Desde las publicaciones que representaban el sentir de la clase media en pleno siglo XX, a las viñetas viralizadas en la era digital, la sátira política ha estado presente en la discusión del país, más allá de los momentos de crisis. En La Cuarta revisamos algunos hitos en ese vínculo entre prensa, poder y humor.
Fue en la niñez noventera, cuando Guillermo Galindo, hoy conocido por su firma de Malaimagen, conoció la sátira política. “Leí la revista Topaze, cuando venía con el diario La Tercera”, recuerda al teléfono con La Cuarta. “Recuerdo no haber entendido ningún chiste porque era muy chico, tenía como diez años. Pero me llamaban la atención los dibujos. Cuando agarraba el diario siempre buscaba las historietas”.
Se trataba de un ejercicio de nostalgia. Un intento por reflotar aquella legendaria publicación que marcó los días de la democracia clásica chilena, con caricaturas de presidentes incluidas, en un país que poco a poco retomaba la rica tradición satírica que acompañó la república desde sus primeros días.
En ese Chile cruzado por la guerra de las teleseries, celulares de palo y los viajes de Frei las publicaciones volvieron a los kioskos tras la censura que rigió durante la dictadura militar. “Al parecer el retorno de los políticos a las portadas y noticias, sumado al efervescente ambiente, lleva a muchos a plantearse, como una buena opción, al publicación de revistas en ese estilo”, detalla Moisés Hasson en su fundamental catálogo Sátira política en Chile (1858-2016), en que revisita la historia del género en el país.
“Chile tiene una tradición muy extensa de sátira política, han habido muchos y buenos autores a lo largo del tiempo y para mí es bonito que me vinculen con esa tradición, hay gente que me relaciona con autores consagrados -detalla Malaimagen-. Sin quererlo estoy, supongo, en ese grupo. Es una bonita forma de comunicación y decir cosas”.
Y además, el autor traza los rasgos que a su juicio definen al género. “La sátira política debe tener gracia, tiene que tener posición y tiene que ser lo más al hueso posible. Entonces cuando encuentro estos atributos en un autor me llaman la atención. Cuando la sátira política trata con liviandad o por encima los temas, se nota”.
Del burro a Su Majestad Champudo
Un viejo refrán sentencia que la pluma es más fuerte que la espada. Una afirmación que pese a su dramatismo, tenía sentido en los tumultuosos primeros años de la república chilena, cuando Bernardo O’Higgins, a la sazón Director Supremo, no solo debía hacer frente a la guerra contra los realistas y los costos de la expedición libertadora al Perú.
Además, el chillanejo debió hacer frente a una incipiente oposición, que poco a poco, se atrevió a cuestionarlo en los salones de palacio, los animados saraos en las casonas, y en la incipiente sátira política de la época.
Fue entonces que surgió un ataque tan ruidoso como el tronar de los cañones en Chacabuco y Maipú; una caricatura en que retrataba con particular saña al prócer chileno -como un burro-, además de los argentinos José de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón.
Entre los historiadores hay cierto consenso en señalarla como la más antigua del período republicano en ser documentada.
“Es muy conocida la primera caricatura política del Chile independiente, donde aparecen O’Higgins y San Martín, entre otros dirigentes, arreando a los ‘pueblos de Chile’ como un rebaño -explica el historiador y académico de la UMCE, Tomás Cornejo-. Se le atribuye a José Miguel Carrera, aunque parece que no hay certeza sobre su autoría”.
En su célebre artículo “José Miguel Carrera ¿mártir de los caricaturistas?”, el escritor y poeta Jorge Montealegre desarrolla la tesis de la mano carrerina tras el dibujo. Incluso, se anima a datarlo; propone que lo realizó durante su exilio en Montevideo, entre las muertes de sus hermanos Juan José y Luis, además de Manuel Rodríguez (abril-mayo de 1818), y la renuncia de Pueyrredón como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata (junio de 1819).
