El viaje de Orhan Pamuk al desastre: “La humanidad pide lo imposible a los gobiernos”

Orhan Pamuk. FOTO: Ayman Oghanna
Orhan Pamuk. FOTO: Ayman Oghanna

Cuando el ganador del Nobel (2006) se adentraba a escribir la última parte de su nueva novela, Las noches de la peste, la ficción se hizo carne con la crisis del bicho. “Me sentí casi celoso de la realidad”, cuenta el escritor en rueda de prensa. Allí relata lo ocurrido en una isla ficticia del Imperio otomano en 1901, pero los cruces con el presente quedan al descubierto.

Años atrás, Orhan Pamuk empezó a escribir una nueva novela, a la que llamaría Los años de la peste, y ni siquiera se vislumbraba lo que se venía en el horizonte. Por aquel entonces, sus amigos le decían:

—¿Pero por qué escribes sobre plagas y pestes si ya no hay pandemias en nuestro mundo?

Más tarde, cuando el coronavirus se expandió por el mundo a inicios del 2020, el ganador del Premio Nobel (2006) seguía en pleno proceso creativo. Frente a ese giro, como si la ficción le hubiese saltado en la cara, aplicó algunos cambios.

“Lo que hice un poco fue reducir las descripciones de la cuarentena”, cuenta en conferencia de prensa a la que asistió La Cuarta. Y es que en aquellos días pandémicos, pensó: “Ahora ya todo el mundo sabe cómo funciona una cuarentena”. Sin embargo, eso no fue lo que más le incomodó al autor de Nieve (2002):

—En un momento tuve la sensación de que mi mundo de escritura se convertía en un mundo público. Y eso me molestó un poco, me sentí casi celoso de la realidad.

Pamuk y cámara
Pamuk con una cámara en mano.

Como fuera, siguió trabajando once meses más en esta novela que ya se encuentra a la venta en Chile. Eso sí, a pesar de la inesperada pandemia, dice, “realmente el libro no cambió mucho porque, al final, tienes que escribir sobre el tema o soltar completamente el tema”, en vista de que, para bien o para mal, “la humanidad se está comportando de la misma manera que en el libro”. Y decidió lanzarse.

Mientras escribía, uno de sus referentes era el inglés Daniel Defoe, quien escribió Diario del año de la peste (1722), sobre una gran plaga que azotó a Londres. En este texto, destaca Pamuk, el autor “tiene un instinto para entender el corazón del comportamiento humano, y concretamente se centra en el comportamiento de la humanidad, el miedo, los rumores, el actuar de los gobiernos cuando no eran sólidos”.

Otros referentes que se le vienen a la mente son el italiano Alessandro Manzoni, con su novela Los novios, o La peste de Albert Camus. “Todos estos libros fueron escritos por autores que no habían vivido una experiencia de la plaga o peste”, menciona el turco, quien creía que se sumaría a esa lista, pero el destino, de pronto, quiso otra cosa.

Nace un novelón

Con sus casi 900 páginas, la historia arranca en abril de 1901, con un barco que surca el mar Mediterraneo hacia la isla ficticia de Minguer, inspirada en la mítica Creta. A bordo viajan la princesa Pakize Sultan, sobrina del sultán Abdülhamit II, y su reciente esposo. Pero también va con ellos un misterioso pasajero, el célebre inspector jefe de sanidad del Imperio otomano, Nuri Bey, quien busca confirmar los rumores sobre un nuevo brote de peste bubónica.

Pero para llegar a esa trama, Pamuk antes tuvo que leer mucho, y textos muy particulares. Accedió a las memorias de burócratas otomanos, los pashas y sultanes, quienes finalmente fueron “expulsados y olvidados” cuando cayó el imperio, el mismo que entre 1812 y 1919 había sufrido la última gran arremetida de la peste. También, se instruyó con los informes escritos por médicos británicos coloniales en el brote del 1901, tanto en Bombay como Hong Kong. Esos textos le resultaron “sumamente interesantes”, porque eran los detalles del “drama humano traducido en lenguaje médico”, por lo que “aprendí mucho de ello”.

