El autor de obras tan reputadas como El secreto de sus ojos o La noche de la usina, luego trasladadas al cine y que le permitieron obtener sendos premios, como el Óscar o el Alfaguara, presenta ahora El funcionamiento general del mundo. Es su regreso, tras una década (Papeles en el viento, 2011) al mundo del fútbol. Aquí, conversando con el diario pop se define como un "neurótico", establece una relación entre el balompié con la dictadura militar argentina, revela la dosis autobiográfica del relato, opina sobre la Copa América, Messi y Chile.
Hace dos años, un martes de junio de 2019, Eduardo Sacheri dejó al descubierto la idea nuclear de su próximo proyecto. Estaba ahí, tendida sobre lo que parece ser un escritorio, cubriendo suavemente una impresora. Hay otros elementos a la vista, como el teléfono que se asoma más atrás, o la regla escondida, o el estuche colorido y los cuatro lápices que están encima; pero lo que más destaca en la imagen, sin dudas, es la hoja de papel larguísima, pegada en tres partes, que con riguroso cuidado guarda los detalles de una trama aún por escribir. Ahí, también, está a la vista la manera de trabajar del escritor argentino de 53 años.
"¿Se puede ser tan neurótico?", se preguntó entonces el autor de El secreto de sus ojos, novela que luego como película logró el Óscar en 2010, y ganador del Alfaguara por La noche de la usina, tras explicar que se trataba del fixture de un torneo de fútbol a doble K.O. entre 56 equipos y que lo había diseñado únicamente por si necesitaba algún detalle. "Por supuesto que sí", contestó a renglón seguido.
—Cuando yo escribo, dedico muchos meses a organizar el libro antes de ponerlo por escrito. Organizarlo en su argumento, en sus personajes, en sus eslabones narrativos y en otras informaciones que voy a necesitar —le explica al diario pop mediante un audio de WhatsApp, ahora que sí, que a fines de mayo, debutó su nuevo libro: El funcionamiento general del mundo—; por ejemplo, este torneo, que cuando lo fui diseñando, me vi en la necesidad de saber bien bien cómo había sido. Quién había ido ganando, quién había ido perdiendo, quiénes habían sido eliminados primero, quiénes habían aguantado más partidos. Y bueno, entonces un día me puse a la mañana. Me llevó un día básicamente organizarlo. No es tan fácil armar un torneo con eliminación por doble knock-out, eh. No es nada fácil.
https://twitter.com/eduardosacheri/status/1138577475582275584
—Te describiste como un "neurótico" por lo del fixture…
—Soy neurótico. En el trabajo, sobre todo. Soy muy metódico, dicho favorablemente para mí, y neurótico, desfavorablemente para mí. Pero soy muy ordenado: me parece importante, me parece valioso serlo cuando uno trabaja. Es parte de la artesanía del asunto, de cualquier trabajo que tenga un contenido artesanal. Yo lo reconozco, pero en el mundo del trabajo no lo considero un defecto. Me parece que es un rasgo eventualmente positivo.
De alguna manera, uno podría considerarlo como un ejercicio que reforzó esa condición de neurótico, como se autodefine desfavorablemente, pero un mes más tarde, en julio de 2019, cuando Eduardo Sacheri se subió a su Volkswagen Up y recorrió solo más de cuatro mil quinientos kilómetros con destino a la Patagonia, lo pensó más como un ejercicio personal, de exploración literaria, de descubrir paisajes y elementos que le eran desconocidos. Ahí se encuentra la segunda clave de El funcionamiento general del mundo: ese viaje es el mismo que realizan los personajes de la novela, un padre divorciado —que, como veremos más adelante, conserva bastante del Sacheri estudiante— y sus hijos adolescentes.
En ruta por cuatro días, Federico, el protagonista, aprovechará la ocasión para fortalecer el vínculo con sus hijos, Candela y Joel, echando mano a sus recuerdos, cuando era 1983, tenía 15 años, Argentina comenzaba a dejar atrás la dictadura militar y él se calzaba los guantes en un equipo de su curso que disputaba el torneo de fútbol del Colegio Arturo del Manso. Equipo, además, dirigido por una profesora que acaba de fallecer y que es el motivo principal de este viaje.
—¿Hay algo de Eduardo Sacheri en Federico, en ese trayecto, las anécdotas de 1983 o en los recuerdos que evocan a la Guerra de Malvinas?
