Espiando los ensayos de los Beatles

Los Beatles en Get back, el documental de Peter Jackson disponible en Disney+
Los Beatles en Get back, el documental de Peter Jackson disponible en Disney+

Una zambullida por las 7 horas de Get back, el documental que muestra cómo los Beatles escribieron su disco Let it be y planearon su famoso concierto en la azotea.

Después de la pirotecnia estilística y los arreglos arquitectónicos de sus discos previos, los Beatles propusieron relajarse y volver a sus raíces. Como primer paso, se instalaron en un enorme galpón desangelado en Londres y comenzaron a tocar. La idea, lo que pensaban hacer en Twickenham, era mostrarle al mundo la cocina de sus canciones, la dinámica de sus ensayos, la genialidad de sus composiciones.

Vemos la primera de tres etapas que darían forma a lo que conocemos como Let it be. En un inicio, las cámaras de Michael Lindsay-Hogg mostrarían apenas borradores de aquel disco, jams con versiones de autores como Bob Dylan y el tedio tan instalado entre los cuatro Beatles como la propia Yoko Ono.

Es el jueves 2 de enero de 1969 y las filmaciones nos presentan a cuatro músicos a contrarreloj, preparándose para un concierto improbable, proyectado en lugares con la ambición de una banda que tenía como público al mundo entero.

Los Beatles en el galpón
Los Beatles en el galpón

Así arrancan las siete horas y cuarenta y ocho minutos de Get back, el documental de Peter Jackson estrenado por Disney Plus, que muestra los días en que se armó y desarmó Let it be, aunque sin la última de sus tres etapas, es decir, cuando las grabaciones caen en manos del barroquismo de Phil Spector —tan distinto al de George Martin—.

Acá somos testigos de las sesiones guiadas por un protagonista Glyn Johns, acaso el mentor tras el sonido más crudo del disco, el responsable del esqueleto que más tarde usaría el creador del “wall of sound” para su versión más clásica.

El largo y sinuoso camino

En Get back viajamos hasta los días en que el grupo parece más cerca del desastre. Lo que anunciaban las fotos por separado al interior del Álbum blanco, como sugieren Sergio Marchi y Fernando Blanco en el tomo 2 de su libro Los Beatles en el final (1967-1970), acá ya se veía más claro: cuatro retratos individuales forman la carátula de Let it be.

Por un lado, McCartney veía que la banda se desmembraba y hacía lo posible para impedir el quiebre. Harrison, siempre al borde del colapso, notaba el desinterés de sus compañeros por sus composiciones —que luego formarían parte de su disco solista All things must pass— y Lennon aparecía más bien intermitente —según le confesó a Jann S. Wenner, estaba en el peak de su relación con la heroína—.

Ensayar, improvisar y volver a tocar
Ensayar, improvisar y volver a tocar

Pero no todo es modorra: entre el ir y venir de cigarrillos e invitados, los Beatles son agasajados por su asistente Mal Evans, que constantemente llena sus tazas, reparte cocktails y acude a cada uno de sus caprichos (en algún momento lleva incluso un zapatero por petición de Harrison). Incluso golpea un yunque para el borrador de “Maxwell’s Silver Hammer”, de Abbey road.

Somos invitados a espiarlos ensayando, en su etapa de taller, discutiendo, improvisando, tocando jams como compañeros de oficina. Como el silencioso krishna amigo de George, vemos a Paul diciéndole a Ringo lo que tiene que tocar, mostrándole a Harrison su idea de solo. Hasta que algo hace un cortocircuito. Y de pronto, todo es un infierno donde todo queda grabado.

Harrison decide irse del grupo. Es la primera señal del quiebre definitivo de los Beatles. Tras un par de reuniones, deciden abortar la idea de tocar en vivo y se concentran en grabar un último disco y, claro, aprovechando las cámaras, filmar todo el proceso.

Deja un rato piola

El 22 de enero, en la segunda fase de Let it be, los Beatles llegan hasta el centro de Londres, en los estudios Apple, donde ocurre lo impensado.

Todo cambia cuando vuelven a esa pequeña sala de grabaciones y comienzan a pasarlo bien. Yoko pasa de venir de negro a venir de blanco. Lennon aparece divertidísimo, ácido y enchufado. Harrison está en su peak creativo, sin la apatía de las primeras sesiones. Ringo sabe en su mirada que se está cocinando algo grande. Y McCartney, en estado de gracia, se deja llevar por las canciones que brotan desde el Höfner o el piano Blüthner, aunque la inspiración no llega sola: tocan, ensayan y dedican mucho tiempo a improvisar.

McCartney y las primeras notas de "Get back"
McCartney y las primeras notas de "Get back"

Los instrumentos también hacen que el sonido resulte novedoso en el disco: Harrison prueba el prototipo de una Rosewood Telecaster de Fender en madera de palosanto, Lennon desenfunda un lapsteel Höfner Hawaiian Standard para tocar al estilo slide, por ejemplo, en un tema como “For you blue”, McCartney usa el mencionado piano de cola y Ringo Starr cambia su batería por una Ludwig Hollywood con acabado de arce.

Por último, hace su aparición un piano eléctrico Fender Rhodes. A cargo está Billy Preston, un viejo conocido del grupo desde los días en Hamburgo, quien llega de improviso y su piano los guía hacia otro estadio musical. Según Harrison, “que hubiera un quinto músico alcanzó para romper el hielo que habíamos creado entre nosotros”.

Finalmente, los cinco suben a la azotea, y por primera vez somos testigos del show completo en los cielos de Londres, incluido el breve operativo policial que terminó por bajar el telón de los Beatles. Es decir, las tres tomas de “Get back”, otras dos de “Don’t let me down” y “I’ve got a feeling”, y una individual de “One after 909″ y “Dig a Pony”. Esa sería, como todo el mundo sabe, su última presentación en vivo, la que cierra con Lennon diciendo “ojalá hayamos aprobado la audición”, y verlo —aunque sea en el streaming y no en un cine— es bellísimo.

El título tentativo iba a ser Get back pero terminó tomando el nombre del tema más fúnebre del disco, “Let it be”. Cuatro minutos de pop perfecto y una declaración de principios… o finales: déjalo ser, ya fue, ya está.

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