—¿Y a partir de ahí cómo haces una novela? —se pregunta—... Pues no difiere mucho de cómo hago cualquier otra novela. Al principio, siempre tengo el argumento: siempre tengo una historia y voy llenándola con subhistorias. Es mucho trabajo.

Luego, como si no hablara de sí mismo, continúa: “Necesitas elementos de las memorias de los pashas y después empieza a trabajar tu imaginación, lo haces más grande, exageras, das atributos a un personaje”. De ahí, en pleno proceso de escritura, pensó: “Ah, vale, no me imaginaba que esta historia podría tener esta conexión”, uniendo las distintas tramas.

“Hay mucha imaginación, mucha inventiva”, reflexiona. “Tienes que estar mucho tiempo contigo mismo, estar rodeado de libros, trabajar en ese libro”. Al final, le dedicaba once horas diarias a la novela. “Mi mujer (Asli Akyavas) volvía a casa y le leía lo que había escrito durante el día; y esa es la vida de un escritor”, cuenta. “Es lo que he hecho durante los últimos 48 años, y muy contento, por cierto”.

Pamuk y esposa
El escritor y su esposa, Asli Akyavas.

¿Todas las pandemias son iguales?

Lo que se cuenta en Las noches de la peste, el relato ambientado a inicios del siglo XX, es narrado desde Estambul en 2017 por la historiadora Mina Minguerli, alter ego femenino de Pamuk.

Pero, ¿por qué el escritor eligió a una narradora mujer? Las razones, dice, son varias, pero hay una central:

—A medida que me hago mayor, es una decisión ética que me impongo, porque quiero ver el mundo a través de narradoras femeninas. Mi ideal es escribir una novela de 600 páginas en primera persona y que nadie piense que ha sido escrita por mí, sino por una mujer. ¿Por qué? Es una cuestión, no de corrección política porque no me gusta el término, pero creo, en general, en esa “corrección política”. Soy un hombre de Oriente Medio y conozco toda la estupidez de este mundo.

Un segundo motivo en su elección, de alguna manera, surge del escritor Jean-Jacques Rousseau, a quien admira. “Él dijo en una ocasión que cualquier hombre adulto que se pelee con su madre se equivoca”, comenta. Pamuk le ha dado un giro a esa frase y declara: “Cualquier escritor de Oriente Medio que se pelee con sus críticos femeninos, se equivoca”.

Otra decisión importante fue poner una isla, Minguer, como escenario de la novela. Y decidió inventarla, porque no quería que, al publicar, aparecieran comentarios como “no, no, esto no sucedió”, “los datos aquí son erróneos”, “el nombre de esta persona debería ser este” o “¿está hablando de nacionalismo griego o turco?”. Pamuk simplemente “quería hablar de cosas generales”, y bueno, para su suerte, “las islas y la ficción están alejadas del resto del mundo”.

Le gustaba, también, la idea de que la trama transcurriera en un espacio reducido, que tuviera la misma dinámica de países como Albania y Montenegro. “He estado en estos lugares, y en estos lugares la movilidad entre clase alta y baja pasan más rápidamente, porque es como un espacio en miniatura”, explica. “Por eso he inventado mi isla”, que fuera como “un cuento de hadas” con “mucha imaginación”. Sin embargo, agrega, al mismo tiempo, quería que fuera “una novela de cuarentena con una imposición”.

Pandemia en Turquía
La pandemia en Turquía.