—Creo que Eduardo Sacheri está más presente en esos adolescentes de 15 años de 1983, que tuvieron 14 durante la Guerra de Malvinas y asistieron absolutamente asombrados a esa montaña rusa de emociones, sentimientos, expectativas y tristezas. Y que en 1983 asistían, igual de asombrados, no sólo al derrumbe de una dictadura militar, sino al derrumbe de una manera de ejercer la autoridad dentro de esa escuela, que hasta ese momento había sido férrea, indiscutible, omnímoda y, de repente, empezaba a tener fisuras evidentísimas. Todo esa parte de la novela es muy autobiográfica.
—En una escena de entre los recuerdos un personaje dice que escuchó el cantito "Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar" en la barra de Independiente, tu equipo. ¿Ese, en realidad, eras tú en la cancha del "Rojo"?
—En cuanto al cantito de "Se va a acabar la dictadura militar", yo la escuché por primera vez en cancha de Vélez, no en cancha de Independiente, pero bueno, naturalmente quise hacerle el homenaje a mi propio club. También la escuché en la cancha de Independiente, pero debo reconocer que en el fútbol argentino se generalizó esa costumbre, en 1982 sobre todo después de la derrota de Malvinas y sobre todo en 1983. El primer lugar donde yo vi masivamente repudiar al régimen militar fue en las tribunas de los estadios de fútbol.
—¿Por eso buscaste hacer esta vinculación del fútbol, y probablemente de las barras o la experiencia de ir a la cancha, con la dictadura militar?
—En cuanto a la relación entre el fútbol y la dictadura, yo creo que el fútbol como fenómeno sociocultural está vinculado con todo lo que sucede en una sociedad. Quiero decirte; a mí me tocó ver cómo durante la Guerra de Malvinas, espontáneamente, las tribunas se ponían a cantar el himno nacional antes o durante los partidos sin que nadie les dijera nada. Y después, después de la impotencia y la frustración de la derrota y el derrumbe militar que sobrevino, estos otros cantos agresivos hacia el gobierno y de protesta. Uno también podría pensar en el Mundial '78 y el modo en que el fútbol indudablemente sirvió a la dictadura militar para consolidar la tolerancia social hacia ese gobierno, más allá de que la sociedad argentina hoy prefiera poner un piadoso manto de olvido sobre esa circunstancia. La sociedad argentina, el Mundial '78, lo vivió con alegría, con ilusión, con expectativa y sin hacer, digamos, ningún tipo de oposición generalizada a la dictadura militar. Por supuesto que había gente que estaba en contra, pero no eran mayoría.
—Federico era arquero. Tú le sinceraste a Diego Borinsky en una entrevista 100x100 de El Gráfico que también atajabas. ¿Es, ese, otro elemento autobiográfico?
—La zona esa de que yo era arquero en la juventud, sí. Es otra zona autobiográfica del relato. Durante toda mi adolescencia fui arquero porque era donde mejor jugaba. Yo me considero un jugador de campo anodino, común y corriente, pero en el arco, a pura base de sacrificio y entrega, era bastante aceptable y, por lo tanto, eso me permitía encontrar un sitio en el afecto y en la consideración de los otros muchachos de la escuela. Eso mismo que hace Federico, siento que lo hacía yo. Siendo más grande lo abandoné al arco, porque es un puesto extremadamente ingrato, pero no me arrepiento de haberlo hecho sobre todo por esto que te digo: encontré un lugar entre mis amigos gracias a que estaba dispuesto a arriesgar el físico evitando goles.
—¿Eras igualmente calentón, de no bancarte mucho las derrotas, y de un perfil más bajo, como Federico?
—No sé si era tan calentón como Federico, pero sí perfil bajo. En general, era bastante perfil bajo y creo que lo sigo siendo. Me cuesta bastante salir voluntariamente de ese perfil. De todas maneras, aunque odio perder, si algo me enseñó perder y a tolerar la derrota, ha sido el fútbol. Sin duda.
Entre ese ir y venir de las líneas temporales, desde el relato minucioso arriba del auto y las explicaciones que conlleva el mismo, al Federico adolescente que parece disfrutar y padecer en partes iguales la competencia, Sacheri realiza el ejercicio de confrontar a las generaciones: por ejemplo hay un diálogo en el que el padre interpreta que la violencia, los "pasillitos", todas esas experiencias que vivió durante la niñez y que asombran a sus hijos, a su parecer, devinieron en el Internet y el cyberbullying, ataques menos sinceros o al menos sin posibilidad de justicia.
—¿Ese mensaje querías entregar?