Desde esos días, la sátira se volvió un recurso más en la lucha entre las facciones. Tras la abdicación de O’Higgins, los insultos y versos satíricos llenaban páginas en periódicos de existencia efímera, como El Canalla, o El Hambriento, en que se ridiculizó a los rivales políticos, sean “pipiolos” o “pelucones”. Allí le apuntaron a hombres públicos que iban desde José Tomás Ovalle a Diego Portales.
Hacia mediados del siglo, las palabras pasaron a los dibujos. Allí surgieron los periódicos de caricaturas. El primero fue El Correo Literario (1858), al que siguieron otros de renombre como El Charivari y El Padre Cobos. “Llegaron a denominarse ‘el papel de los monos’ por lo que en Chile desde aquellos años se utiliza el vocablo ‘monos’ como sinónimo de los dibujos”, detalla Moisés Hasson.
Ello conformó un primer ecosistema de medios satíricos. “Durante el siglo XIX sí existió una tradición de prensa satírica o cómica, que era una alternativa a la prensa seria de Chile, muchas veces apostaba a otro público y tenía como objetivo comunicar pero también hacer reír”, explica a La Cuarta el historiador y académico de la Universidad San Sebastián y Universidad Católica de Chile, Alejandro San Francisco.
Ese fue el caso, por ejemplo, de El padre Cobos, periódico dirigido por el escritor -y militante del Partido Demócrata- Juan Rafael Allende, quien, gracias a su pluma manejada con brío, puede ser considerado uno de los precursores del género en el país.
“Una de las figuras centrales en este ámbito fue Juan Rafael Allende, ‘periodista de grande ingenio y dudosa moralidad’, según Luis Orrego Luco. Él fue promotor de iniciativas como El Padre Cobos, El Padre Padilla y Pedro Urdemales”, añade San Francisco.
La prensa satírica generaba un diálogo con las tensiones que cruzaban la vida política. Así ocurrió con la crisis del gobierno de José Manuel Balmaceda, el que derivó en la posterior guerra civil que enfrentó al gobierno con la oligarquía atrincherada en el Congreso.
“El tema de la sátira política estuvo presente durante la crisis de 1890 y 1890, con ataques recíprocos de parte de los involucrados en el conflicto, lo cual tendió a desacralizar la figura presidencial, cuando las bromas o ataques se dirigían contra el Presidente de la República -señala-. Durante la guerra civil misma la prensa clandestina atacó sistemáticamente al gobernante y a su familia, con descalificaciones que no solo eran políticas sino también personales”.
¿Cómo atacaban a Balmaceda en los diarios? “Fue atacado de diversas maneras, pues la prensa se burlaba de su físico o sus acciones -señala Alejandro San Francisco-. ‘Su Majestad champudo’, le llamaban por su pelo; El Figaro publicó el poema acróstico ‘El Rey’ a fines de 1890, que ironizaba sobre la acumulación de poder y lo calificaba de tirano”.
“La prensa satírica antibalmacedista de 1891 era clandestina -explica el historiador y académico USACH, Maximiliano Salinas, quien ha investigado el tema-. El autor satírico Juan Rafael Allende hizo caricaturas en contra del presidente Balmaceda, y después a su favor. En contra, cuando se lo interpretó como un oligarca más. A favor, cuando se reconoció que la oligarquía buscó derrocarlo”.
Precisamente, Allende, furioso crítico de Balmaceda en sus primeros años, fue uno de sus defensores durante el conflicto. Aquel apoyo le traerá consecuencias, pues su casa de veraneo fue saqueada tras el triunfo de las tropas del Congreso en las batallas de Concón y Placilla, además él fue conducido a prisión e incluso arriesgó la pena capital. Finalmente, se salvó.
El barómetro de la política chilena: la era de Topaze
La caída del gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, empujado al abismo por el feroz impacto de la Gran Depresión en el país y su consiguiente malestar social, impulsó al dibujante Jorge Délano, “Coke”, para publicar la revista satírica por excelencia del siglo XX, Topaze. El primer número, con una caricatura de Ibáñez y el presidente argentino Félix Uriburu en la portada, circuló en las calles el 12 de agosto de 1931.
