Se conocieron en 1946, cuando una exposición de su obra llevó a la poeta hasta Nueva York. Allí, la estadounidense decidió contactarla. A través de una carta comenzarían un vínculo que las uniría hasta la muerte de la Premio Nobel. "Es cosa muy seria el que se separen los seres", le escribió antes la chilena.
Es apenas un billete rojizo de cinco mil pesos, estampado con un rostro serio, como molesto al momento de que le tomaron la foto, pero que aun así intentó esbozar una leve sonrisa. Una mujer que, con su corto cabello hacia atrás, pareciera reforzar un mito plano, asexuado, apenas bidimensional. Quizá algo triste.
Pero es solo eso. Es una imagen que esconde toda una humanidad, a una persona de carne y hueso. Y durante décadas, en distintos ámbitos, hablar de la vida amorosa de Gabriela Mistral, profesora, poeta y ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1945, fue un poco un "escándalo", un secreto a voces que se omitía porque "no existían pruebas".
En conmemoración de su nacimiento (7 de abril), se puede decir de Mistral que desde hace ya un buen tiempo, los años han permitido que muchos archivos, antes ocultos, muestren las facetas de la artista alejadas del viejo mito entorno a ella. La poeta amaba y odiaba con intensidad, vivía y su corazón latía con fuerza.
Poniéndola en el contexto de su época, María Elena Wood, documentalista que estudió los últimos años de vida de la poeta, dijo a BBC Mundo en 2016: "Mistral provenía de una familia pobre del interior chileno, no tenía padre, era más alta de lo común y de rasgos indígenas, y tenía una personalidad conflictiva y fuerte. Por si todo esto fuera poco, era lesbiana".
Cómo empezó todo
Gabriela Mistral y Doris Dana, escritora estadounidense, construyeron durante años un profundo vínculo amoroso en la última parte de la vida de la chilena, el cual se empapó de celos, júbilos, inseguridades, deseos, distancias y una enorme confianza mutua.
"Doris, es cosa muy seria el que se separen los seres", le escribió Mistral una vez, en vista de que pasaban mucho tiempo en distintos lugares. "Eso está lleno de peligros, eso es un peligro constante. De tu lado, no del mío".
Esta relación solo con el paso de los años ha salido del campo de los rumores y las habladurías. En 2009, el semanario The Clinic puso en su portada una foto a toda plana de Gabriela Mistral y este titular irónico: "¡Era lesbiana! ¿Qué hacemos?". Ello después de la publicación de Niña errante, un libro póstumo con cartas que la poeta enviaba a Doris.
Se conocieron en 1946, cuando la profesora y poeta hizo una exposición de su obra literaria en el Barnard College, en Nueva York. En ese entonces, Mistral tenía 57 años y Dana 26.
Atraída por la chilena, Doris le escribió una carta que, en retrospectiva, sería decisiva en el destino de ambas: "Mi querida maestra…", partía el texto y se excusaba que su motivo era para una traducción. Aquel escrito inaugura una intensa correspondencia mutua que las unió hasta el último día de Mistral en la Tierra.
"Es muy bonito esto"
Con los años, se han publicado estas cartas que reflejan el profundo vínculo que existía entre Doris y Gabriela. Algunos extractos de estas conversaciones fueron rescatados en el documental de María Elena Wood, en Locas mujeres (2011), cinta que retrata la intimidad de ambas escritoras.
—Yo te quiero —le pregunta la estadounidense en una conversación—, ¿tú me quieres?
—No sé cómo tú te portes después, todavía no creo yo en ti— le responde Gabriela provocadoramente.
—¡Siete años y no crees! Siete años que estamos juntas —replica Doris y luego lanza una tierna frase—: Desde el 48. Es muy bonito esto, ¿no?
También hay momentos —retratados en las cartas de Niña errante— en que la chilena expresa la fragilidad que siente al tener tan lejos a Doris. "El infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días", le escribe.
Y, otra ocasión, le responde a la estadounidense: "En cuanto a tu miedo de perderme, tu falta completa de confianza, yo no me merezco eso, que me da un poco de cólera y un mucho de tristeza, casi de amargura. Yo no soy una sinvergüenza, no, mi amor, yo no soy eso que tú imaginas. Soy una desgraciada si tú sigues sin tener fe en tu Gabriela".
Abrazos, lluvias y vientos
El 22 de abril de 1949, cuatro años después de ganar el Nobel y ocho años antes de su muerte, la poeta le escribe a Doris:
—Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí.
Luego, en un español algo precario, la estadounidense le responde con una larga parrafada, tierna, apasionada, por momentos frágil también:
—Veo el cielo, recuerdo millones de cielos sobre la cabeza más querida en el mundo —arranca su manifiesto—. Y pienso "este mismo cielo toca a la cabeza de mi querida", y yo mando a ti un beso, un toque tierno y apasionado por las nubes que pasan, que tal vez van a verte pronto.
Y más adelante, continúa, lamenta no poder estar cerca de ella, pero se las arregla para encontrar consuelo con su imaginación:
"Y tengo celos de estas nubes que pueden verte más pronto que yo", dice. "Y el viento, el viento me abraza, y yo ruego al viento: 'Abraza a ella para mí, haga que ella, que es mi abrazo, tierno, y apasionado'. Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que estos, viento y lluvia, pueden abrazarte y besarte para mí".
El suspiro final
En otro diálogo, Mistral reflexiona sobre amores que solo son una ilusión, una triste fachada: "Las vidas que se juntan aquí, se juntan por algo. Y están esos encuentros que se tienen que fracasan, que se casan y ellos creen que se adoran y es fracaso…".
Ahí Doris le recuerda que es su aniversario. Ya llevan siete años juntas.
Luego, Gabriela remata el momento:
—Lindo… Hay que cuidar esto, Doris, es una cosa delicada el amor.
Tras la muerte de la autora de Tala (1946), Doris vivió cincuenta años más, hasta el 2006. Y mientras pudo, custodió celosamente, y hasta el último día, miles de documentos que la poeta no quiso publicar. Pero el escenario cambió ya con ambas fallecidas.
En una ocasión, en diciembre de 1948, la autora de Lagar (1954) le escribió a la estadounidense: "Cuando tú vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos".
Nueve años después, el 10 de enero de 1957, en Nueva York, su voluntad se cumplió, cuando ya daba su último respiro.