—No me atrevo a entregar un mensaje en particular. Siento que los lectores merecen la libertad de interpretar lo que puedan, lo que deseen, lo que resuene en sus propias vidas. En todo caso, sí me interesa invitar a pensar en algunas cosas. Y, en todo caso, en este asunto puntual, que es algo que muchas veces he hablado con mis hijos, creo que en cada época las crueldades humanas encuentran distintos mecánicos para ejercerse, y las resistencias humanas encuentran distintos caminos para enfrentar esas crueldades. En todo caso, lo que me parece interesante es dialogar al respecto, sacarlo a la luz y no considerar, a priori, que una época necesariamente es mejor que otra o necesariamente es peor que otra. O que vamos indudablemente hacia un camino de mejora: tal vez sí, o tal vez en algunas cosas mejoramos y en otras no; simplemente cambiamos. Creo que el gran desafío siempre, para toda sociedad, para todo vínculo humano más allá de la sociedad en general, es que la evolución sea suficientemente conversada y consensuada. Es decir, que hacia donde vayamos estemos de acuerdo todos en ir en esa dirección.
—Otro elemento importante del relato es la dosis importante de protagonismo que le diste a personajes femeninos, como a la profesora Marta Muzopappa, muy interesada en el fútbol. Algo que, probablemente, en ese tiempo no era para nada común... ¿Cómo has visto ese cambio de configuración en el escenario de las mujeres y el fútbol, sobre todo en Argentina?
—A mí me genera mucha ilusión la irrupción de las mujeres en el mundo del fútbol en mi país. Hay otros países donde las chicas, hace mucho, juegan al fútbol y además lo hacen muy bien. En Argentina es algo reciente, y yo siempre pensaba, "pucha, es algo tan lindo jugar al fútbol, qué lástima que las chicas se lo pierdan". Me pone muy, muy contento que ya no se lo estén perdiendo, y que estén jugando. Me parece que es algo bueno, y algo muy para festejar. Estoy hablando ahora del fútbol profesional, me parece estupendo que el fútbol femenino se profesionalice, pero reconozco que le va a llevar un tiempo que la técnica acompañe el placer estético que en general obtenemos del fútbol masculino. Simplemente porque, bueno, los varones de nuestros países llevan cien años jugando a esto y las chicas apenas unos pocos años. Me parece importantísimo tenerle paciencia al asunto hasta que realmente uno encuentre también en el fútbol femenino la dinámica, la técnica, el control de balón, el manejo de los espacios, que encuentra en el fútbol masculino.
—Además de escritor, eres profesor. Sobre la profesora Muzopappa, la ascendencia que logró sobre Federico y el resto. ¿Hay algo de Eduardo Sacheri en ella..., o bien te gustaría dejar una huella en tus alumnos, como hizo ella?
—En mi rol como profesor, no me atrevo a decir que haya cosas mías en Muzzopappa, ojalá haya cosas de Muzzopappa en mí —larga una risotada—. Indudablemente sí me gustaría pensar que a mis alumnos de historia, en el mejor de los casos, puedo dejarles no sólo saber cosas de historia (aunque también), sino también un determinado decálogo de valores y de cosas importantes para tratar de ser mejores personas para mis propios alumnos y para las personas que rodean a esos alumnos. Es decir, esto de ser buenas personas para uno mismo y para los demás.
Hablemos de fútbol
—¿Cómo he llevado la pandemia?
Eduardo Sacheri repite la pregunta, casi como si de esa manera tratara de establecer que es algo evidente lo que sigue.
—Mal, triste, deprimido, ansioso, harto. No me ayudó como escritor, pero bueno, me la aguanté —y se toma un segundo—. Como creo que hicimos muchos. La toleré y la sigo tolerando, pero bueno..., no me ha beneficiado.
Eso sí, el escritor destaca que al menos pudo trabajar, porque hay un montón de gente que resultó perjudicada, con trabajos que dependían del movimiento de otros y otros que ayunos de humanidad simplemente arrebataron trabajos. Eso, dice, es para agradecer, aunque insiste en la idea de que no lo pasó nada de bien.
En esta crisis sanitaria, por suerte estuvo el fútbol, precisamente el protagonista de la trama de su nueva novela, que actuó como una suerte de escudero. De hecho el escritor, reconocido hincha del Club Atlético Independiente, hace un par de semanas sufrió la eliminación de su equipo en semifinales de la Copa de la Liga Argentina frente a Colón de Santa Fe. Desde el 2002 que el "Rojo" no es capaz de competir a nivel local. De eso, de una de sus pasiones, habla ahora con La Cuarta.