Con su nombre tomado de una obra teatral en cuatro actos del francés Marcel Pragnol, el autodenominado “barómetro de la política chilena” se hizo un nombre en el Chile republicano de la clase media ilustrada y racional, por su capacidad, precisamente, de relacionarse con su tiempo.
“Topaze es el principal exponente de la prensa satírica durante el siglo XX en Chile -explica Tomás Cornejo-. Está a la par de lo que realizó Juan Rafael Allende por medio de varios periódicos durante el siglo XIX, aunque Topaze adquirió una mirada mucho más política, por un lado; y contaba con un equipo de redactores y dibujantes más nutrido, por otro”.
Por su lado, Maximiliano Salinas analiza el alcance que consiguió la publicación. “Era capaz de reírse de la derecha, el centro y la izquierda. Se rió de Arturo Alessandri, de toda la Era Radical, y hasta de Pablo Neruda. Fue la expresión de la actitud saludable de una sociedad capaz de tomarle el pelo a todo el mundo”.
La publicación, según Cornejo, tenía una fuerte carga crítica que iba más allá de los actores políticos. También señalaba sus pullas hacia los sectores medios, quienes eran los llamados a ocupar el aparato estatal tras el fin del orden parlamentario en 1925.
“La clase media fue representada de forma bastante ácida -comenta el historiador-. La revista acusó a que quienes llegaron a puestos públicos o al gobierno y al congreso parecieron engolosinarse con el poder y olvidar su pretendido propósito de democratizar el país y darle mayor justicia social”.
En las páginas de Topaze también se trabajaron ciertas ideas sobre los personajes del momento, por ejemplo, en el gusto de los radicales por la buena mesa. Y por cierto, había espacio para generar caricaturas de los presidentes; de Don Tinto (Pedro Aguirre Cerda), a Don Gabito (Gabriel González Videla), El Paleta (Jorge Alessandri Rodríguez), Don Lalo o Pinocho (Eduardo Frei Montalva) o Don Chicho (Salvador Allende Gossens).
“La revista construyó estereotipos para burlarse de las principales agrupaciones políticas que representaban a los sectores medios: el Partido Demócrata, el Partido Radical, el Partido Socialista y la Democracia Cristiana -detalla Cornejo-. En todos ellos observó muchas incongruencias, tanto políticas como socioculturales. Según la mirada de Topaze hubo mucho arribismo y adopción de pautas que pertenecían a la antigua oligarquía, que también se había modernizado”.
En tanto expresión de la bullente clase media, en Topaze había una singular mirada sobre los sectores populares, resumidos en la figura del inolvidable Juan Verdejo, un sujeto ladino y curioso, que interpelaba a los políticos en un tono campechano. Sus ocurrencias y frases tomadas de la cultura popular, estaban cargadas de profundas críticas al orden mesocrático.
“Es un personaje con muchas dimensiones, que remite a quienes migraron hacia las ciudades durante la primera mitad del siglo XX, y no contaban con una especialización laboral o con herramientas de la cultura oficial, como saber leer y escribir -explica Tomás Cornejo-. Es un antiguo peón-gañan transplantado en la ciudad de masas, donde se convierte en obrero o jornalero”.
“Era también el representante del pueblo chileno en Topaze, una voz que ponía una mirada crítica a partir de los saberes, el humor y el conocimiento popular ante una escena pública que se volvía racional y apuntaba a construir un país moderno y capitalista”, agrega.
La revista además sirvió de semillero para una generación de dibujantes. Por su redacción pasaron los pinceles de gente como Melitón Herrera (Click), Lukas, Lugoze, Themo Lobos, Hervi, Jimmy Scott, entre muchos otros.
Cuando el León “se chupó”
En una ocasión la revista Topaze se estrelló directo contra la puerta de La Moneda; fue en 1938, cuando el presidente Arturo Alessandri Palma ordenó requisar el número 285, en que aparecía una caricatura por la que se sintió muy agraviado. A él, un animal político, se le representaba como un tiernucho león -por su apodo de “León de Tarapacá”-, amansado por Carlos Ibáñez del Campo, su enconado rival político.