En eso, se larga a reflexionar sobre las crisis sanitarias, e incluso coquetea con el presente:

—Después de una cuarentena siempre hay un alzamiento, y se quiere acusar al gobierno. Lo más importante que aprendí leyendo libros, escribiendo, es que la humanidad se comporta igual en todas las pandemias. Pero hay una cosa que es interesante y que nadie ha dicho: la humanidad siempre quiere dos cosas al mismo tiempo. Le dicen al gobierno: “¡Para esta pandemia!, ¡por qué no me proteges, yo estoy pagando impuestos!”, “¡¿quién ha inventado está pandemia!?, ¡nuestros enemigos, los musulmanes, los chinos!”... Y la misma gente dice: “Eh, que paren todo esto, pero que nadie toque mi negocio ni mi libertad”. La humanidad pide lo imposible a los gobiernos. Es fácil culpar a un gobierno por abrir o por cerrar. Lo leemos en los periódicos constantemente. Los gobiernos siempre están fluctuando: abren, cierran, abren y cierran en función de las cifras. Y más o menos todos los países han hecho lo mismo, excepto (Jair) Bolsonaro en Brasil.

“Todas las pandemias han desaparecido”

Ya completamente instalado en el presente, Pamuk habla sobre las personas que se han resistido a las medidas sanitarias, sobre todo de quienes se han negado a vacunarse contra el Covid-19:

—Siento que es mi obligación como escritor entender a todo el mundo. Lo más atractivo de ser escritor es que intento entender a los fundamentalistas, a los terroristas, por ejemplo, en Nieve; esto evidentemente no significa que esté de acuerdo con ellos. Creo que es mi obligación entender y explicar; la capacidad humana radica en esa empatía. Hay que entender a gente que no es como tú, gente de otras historias, procedencias y etnias. Es tremendamente atractivo. Seguramente por eso escribo novelas.

Sin embargo, con las personas que se niegan a las vacunas le pasa algo particular, “porque realmente no puedo entender a estas personas que ofrecen esta resistencia”, confiesa.

Es más, si escribiera una historia sobre alguien que esté en contra de las medidas sanitarias y las vacunas, dice, “no tendría pistas, no sabría cómo adentrarme en este tema”, y “he hecho muchos esfuerzos para entender a quienes no se han vacunado, pero es que no les entiendo”. Y cuando dice “no les entiendo”, no lo dice con orgullo. “Es un punto débil, porque la clave de un escritor es tener esa empatía, no decir ‘no entiendo’”, ya que “es tonto decir ‘no entiendo’, pero realmente no entiendo, aunque me gustaría”.

—Son las paradojas de ser un escritor: encontrar un personaje incomprensible y hacerlo comprensible —concluye.

Pamuk y mar
Pamuk frente al mar.

Hoy, aclara, que tiene puestas dos vacunas de Sinovac y, como antes las dosis chinas no eran válidas en Europa, se vacunó tres veces más con otras fórmulas para ir al Viejo Continente. “Y estoy encantado”, dice.

Y Pamuk mira hacia el futuro, hacia el amanecer tras las noches de peste.

“Todas las pandemias han desaparecido y se han superado”, comenta y ahora “no lo quiero decir mucho en voz alta, pero la pandemia se va desvaneciendo poco a poco, y la humanidad siempre sobrevive, se inventa nuevos problemas”, porque “lo tenemos en nuestra sangre, en nuestros genes, protegernos contra los virus”. La resiliencia está, a pesar de que “hay mucha gente, sobre todo gente mayor, que ha fallecido”, lamenta.

Pero el escritor intenta ser “positivo con el futuro de la humanidad, no porque sea una persona utópica”, sino porque mira por la ventana de su casa y ve el El Bósforo, el estrecho de Estambul que une los mares Negro y de Mármara, y que divide la parte europea y asiática del país. “La vida es bella”, opina. “También siento que es muy obligación”, porque “cuando leo sobre política, pandemia u horrores, también leo mucho y veo la belleza de la vida”.

Es más, al principio su “problema” con Las noches de la peste era: “Estoy escribiendo sobre personas que mueren, no se toman medidas serias, no hay vacunas ni medicamentos para luchar contra esta peste, y el gobierno se desmorona y no se está haciendo nada”. Ante eso, ¿cómo podía hacer para que la novela fuera más agradable? “Introduje humor e ironía”, explica, la cual hacía juego con “la belleza de la isla inventada de Minguer, que es típicamente mediterránea”.