—¡Uff!, el presente de Independiente… —se lamenta—; me parece que lo último que realmente me gratificó mucho fue la Copa Sudamericana que ganamos en 2017 con Holan como director técnico. Donde no sólo ganó una copa sino que jugaba muy bien al fútbol. De ahí para acá, han pasado más de tres años y la sensación es de deterioro profundo. Yo no puedo evitar pensar en mi club sobre todo a partir de su estructura como institución, como club, y no creo que Independiente esté en buenas manos a nivel dirigencial. Desde hace muchos años que sucede eso. Diría que desde hace más de 20 años que Independiente no encuentra el rumbo con sus dirigentes y hasta que no seamos capaces de modificar eso, bueno... vamos a seguir penando como hasta ahora.
—También se disputaron las eliminatorias, la Copa América. ¿Te gusta la Argentina de Scaloni?
—Por momentos sí, por momentos no. Lo que más me gusta de Scaloni es que está apostando realmente a un recambio en la selección. Y hay momentos en que eso parece funcionar, y uno dice: bueno, démosle una oportunidad. Pero claro, también hay momentos, aun dentro de un mismo partido, donde Argentina no juega nada bien. En líneas generales, sigo apostando al proceso de Scaloni. Hay más a favor que en contra en mi mirada, hasta ahora.
—¿Será esta la última oportunidad de Messi de ganar algo con la selección? Alguna vez contaste que las Copas Américas y Brasil 2014 te dolieron más por él que por ti.
—Sí, creo que esta es la última oportunidad para Messi. Mi mirada siempre apunta sobre todo a los mundiales. Por supuesto que me encantaría si Argentina puede ganar esta Copa América, pero para mí la gran herida pendiente, para Leo y para mí, es el Mundial 2014. Me encantaría que Qatar, además de ser la última oportunidad, fuera como la reparación del héroe y que pudiera levantar la copa. Lo veo difícil, pero bueno..., nada nos quita ese sueño.
—Nos enfrentamos muy seguido, por eliminatorias y ahora en fase de grupos. ¿Qué te parecieron los empates con Chile?
—Del lado de Argentina, esto que te comentaba antes, de alternar buenos y malos momentos. Igual, Argentina creo que jugó mejor con Colombia. Los dos partidos con Chile me parece que fueron muy modestos, de dos equipos que están intentando un recambio generacional. Creo que los dos están en esa búsqueda. Una generación que les dio muchas alegrías en el pasado, y que ahora son los veteranos de ambos equipos... Pero evidentemente han tenido una paridad. Yo creo que el otro día, jugaban cinco horas más, seguían empatando uno a uno.
—Con El funcionamiento general del mundo volviste al fútbol tras una década exacta, después de Papeles en el viento (2011). ¿Por qué ahora?
—Es cierto que hacía mucho que no volvía temáticamente al fútbol y, a lo mejor, tiene que ver con que tengo 53 años y aunque sigo jugando al fútbol, cada vez me cuesta más. Siento que el físico cada vez me duele más y mi rendimiento cada vez me satisface menos. Y tenía ganas de volver literariamente, porque así como puedo dudar cada sábado, después de jugar, si el sábado que viene podré volver..., bueno, también tengo mis dudas de cuántas veces más podré escribir sobre fútbol. Esto no significa que necesariamente este libro sea el último en el que roce esa temática, pero no lo sé. De ahí que me haya gustado volver. No sé si como despedida, pero en una de esas. No lo sé.
—Y el fútbol… ¿es capaz de explicar El funcionamiento general del mundo?
—Creo que los seres humanos hemos inventado los juegos para simplificar el mundo. Para simplificar la vida en una pequeña serie de ritos, actos, objetivos, alianzas y rivalidades simples. El fútbol no es más que uno de esos muchísimos juegos que hemos inventado y que sirven para eso. Por supuesto que sirven durante un rato. Uno no vive dentro de los juegos, vive dentro de la vida, pero cuando se pone a jugar deja en suspenso la vida, por un ratito, y se mete como en una vida extremadamente intensa pero extremadamente simplificada. Y siento que mientras juega, se acerca fugazmente a esa comprensión. Por supuesto que es fugaz, es imperfecta y es extremadamente volátil esa comprensión, pero creo que vale la pena hacerla. Cuando uno juega a algo, insisto, no hace falta que sea fútbol, con cualquier juego creo que pasa eso. Lo que pasa es que, claro, el que a mí me gusta y el que sé jugar, más o menos, es el fútbol.