“‘Se chupó'. ¿Sabe, mi general, que no es tan bravo el león como lo pintan?”, decía la leyenda de la viñeta en cuestión.
El mismo Alessandri recordó el incidente años después. “Uno de aquellos días negros de tristeza y hastío, apareció en un periódico de caricaturas, una profundamente irritante e insultante contra el Presidente de la República, cuya dignidad tenia yo el deber de defender”, escribió en sus memorias Recuerdos de gobierno: administración 1932-1938.
Pese a que en sus recuerdos señala que se arrepintió e intentó enmendar la situación, no logró evitar la requisa de los números. Aquello le trajo, como no, fuertes críticas de la oposición y un creciente interés en aquel número.
“Alessandri utilizó acciones judiciales y extralegales en contra de la publicación -explica Tomás Cornejo-. Pero los editores eran muy hábiles y enfrentaron las medidas legales que impedían la circulación de la revista mediante la publicación de la misma con otros nombres, como Cambiazo o Verdejo”.
Cornejo se refiere a una situación previa. En mayo de 1933, apenas asumido su segundo período presidencial, Alessandri recurrió a las facultades extraordinarias, que le entregaba la Constitución de 1925, para imponer la censura de prensa, concentrado, por supuesto, en las publicaciones de oposición. Una medida que repitió en otras oportunidades durante su mandato.
“La labor de los censores consistió en revisar cada una de las pruebas de imprenta y prohibir determinadas publicaciones. En algunos casos, se acusó a estos funcionarios de no autorizar noticias relativas al gobierno, fueran o no críticas a aquel”, explica la historiadora Karen Donoso, en su artículo ‘Los zarpazos del león’: la censura política contra la prensa en el segundo gobierno de Arturo Alessandri. Chile, 1933-1938.
Tras la salida de Coke de la dirección de la revista en 1950, comenzó un período en que pasaron varias direcciones. Pero hacia la década siguiente el espacio para la sátira política poco a poco se reduce, debido a la entrada de la televisión y la aparición de nuevos medios que refrescaron la oferta en una época marcada por una mayor convulsión; así pasaron revistas como La Chiva, Kokodrilo, la picaresca Show, entre otras.
Pese a todo, un momento de crisis fue el que marcó el final de Topaze; tras el asesinato del general René Schneider, la publicación cerró sin aviso, con el número 1.981 publicado el viernes 30 de octubre de 1970, en que puso una seria ilustración del ataúd del fallecido comandante en jefe. Se intentó un regreso años más tarde como un suplemento de La Tercera el que circuló hasta su cierre en 1996.
La era de la pluma rápida
Con medios más, o menos en circulación, los expertos comentan que la sátira política ha estado presente de manera constante en la esfera pública y no se relaciona solo con momentos de crisis, como en 1891, 1931 o 1973.
“El humor y las publicaciones de sátira política han tenido una vida muy larga y muy rica en nuestro país, tanto en períodos de relativa calma como en otros más agitados -explica Tomás Cornejo-. Tal vez se vuelven más visibles cuando las autoridades reaccionan de forma desmedida y autoritaria”.
Para Alejandro San Francisco, la misma historia de Topaze revela la forma en que dialogaba con la coyuntura.
“En su primera versión, en las décadas de la democracia clásica chilena, se trataba de una revista que cubría la política chilena en general, no solo en momentos de crisis o rupturas. Tenía una capacidad especial para captar los problemas de su tiempo, e ironizar sobre cosas nada simpáticas, como la miseria o la inflación que azotaban al pueblo”.
“Luego surgió una nueva versión de Topaze, en los años 1990, que mantenía un estilo satírico, se autoproclamaba el barómetro de la política chilena, pero en modo alguno se estaba viviendo un momento de crisis política”, agrega.
