Alcohol y heroína: así fueron los dramáticos últimos días de Philip Seymour Hoffman

El ganador de un Oscar y de varios reconocimientos por roles de reparto, luchó durante años contra una adicción a las drogas que tuvo su último episodio la noche del 1 al 2 de febrero de 2014, cuando fue hallado sin vida en el baño de un departamento en Nueva York, a los 46 años.

A eso de las 11.30 de la mañana del 2 de febrero de 2014, el actor Philip Seymour Hoffman, fue hallado muerto en el baño del departamento en que vivía solo en Manhatann. Exánime, como el Marat de David con la mueca de la desgracia en los labios, era nada menos que el final anticipado por él mismo varias veces en vida.

Así pareció confirmarlo el informe del Jefe Médico Forense de Nueva York, quien detalló que el actor murió por “una aguda intoxicación por mezcla de drogas”. Una mezcla accidental, pero mortal, que incluía heroína, cocaína, benzodiazepina y anfetaminas. Una combinación de alto calibre.

Seymour Hoffman, un hombre celebrado por su talento en roles secundarios como el de Phil Parma, en Magnolia (1999), o el de Lester Bangs en Casi Famosos (2000), parecía evadir el reconocimiento. Habitualmente se mantenía alejado de las polémicas y ante todo, evitaba exponer a su familia. Era un hombre común, eso era lo mejor que tenía”, lo perfiló, breve pero elocuente, la fotógrafa Victoria Will, una de las últimas personas en compartir con él.

Pero Philip, hijo de un ejecutivo de Xerox y una jueza, en realidad buscaba mantener la distancia frente a la adicción a las drogas. Una sujeción que abrazó durante sus años de estudiante en la Universidad de Nueva York. “Probaba todo en la universidad, alcohol, drogas, me gustaba todo lo que pudiera conseguir, pero después empecé a sentir pánico, pánico por lo que iba a pasar con mi vida”, detalló en una entrevista con el programa 60 Minutos.

Seymour Hoffman

Por ello, apenas terminó, ingresó a un programa de rehabilitación. Luego logró enfocarse en su carrera, y poco a poco comenzó a destacar como un talentoso actor. “Philip canalizaba su personalidad adictiva en su trabajo”, explicó su amigo y colega Todd Louiso. También contó con el apoyo de su pareja, la diseñadora Mimi O’Donnell, quien lo acompañó, con idas y venidas, desde 1999.

Fue entonces que Seymour Hoffman comenzó a hacerse notar en roles secundarios. Tenía el suficiente tacto como para no opacar a la estrella de turno, pero a la vez destacarse; así lo hizo en filmes como Cold Mountain, El talentoso Señor Ripley, Patch Adams, Boogie Nights, y tantas otras, en que fue dirigido por directores de la talla de Cameron Crowe, Spike Lee, los hermanos Coen, y Paul Thomas Anderson, con quien trabajó en cinco de sus seis películas estrenadas hasta hoy.

Y así llegaron los reconocimientos. Obtuvo nominaciones al Emmy, el Globo de Oro, el Premio del sindicato de actores, el BAFTA e incluso el Oscar. Se llevó la estatuilla en 2005, por su protagónico en Capote, la película sobre el célebre escritor y periodista estadounidense, en los días que trabajó su obra cumbre, A sangre fría.

Pero aún así, la llamada de la adicción no lo abandonó del todo. “Nunca tuve interés en tomar con moderación, y no porque haya pasado tanto tiempo desde que lo hice significa que fue solo una fase; creo que eso es lo que soy”, reconoció a The Guardian. De alguna forma, sabía que volvería a recaer. Y así lo hizo en 2013, cuando reconoció a sus cercanos que había vuelto a inyectarse heroína. Desde allí, comenzó una espiral que lo llevó a la muerte.

ALMOST FAMOUS, Philip Seymour Hoffman, Patrick Fugit, 2000.
Casi famosos

Así, volvió a la clínica de rehabilitación. Pero de alguna forma, en él luchaban dos fuerzas; quienes vivían cerca de él, detallaron a la revista People que mientras estaba sobrio era un padre ejemplar, que salía a restoranes junto a su hijo Cooper, pero a la noche, salía a los bares a ahogar sus penas en el alcohol. Incluso, circulan historias de que el actor llegaba tan borrado, que habitualmente necesitaba ayuda para ingresar a su departamento.

Las cosas comenzaron a empeorar hacia 2014. Quienes lo vieron durante su paso en el Festival de Sundance ese año, notaron que rehuía de las entrevistas y a ratos parecía ido. Más aún, comenzó a beber tras las presentaciones de la obra teatral Muerte de un viajante, en que Seymour Hoffman descollaba. El dramaturgo David Katz, lo recordó en una entrevista citada por La Nación. ”Se sentía miserable, todas las noches decía que quería dejar el teatro”.

La última noche de un hombre común

“Sé que me voy a morir”, le comentó a sus amigos la última vez que lo vieron sobrio y con vida. De alguna forma, se ocupó en preparar el terreno. El actor vivía solo, pues tras una recaída, Mimi le había pedido irse de la casa, para evitar escenas incómodas. Pero, mantenía un régimen habitual de visitas y a menudo él mismo solía llevar a sus hijos a la escuela u a otros compromisos. Pero una mañana de domingo, no llegó.

Las cosas no iban bien. Una jornada, desde el set de Los juegos del hambre -su rol póstumo como Plutarch Heavensbee-, llamó a un periodista y solo fue capaz de decirle un puñado de frases de sentido. La madrugada del sábado, llamó a Mimi, pero ella declaró que Philip “sonaba drogado”. Se sabe que horas después, retiró dinero desde un cajero, y lo habría entregado a dos sujetos que le vendieron una carga de heroína. Estos fueron detenidos días más tarde.

Philip Seymour Hoffman

Horas más tarde, fue David Katz quien halló al actor sin vida y una jeringa clavada en el brazo. Ese mismo día, lo había contactado Mimi y le pidió que lo fuera a ver para saber si estaba bien. Según el dramaturgo, aunque era adicto, su amigo no tenía pensamientos suicidas.

“Fue adicto desde chico, y yo creo que pensó que como adulto con cierto poder y control podía tomar algo en su vida adulta y que lo iba a poder manejar. El cliché de ‘entró en un espiral autodestructivo’ no se aplicaba a él, Philip quería vivir”, explicó en una entrevista posterior a los hechos.

De alguna forma, Seymour Hoffman quería vivir, pero a su manera. En la piel de Lester Bangs, lo dijo en una línea de Casi Famosos. Cuando está sentado en el piso, mientras habla con su pupilo, William Miller, desde un pequeño teléfono rojo, y le advierte de las tentaciones de las luces y la fama. “Yo siempre estoy en casa -le dice-. Yo no soy cool”. Era un hombre común.

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