—Creo que eso forma parte de mi ética y poética. Puedo criticar la mentalidad, al gobierno, a esto o aquello y pueden haber muchos elementos negativos, pero también es mi obligación mostrar la belleza de la vida, que no son elementos políticos: simplemente pasar por la calle, ver El Bósforo, conocer a una persona interesante, estar sentado en un café bajo un árbol. Disfruto de la vida y espero seguir disfrutándola. Parte de mi entusiasmo para con la vida está relacionado con ser escritor.

Ya con 69 años en el cuerpo, el turco lleva cuatro décadas escribiendo, por lo tanto, ha pasado por largos periodos de confinamiento autoimpuesto, lo que le hizo algo más llevadera la pandemia. “A veces, cuando estás más dentro, parece que el mundo exterior incluso es más bello”, reflexiona. “Cuando termino de trabajar, y salgo a la calle, todo me parece bonito”, pero “no porque tome notas y luego escriba de ello, sino porque, supongo, hay un niño en mí todavía que me sigue motivando; y después de Nobel he seguido escribiendo como un niño, incluso más, con más emoción y pasión”.

Pamuk y Nobel
Pamuk en su discurso para el Nobel.

“Me siento como un niño”

Un día leí un libro y toda mi vida cambió”. Con esa frase arranca la novela La vida nueva, del propio autor, publicada en 1994. Pero no son palabras que deben leerse en clave autobiográfica.

Cuando Pamuk se adentraba en la adolescencia, quería ser pintor e imitaba a figuras como Vincent Van Gogh, Pablo Picasso y distintos artistas impresionistas. Pero ese interés fue mutando hacia la escritura, cuando empezó a leer a distintos autores fundamentales que hasta hoy revisita, como Jean Paul Sartre, William Faulkner, Fiodor Dostoievski, Italo Calvino, Jorge Luis Borges, Umberto Eco y Gabriel García Márquez.

Con el paso del tiempo, su método de escritura ha cambiado. “Planifico mucho”, dice. Cuando era más joven, con solo 22 años, simplemente se lanzaba a escribir. Ahora, a través de la cámara de su Zoom, muestra una estantería repleta de libros y cuadernos. “Esto es el plan para otra novela”, asegura. “Tomo notas todo el tiempo, constantemente”.

—Es natural que, a medida que te haces mayor, hay muchos libros no escritos, planificados o previstos. Tengo suerte porque, para mí, encontrar un tema nunca es un problema. Ahora bien, ejecutar... porque claro, cuando tengo el tema empiezo a leer, a tomar notas y le pongo mi creatividad, y vas inventando. Hay gente que cree que los escritores sueñan en un libro en cinco segundos y luego lo escriben, pero no, una novela es como un árbol con diez mil hojas. Hay tantas veces que mis lectores dicen: “¡Dios mío, usted está trabajando muchísimo para esa novela!”. Pues sí, efectivamente. Pero siempre me lo paso muy bien, nunca me quejo, porque me olvido de la vida real. Me siento como un niño que juega con sus juguetes. Escribir una novela es un poco como eso.

Pero también hay un segundo gran motor:

—Tengo que confesar que también hay un lado de ambición competitiva: quiero que me lean, me siento muy feliz cuando mis novelas se traducen. Disfruto al estar en una rueda de prensa dirigiéndome a un público español, catalán y latinoamericano. Es una gran alegría, soy un escritor feliz.

Cuando le dieron el Nobel, Pamuk tenía 54 años y, según dice, sigue escribiendo con la misma fuerza vital. Las noches de la peste era una novela que llevaba cuatro décadas pensándola y, ahora, empezó una que tenía hace 35 años en mente: “Es decir, tengo muchos planes”.

Las noches de la peste
Las noches de la peste.

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