La caída de Sadam

Sadam Husein

Acaba de llegar a librerías La caída de Bagdad, reedición de un clásico del periodismo y la literatura de guerra, donde el conocido cronista Jon Lee Anderson narra las historias humanas en el epílogo del régimen del cruento dictador iraquí, Sadam Husein.

Para el cambio de milenio, Sadam Husein gobernaba Irak a sus anchas, sin contrapesos y con un régimen tirano. Por orden del dictador, quien dominaba la política del país desde fines de los años sesenta y ostentaba el poder absoluto desde 1979, cientos de miles de personas habían muerto violentamente en Irak y los países vecinos, especialmente en Irán, que había invadido.

Sadam envió a sus hombres incluso hasta Europa para asesinar a enemigos exiliados, y utilizado gas venenoso para matar en sus ciudades a miles de civiles kurdos.

¿Por qué duraba tanto en el poder? En el año 2000, el mítico periodista estadounidense Jon Lee Anderson, viajó por primera vez a Irak con esa pregunta entre cejas, una década después de la invasión de Irak a Kuwait, cuando la coalición que lo expulsó del país árabe —liderada por Estados Unidos— le permitió inexplicablemente seguir en el poder.

Sin embargo, una serie de imprevistos modificarían los planes del cronista de The New Yorker: los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la posterior declaración de guerra de Estados Unidos contra Afganistán y, no obstante la falta de pruebas de la participación de Irak en los atentados, la invasión ordenada por George W. Bush que decidió entrar en Irak y deshacerse definitivamente de Sadam Husein.

La caída de Sadam

La historia de aquel conflicto, la cruenta invasión norteamericana que significó la destrucción del régimen de Sadam, fue narrada en el libro La caída de Bagdad, publicado originalmente en mayo de 2005 y de reciente reedición por el sello Anagrama.

Allí, Jon Lee Anderson le toma la temperatura a la sociedad iraquí, desde que primero los norteamericanos se enfrentaron con los insurgentes iraquíes y luego los iraquíes entre sí, en el brutal desencuentro sectario entre chiitas y sunitas.

Todo, con el telón de fondo del horroroso crecimiento del grupo terrorista Estado Islámico, que significó una nueva destrucción del país.

La caída de Bagdad

“Leerlo es entender nuestro tiempo”, apunta en un nuevo prólogo la periodista brasileña, Carol Pires. Allí también advierte una marca de la madera del autor: “Murieron más periodistas en Irak que en las dos guerras mundiales sumadas. Pero Jon no regresó a su casa. Por veintiún meses fincó sus pies ahí”.

En el libro, al seguir la vida de iraquíes comunes, Jon Lee Anderson documenta las consecuencias en las diferentes capas de la sociedad de una tragedia humanitaria. Y lo hace desde los recovecos más insólitos, como cuando en octubre de 2002 Sadam liberó a los presos de Abu Ghraib, uno de los pasillos más tenebrosos de Irak, y el cronista se instaló en ese símbolo del terror.

“Casi todos tranqulizaban su conciencia diciéndose que no les quedaba alternativa, porque tenían una familia que mantener y proteger, y que la otra opción posible era la cárcel, el exilio o quizá la muerte”, describe el periodista de la sociedad iraquí en la era Husein.

Luego sigue: “Para todos ellos, las drásticas transformaciones provocadas por la guerra y la caída de Sadam pusieron un brusco punto final a la vida que hasta entonces habían llevado. Para unos representó un nuevo comienzo; otros descubrieron que habían llegado al final del camino”.

El gran mérito de La caída de Bagdad es que ilumina con rigor las historias de la gente común, con la intuición del estallido inevitable de la guerra, como una cartografía del sufrimiento humano. En su incursión, el estadounidense retrata con profundidad a una cultura dominada por el miedo orwelliano y omnipresente, en constante tensión, y el nacimiento de un país.

La caída de Bagdad

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