El escritor Gabriel Zanetti fue el co-editor del último libro del destacado poeta chileno que falleció a los 68 años, “Pelota Muerta”. “Deja un vacío imposible de llenar, por su personalidad y ser, además de la seriedad extrema con que la mayoría de los poetas se toma el oficio”, escribe.
Conocí a Erick en la calle, el año 2008. Yo era un poeta joven, había leído sus libros, simplemente me acerqué a él y nos hicimos amigos. Le gustaba andar en la calle, por Providencia, Ñuñoa, su natal La Reina. Mucha gente lo saludaba al pasar y algunas, como yo, se unía a sus caminatas. Se podría decir que Erick era un hombre que caminaba. Lo hacía realizando estaciones, parando en distintos boliches a tomarse un par de cervezas, un café, un jugo o almorzar.
Lo leí precozmente y me voló la cabeza. Su soltura para escribir es algo inusual dentro de la poesía chilena. Siempre estaba escribiendo, a mano, con lápiz y un cuaderno universitario. Era generoso, gracioso y brutal. “Un budista en estado salvaje” en palabras de Enrique Lihn. Si algo no le parecía simplemente lo decía, como en esa famosa discusión con Javier Miranda en un programa de fútbol de Canal 13, donde termina saliendo del set. El medio literario, de alguna manera, lo castigó injustamente por ser una figura televisiva, mediática.
Tuve la suerte de editar, junto a Sebastián Gómez Matus, su último libro: Pelota muerta -material que fue un rescate de un viejo computador del autor que realicé con Sebastián Astorga-. Crónicas, ensayos y poemas sobre fútbol, deporte que tanto amaba. Veía mucho fútbol. Ligas europeas, chilena, Copa Libertadores, segunda división, fútbol femenino. Solía enviarme mensajes de audio vía WhatsApp sobre cualquier partido, informes como en un constante programa radial. “Goooool de Deportes La Serena, luego de una jugada magistral, el equipo papayero abre la cuenta”. También, como si la poesía y el fútbol fueran hermanos, me enviaba lecturas en inglés de poetas como Dylan Thomas y Walt Withman.
“No quiero estar triste” declaró Julio César Rodríguez cuando se supo de su enfermedad y deteriorada salud. Cuesta no estarlo. Deja un vacío imposible de llenar, por su personalidad y ser, además de la seriedad extrema con que la mayoría de los poetas se toma el oficio. Erick Pohlhammer es un poeta imprescindible e irremplazable por muchas razones. Julio Ramón Ribeyro señalaba que “cada escritor tiene la cara de su obra”. Agregaría, en el caso de Pohlhammer que tiene el cuerpo de su obra. La cadencia, la soltura que señalé arriba, se condecían completamente con ese caminar eterno, siempre acalorado, de guayabera semiabierta hasta en invierno -no le gustaba mucho el verano- y con el ejercicio de la meditación que solía practicar a diario.
Vivió sus últimos años en Concón donde seguía su periplo de caminar y caminar, sumado a meterse al mar en cualquier estación. Hay un acto poético que creo realizó con Jorge Abasolo y Ricardo García Huidobro: lanzan un libro al mar y el poeta se mete al Océano Pacífico a salvarlo del agua. Me gustaría haber estado ahí, como todas las veces que pude compartir con él. ¿Por qué está mal vivir la literatura con felicidad, celebrándola? ¿Por qué el tonto serio se enerva porque un escritor visita la televisión y la radio con frecuencia? Reviso mi teléfono, le echo una mirada a la infinidad de mensajes y me encuentro con esto, en relación al trabajo de edición que realicé con su último libro: “Dónde puedo leer/ y releer/ Por placer de texto y condensación/ Lo hasta ahora editado/ Por su mano de jardinero literario/. Otro mensaje: “Atentísimo a la jugada / Leyendo / Con distancia y fascinación/. Si uno escribe fascinado / Lo lógico es leer fascinado”.
Leer más en La Cuarta:
-A los 68 años, fallece el reconocido poeta nacional Erick Pohlhammer
-“Me viste triste”: el fuerte mensaje de JC Rodríguez tras muerte de Erick Pohlhammer
-“¡Yo soy el dueño del programa!”: la noche en que Erick Pohlhammer y Javier Miranda pelearon en vivo