se encontraba frente a un espacio público pequeño y descubierto en el que se hacían gran cantidad de actividades. En ella vivía el pequeño Lucas y su familia. Era el segundo de tres hermanos y con tan solo nueve años guardaba ese secreto hacía ya varias semanas; aquella cita clandestina que se producía cada siete días era tratada con discreción máxima por parte del infante. Ese sábado, como había acostumbrado los últimos ocho meses, iniciaba impostergablemente aquel ritual.
-Madre, después de desayunar saldré como todos los sábados a jugar -dijo el pequeño.
-¿A qué juegan tanto ustedes? Estás llegando todos los sábados cuando ya oscurece -respondió su madre con acento de incredulidad.
-Solo jugamos al fútbol con unos amigos de los edificios del frente.
-¿Y no se cansan de correr todo el día tras una pelota? -replicó su madre.
-Sí, mami, cuando eso ocurre nos sentamos en la cuneta y en una botella plástica preparamos un jugo en polvo, lo tomamos comentando las jugadas, nos reímos, discutimos y una vez recuperados volvemos a jugar.
El muchacho pertenecía a una familia precaria, las carencias eran parte de la cotidianidad, lucía siempre la misma ropa, sin importarle siquiera eso, el desayuno solía ser el mismo, el almuerzo giraba entre dos o tres menús bastante austeros, luego alguna fruta y de la cena ni hablar. Su entusiasmo era especial aquel día y a pesar de correr el riesgo siempre de ser descubierto, su corazón latía, su sangre corría fuerte: era el momento de su cita con la que había soñado toda la semana. A ratos lamentaba mentirle a su madre, pero sabía que ella no le permitiría formar parte de ese encuentro.
-Adiós, mami, nos vemos más tarde. Voy a jugar con los niños.
-Cuídate, pequeño, y no corran tanto, no quiero curar tus rodillas a la vuelta -respondió la madre haciendo alusión a lo usual que eran las heridas y los rasmillones al jugar en el cemento.
Al salir de su casa Lucas corría intensamente como queriendo alejarse rápido de ese lugar. Avanzada tres cuadras, el cansancio lo invadía y empezaba a caminar, quedaba aún un largo viaje. Eran por lo menos un par de horas caminando, por eso había que salir temprano pues la cita empezaba después de almuerzo y terminaba a la hora en que aquellos niños con mejor suerte que él cenaban en sus casas. Eran calles peligrosas, él parecía no entender a lo que se exponía.
Definitivamente jugar al fútbol con los niños hubiera sido mucho menos riesgoso. Debía cruzar un parque donde muchos niños jugaban y los viejos descansaban en esas deterioradas bancas públicas y daban de comer a las palomas. Cuando el tiempo lo permitía, Lucas descansaba junto a ellos y los escuchaba por algunos minutos; recuerdos, solo eso, ¿qué más te entrega un viejo? Luego tomaba aire porque quedaba un largo trayecto. A medida que avanzaba desaparecían las caras conocidas, el paisaje se llenaba de extraños y, a pesar del miedo, la ansiedad era más fuerte y le permitía ignorar lo intimidante del lugar. Lucas caminaba, sabía que sin un centavo no podía abordar un microbús aunque muchos lo hacían. Transcurrían los minutos y se sumaban los pasos, el objetivo ya estaba cerca, lo más fatigante de aquella caminata no era el cansancio físico sino el psicológico, eso que invadía su mente a cada segundo, las sensaciones se mezclaban en su cabeza, la alegría y ansiedad de acudir a la cita contrastaba con la culpabilidad y el miedo de mentirle a su madre.
Continuará....