El poeta y editor valdiviano acaba de publicar, vía Editorial Cuneta, su último libro, que en rigor es un poema largo en que ahonda en el universo de los hielos y lo sonoro, dada su cercanía con la música. En charla con el diario pop habla del libro, y por supuesto, cómo aprovechar el hielo a la hora de sentarse a la mesa.
Fue una de esas situaciones inesperadas, que se dan sin mayor planificación, donde la naturalidad de la sorpresa hace que las cosas se vean de manera transparente. Eso le pasó al poeta y editor Guido Arroyo (35). Fue en la segunda versión del Festival PM, en 2016, en el Centro Cultural España, cuando al valdiviano le tocó subir al estrado para leer unos versos. Ahí, en el espíritu beat del evento, una banda musicalizaba lo que se leía improvisando en el momento.
"Recuerdo que les dije, toquen algo tipo Joy Division, y me lancé a leer. Cuando terminé, aplausos y un par de personas que no conocía se acercaron a comentar. De no ser por ellos quizá este poema habría quedado inédito", recuerda Arroyo –también director de la editorial Alquimia– en charla con el diario pop.
Eso que leyó acaba de ver la luz en formato libro a través de Editorial Cuneta. Se llama La música del hielo, y es un libro que a la manera de Aullido, de Allen Ginsberg, contiene un poema largo que se centra en un imaginario acerca del hielo, lo frío, pero también lo sonoro. De hecho, ambas cosas, paila y frío, están ligadas desde la concepción misma de la idea.
"Podría contarte un relato memorable. Que la imagen surgió cuando recorrí Ushuaia y sus campos de hielo durante el invierno del 2013. Pero la idea llegó de forma muy sencilla –explica Arroyo–. Un frío viernes de ese mismo año, regresaba por la noche a casa. Iba triste, no por la cena que había tenido, sino porque atravesaba los veintiséis y la vida adulta me parecía una miseria. En algún momento mi vista se detuvo en una pátina de hielo pegada en el asfalto. Estaba cubierta de barro, pero adentro tenía un tono azul metálico. Un ciclista pasó y el sonido de la trizadura detonó la música, la idea. Debes escribir del hielo, estás habitando una zona hielo, pensé".
—¿Qué tal es la experiencia de componer un poema largo a diferencia de lo que se hace usualmente que son poemas "individuales"?
—Fue una experiencia reveladora que, como todo lo que te enseña algo, arrancó desde el fracaso. Hace años tenía el deseo de "componer" un poema largo, y me gané una beca de creación con un proyecto sobre paisajes lacustres. Me dediqué a viajar por distintos lagos, con la peregrina idea de que sólo por estar cerca de ellos surgiría el poema. El resultado fue pésimo. Textos forzados, cargados a la retórica y excesiva descripción del entorno. Impostación y poca fluidez. Faltaba la escena, el tono, la música. El proceso de escritura fue intenso, dos meses en que apenas salía del trabajo me ponía a escribir. Eso generó una atmósfera creativa muy seductora, porque el tono, la prosodia, se volvía un mantra. Una suerte de ruido blanco que acompañaba tu cotidiano.
—¿Algún poema largo que te haya motivado a pensar "yo también quiero escribir uno"?
—Varios. Te diría que los libros de poesía que más me han marcado, han sido precisamente los "poemas largos". Rótulo que, más que un subgénero, resulta una solución para aludir a textos incómodos, que coquetean con la prosa y el ensayo, que cuesta definir. Los que más motivaron a intentar escribir este libro fueron el Poema sucio de Ferreira Gullar; Alfabeto y Eso de Inger Christensen; El mundo no se acaba, de Charles Simic; El solicitante descolocado, Trento y Carroña última forma de Leónidas Lamborghini; Mi vida, de Lyn Hejinian; Rumbo a peor de Samuel Beckett; Islandia, de María Negroni; Wirrwarr, de Edoardo Sanguinetti; Carta de viaje y Seña de mano para Giorgio de Chirico de Elvira Hernández, y Un atlas del mundo difícil, de Adrienne Rich.
—¿Por qué el hielo?, ¿tiene que ver con que eres del sur?
—No creo que mi formación valdiviana tenga algo que ver. Rara vez nieva allá, a veces caen granizos, pero es extraña la postal de la ciudad cubierta de blanco. Lo que me interesó fue la imagen del hielo aferrado al cemento. Visualicé en el hielo, en la trizadura del hielo, una alegoría precisa para el estado emocional que atravesaba. Esa era la música. Luego comencé a investigar y descubrí que lo único irrepetible en toda la materia, son las partículas de hielo. Que un copo de hielo, está formado por miles de fractales que jamás se volverán a repetir. El hielo es lo único intraducible que existe. En sus vetas se pueden leer las crisis históricas, las civilizaciones borradas. Eso me apasionó. Por eso me "aferré" al hielo.