Una posición distinta la marca el escritor Rafael Gumucio Rivas. Desde su experiencia como director del Instituto de Estudios Humorísticos UDP, además de su participación en las páginas de The Clinic y en programas televisivos noventeros que recurrían a la sátira como Plan Z, detalla el vínculo entre el humor y los momentos de tensión.
“El humor político nace de la crisis política -asegura a La Cuarta-. Aunque no sé si esta que vivimos dé para humor. Creo que el humor necesita una riqueza de lenguaje y referencias que hemos perdido. Para jugar necesitamos que dos quieran jugar el juego”.
Gumucio además sabe de lo que habla. Es uno de los colaboradores habituales de The Clinic, nacido en 1998 a raíz de la detención de Augusto Pinochet en una clínica de Londres. Su lema “Firme junto al pueblo”, fue tomado de un referente anterior, el periódico Clarín.
Un diálogo con el pasado que se ocupó sin ningún tapujo. “Diálogo mucho, usó formatos, frases, lemas e ideas de El Clarín, El Puro Chile y el Topaze de modo descarado. Su posición pluralista y descreída fue la misma de esa prensa satírica clásica chilena”.
Y aunque en los primeros años de la transición, surgieron nuevas publicaciones en el papel (allí pasaron Don Pato, El Loro, Humanoide, entre otros), la era digital acabó por dejarlos en los anaqueles del recuerdo. Allí surgieron nombres como el de Malaimagen, quienes dialogaron con la contingencia aprovechando el lenguaje de la cultura pop y las redes sociales.
Acaso como un signo de los tiempos, Malaimagen comenzó a ganar notoriedad con sus caricaturas del programa Tolerancia Cero, las que después reunió en el libro Sin Tolerancia. Una experiencia que significó una escuela para el dibujante, quien creaba los guiones y los dibujos casi a la par del programa. “Me dio una disciplina autoimpuesta y una rapidez que no tenía. Era ver un programa, y tenía dos horas para tener un guión, dos horas para tener el dibujo”, recuerda.
Una experiencia que se ha replicado en los últimos años con los debates presidenciales. “A la gente le gusta ver las caricaturas de los debates, entonces para mí es muy importante. No me los puedo perder. A veces los tengo que ver de nuevo al otro día cuando estoy más concentrado para sacar sacar los mejores conceptos”.
Y allí, hay un punto. La sátira política ha debido adaptarse a la época de memes y stickers de WhatsApp. “Hay que combinar la rapidez, no puedo demorarme una semana para sacar una historieta porque ya han pasado demasiados días, hay que responder lo más rápido posible”, detalla Malaimagen.
¿Hay un lenguaje de esta época? “Hay un estilo diferente, cada época tiene su estilo gráfico y de humor -señala el dibujante-. Pero Internet ha exigido que los dibujos sean más rápidos, más inmediatos, lo que tiene ventajas y desventajas. Hay una nueva camada de autores y autoras que hacen historieta política como holamirona, que tienen cada uno su estilo y eso tiene que ver con sus propias influencias. No es una generación que nació en las revistas como ocurría antes”.
Pero hay momentos de diálogo entre formatos. Allí está la revista Plumazo, levantada por Malaimagen junto al dibujante Karlo Ferdon, creador a su vez del cómic Don Serapio. “Plumazo fue una iniciativa para rescatar la tradición de las revistas que internet hizo que se perdiera. En cada número intentamos darle espacio a autores y autoras que publican generalmente en internet y no necesariamente en otros lados. De esa forma tratamos de apoyar la escena comiquera local y ha sido emocionante para nosotros ver la recepción que ha tenido”.
Sea en el papel o en los virales de la web, no cabe duda que la sátira es parte de la discusión democrática en cuanto permite visibilizar tensiones, anhelos y denunciar abusos.
“Ha sido un arma histórica y no violenta de pronunciamiento democrático -afirma Maximiliano Salinas-. A Gabriela Mistral le encantaba leer Topaze. Así se enteraba de un Chile sin tapujos, sin rodeos”.