Sorpresivamente y con la petición expresa de no dejar registro alguno para las redes, el quinteto de germen penquista despachó más de una hora de música en el histórico club capitalino.
La noticia tomó por sorpresa a fans, periodistas e incluso a algunos amigos de la banda. Los Bunkers, la misma institución que hace tan solo unos días ostentaba el cartel de más de cien mil tickets vendidos para sus cuatro conciertos de regreso en Chile, iba a tocar esa misma noche y gratis.
Los quinientos tickets puestos libremente a disposición del público volaron en minutos. La cosa es así: los fans más rápidos y afortunados junto a otra centena de personas elegidas cuidadosamente por el staff lograron la hazaña. Ver el regreso de la última gran banda chilena no es algo que te pase todos los días.
El lugar escogido no era antojadizo. El Club Blondie, treintañero en su creación pero vigoroso y adolescente en espíritu, acogería el hito tras haber cobijado al quinteto en innumerables oportunidades antes de su conquista a México. Se siente como volver a casa.
Desde el recibimiento, a pasos del metro Unión Latinoamericana, la noche tenía tintes especiales. Nada fue dejado al azar. Tras la validación del ticket único e intransferible, los seiscientos afortunados recibieron una pulsera que, para la posteridad, se convertirá en prueba irrefutable de haber estado allí.
“Los Bunkers, canción de cerca, Blondie, 01-03-2023″, se lee en la solapa y las barras de señal en los móviles se sumergen en la inexistencia, peldaño a peldaño hacia la pista central.
Adentro, pese al día, la misma energía de siempre. La barra estaba funcionando -era un evento para mayores de 18 años-, clásicos sonando y el icónico cubo en las bodegas para dejar realmente despejado el lugar.
El show
Cerca de las 21:15, el periodista y lector de noticias Humberto Sichel apareció entre las sombras del escenario cuando el público, pese al contexto de la invitación, dejaba caer su incomodidad ante el retraso.
“La primera imagen que queremos tener del regreso de Los Bunkers es saliendo en el Santa Laura”, rogaba el rostro televisivo, mientras los celulares se empezaron a apagar de a poco. Las stories de Instagram podrán esperar hasta el 11 de marzo. El requerimiento fue acatado casi sin excepción.
Arriba, Los Bunkers. Mauro, Gonza, Francis, Álvaro, Basualto en los tambores. Formación clásica, solo cinco sobre el plató y los acordes iniciales de “No me hables de sufrir”.
El show, que se extendería por una hora y veinte minutos, serviría entonces para repasar varios clásicos y adelantar algunas rarezas de su catálogo que aparecerán sorpresivamente en cada uno de los cuatro shows que les vienen por delante.
Acá una muestra: “Nada es igual”, de Vida de Perros (2005), “No necesito pensar” de La Culpa (2003) y “Andén” correspondiente a Barrio Estación (2008) fueron algunas de esas composiciones ocultas en el cancionero que aparecieron vigorosas en el set.
Por si quedaba alguna duda, la banda sigue estando sonora y estéticamente tan bien como siempre. De eso no hay que preocuparse. Aunque, a diferencia de los últimos shows que dieron antes del receso en 2014, cuando ya se avizoraba el final, las muecas, los chistes y las miradas cómplices volvieron a aflorar.
Desde diciembre pasado, ellos junto a su equipo de trabajo, han preparado en largas jornadas diarias lo que será este año cargado de shows, viajes y hoteles. El fiato está intacto y, tal como apuntaron en una entrevista hace pocos días, la memoria muscular de sus canciones sigue allí.
Hacia el final, y dejando en el baúl algunas de sus canciones más icónicas para los shows masivos de verdadero regreso, se sumergieron en un jam virtuoso para cerrar con “Ahora que no estás”.
“Buenas noches, muchas gracias, somos Los Bunkers”. Pese al tiempo, esta reunión no parece ser la suma de sus partes. Siguen siendo Los Bunkers.