—¿Cómo escribir un poema largo con el riesgo de repetir ideas?
—Es todo un problema ese. Porque en el flujo de escritura, tiendes a reiterar conceptos, imágenes, cortes de versos o ritmos prosódicos. Incluso me sucedió que los sinónimos para referir al hielo eran escasos, y la posibilidad de reiterarlos muchas. De ahí que el proceso fue muy distinto a todos los otros que he publicado (y a varios que he editado). La escritura en sí misma tardó poco. Y la edición, la lectura, los cambios, varios años. Se volvieron una forma de escritura.
—Enrique Lihn decía que la literatura es un ejercicio colectivo, ¿para este libro pasaron otras manos antes de que se publicara?
—Concuerdo plenamente con casi todas las tesis de Lihn. Escribir es siempre un ejercicio que involucra a otros. Escribir tiene sentido si se ejerce en comunidad. Nuestro actual proceso Constituyente es un ejemplo. No me refiero, necesariamente, a redactar un manifiesto masivo u obras a cuatro manos. Sino que siempre cuando escribes estás leyendo, metabolizando otras estéticas, repensando temas y tramas que otras y otros ya pensaron. El arquetipo del escritor solitario, del genio creativo aislado del mundo, me resulta radicalmente obsoleto, más aburrido que las Obras Completas de Neruda.
"La música del hielo tuvo un proceso particular y me atrevo a utilizar el adjetivo bello. Fue editado el año 2017 por un 'comité' de cinco lectores. Todes eran poetas más jóvenes que yo, y la metodología fue la siguiente: proyectar el texto y cercenarlo en dos jornadas de lectura. El resultado fue luminoso. La cantidad de cambios, sugerencias, puntos de fuga, volvieron a este libro lo que es. Fue, además, un reflejo del cariño que la editorial Cuneta le imprime a su catálogo. El proceso ha sido cómplice y enternecedor. Tan así que Carolina (Ruiz) y Galo Ghigliotto), me acompañaron horas antes del lanzamiento, porque estaba vuelto un atado de nervios. Ese cariño por la 'cadena del libro' es difícil de encontrar".
—¿En qué libro y autores pensabas mientras lo escribías?
—Hubo dos lecturas cruciales. Viaje al amor, de William Carlos Williams; y Un poema no escrito, de W.H Auden. También horas y horas de investigación sobre el hielo: papers, literatura científica y muchísimos documentales. Algunas películas: Heart of glass, de Herzog; Toute une nuit, de Chantal Akerman y Walden: Diaries, notes and sketches, de John Mekas. También la música. Bandas como Radiohead, Pink Flag, Björk, Pulp, Tame Impala, Sonic Youth, Brian Eno, Patti Smith o Motorama, fueron el playlist que acompañó la escritura.
Pataches y poesía
—Sabemos que eres un poeta particularmente patachero, y ya que hablamos de hielo, ¿a qué recomendarías echarle hielo?
—Jjjj: sí, lo soy. Lo que más amo en la vida es comer. Y beber. Se me ocurren puras cosas gurmé con hielo picado. Una fácil: salmón gravlax sobre cama de hielo frappé al eneldo. Es una preparación noruega y sirve para cualquier proteína, pero se sugiere para pescados grasos. Se cubre el salmón con una solución de dos partes de sal gruesa por una de azúcar. Papel metálico y al refrigerador por al menos 16 horas. Queda como jamón serano. Exquisito. Lo montas en un plato de hielo frappé repleto de eneldo. Mantequilla derretida encima y nace solita la salsa. Un manjar. Otro dato. Nunca votar los caldos, sino congelarlos en una cubera. Se lo arrojas al sartén cuando estás salteando verduras y queda perfecto. También se puede hacer con leche de marihuana. Muy recomendable. Para más datos síganme en jjjj...
—¿Piscola, roncola o vodka con hielo?
—Vodka puro, siempre. O gin. Tres cubos de hielo, una rodaja de jengibre, limón y un toque de pimienta negra. Match perfecto. Ganaré haters, pero las combinaciones pisco-cola/ron-cola me resultan intomables. La última vez que las consumí, debo haber tenido diecisiete y un sentido por la mixología más deplorable que la ética de Piñera.