Enrique Lihn ocupó una beca en Estados Unidos para dejar los pies en la era pre Giuliani y llenar sus libretas de anotaciones al nivel de la calle. El resultado fue el poemario A partir de Manhattan, aquel del archiconocido verso “Nunca salí del horroroso Chile”, reeditado ahora por Ediciones UDP.
“Nunca se ve la misma cara dos veces / en el río del subway”, anota Enrique Lihn en A partir de Manhattan (Ediciones UDP, 2022), el libro que escribió tras su viaje a Nueva York financiado por una beca Guggenheim. Trabajado entre los meses de febrero y diciembre de 1978, el poeta chileno deja los pies en la llamada Babelia moderna, “con su libretita a cuestas, andaba metiéndose en los recovecos más marginales de la peligrosísima Nueva York pre-Giuliani, anotando quién sabe qué”, como apunta en la contraportada de una nueva edición la fallecida ensayista argentina, Tamara Kamenszain, quien conoció a Lihn en ese viaje e incluso lo tuvo de huésped “durmiendo en el piso de mi modestísimo sublet”.
La autora tras El texto silencioso cuenta que un día, cuando estaba por tomar el metro desde su casa en Chelsea hasta la Universidad de Columbia, le explicó al chileno que no se pasara de la calle 120, situada al norte del Central Park, “porque entrar en Harlem significa una aventura a la que no se animaban ni los más recios policías blancos”.
Convencido en observar a la gente para sus anotaciones al nivel de la calle, “de golpe empezó a caer en la cuenta de que en el vagón ya no quedan blancos y que lo rodeaban puros afroamericanos (...) Leyendo años después A partir de Manhattan, me encontré con varios poemas que aluden al subte neoyorquino. Uno titulado simplemente ‘Subway’, donde creo reconocer que alude a la experiencia de ese día. Un fragmento dice: ‘Exit 18 Street —medidas de prevención— / como si en el vacío nocturno a uno lo amenazara / la irrupción de quién sabe qué horda’. La salida por la calle 18 era la de mi casa, a la que volvió pálido y aterrado”, devela la ensayista.
En esa época Nueva York se parece a las calles de Taxi driver de Scorsese y a la serie The Deuce de David Simon, acaso una ciudad en decadencia, con las calles sucias y asaltos a la orden del día. Un clima sórdido que inspiró a Lihn, convertido en un flaneur: “Si el paraíso terrenal fuera así / igualmente ilegible”, escribió el autor en el poema “Hipermanhattan”, “el infierno sería preferible”.
Sus observaciones abarcan desde el atiborrado tren subterráneo (“al asalto de los túneles”) a los mendigos (“cerca de locura”) e incluso notas de arte sobre pintores como Hopper, Monet y la obra “Retrato de Isabel Rawsthorne de pie en una calle en Soho” del irlandés Francis Bacon. También, Lihn va más allá de Manhattan, dibujando paseos por San Francisco, Texas, Madrid y Barcelona.
“Es incoercible la obstinación / de esto que no es una necesidad / sino la forma misma del deseo”, anota en “Poetas jóvenes”. Allí continúa: “palabras una y otra vez arrojadas de esas honduras al viento / capaces, las menos, de germinar en el aire / porque no hay tierra para la poesía”.
Con el peso de Nueva York a cuestas, en el —por así decirlo— centro líquido del libro, Lihn se reconoce “analfabeto” en una ciudad “escrita para otros”, rodeado de semovientes en constante flujo. Justamente allí, entre una multitud iluminada por la luz artificial del subsuelo, tan distinta a la superficie vidriosa, el poeta chileno revela el secreto de aquella metrópolis americana: “Miran lo que no ven pero lo hacen / con indiferencia boreal / sin imaginar que esas imágenes son su ceguera”.