“¿Por qué dejar un lugar donde estaba aprendiendo a ser feliz o por lo menos acostumbrándome a las inevitables condenas de la vida? Posiblemente en algo se fracasa cuando uno se muda”.
Ayudé algunas veces a mis primos a cambiarse de casa. De niño recuerdo camionetas, el auto de mi papá repleto de cajas y bolsas. Ellos iban de un lugar a otro —tenían un departamento y una casa en Ñuñoa— por razones de dinero o comodidad. Siempre había un inmueble en arriendo y el otro lo habitaban. Pintábamos y poníamos papel mural al ritmo de The Beatles o The Doors, discos o especiales grabados por mi primo mayor de la antigua radio Concierto.
En este minuto estoy en plena mudanza y se me vienen a la cabeza esos recuerdos. Papeles murales, pintura blanca y música. Brochas, rodillos con palos de escoba y el aguarrás quemando las manos. Pasta de muro. Diario y cartón en el piso. Sombreros de papel. Botellas de vidrio de bebida y cerveza para palear la sed. Mi papá y yo armando camas. Órdenes del tipo “hay que correr este mueble para acá”, “anda a buscar un tarugo”, “el cuadro del gallo de la pasión va en el pasillo antes del baño”.
Nunca termino de acostumbrarme a estos trajines. En mi vida adulta me he mudado siete veces —incluyendo una fuera del país y otras dos fuera de Santiago— aparecen en mi mente como un borrón de amigos despidiéndonos o ayudando a subir refrigeradores y lavadoras a departamentos. El solo hecho de ver una caja me pone de mal humor. Siento que de alguna forma me he equivocado en algo. ¿Por qué dejar un lugar donde estaba aprendiendo a ser feliz o por lo menos acostumbrándome a las inevitables condenas de la vida? Posiblemente en algo se fracasa cuando uno se muda. En general, el vértigo de cualquier cambio es lo que nos hace sufrir, pienso, mientras veo que se llenan cajas y bolsas de basura.
Mi amigo Mario Mora dice que el gran problema es dónde dejar la biblioteca. ¿Hasta cuándo el karma de acarrear libros de acá para allá? ¿Hasta cuándo la obligación de reorganizar, no solo la biblioteca, sino que todo un hogar? Considero a esta situación como un trauma, es como renunciar de golpe a una idea y asumir de forma obligada a entender otra. Los espacios hablan por sí solos, como su contuvieran un discurso en sí mismos. Tanto aquellos de la casa nueva llenados con muebles, camas, libreros, cómodas y los abandonados, ya vacíos, fríos y secos, pasados a látex, cera, Lisoform o cloro, olores que piden que por favor devuelvan los meses de garantía. El agua de la ducha no sale tan caliente ni con la presión de antes. Y afuera, unas cuadras de cualquier barrio, que nos parecían insípidas al pasar en auto o a pie, poco a poco van cobrando familiaridad.