En la película Get Back, hablan de él, pero no lo dejan bien parado. Alexis Mardas fue parte del círculo que rodeaba a los Beatles. Gracias a su interés por la tecnología se ganó la confianza del grupo, los acompañó a la India, participó en la película Magical Mistery Tour y prometió construirles fabulosos inventos que cambiarían la humanidad: pintura eléctrica, un megaestudio de grabación propio y otras tantas ideas que parecían flotar entre la imaginación y la pesada normalidad.
“Hola, soy Alexis, de Apple Electronics. Me gustaría saludar a todos mis hermanos y a todas las chicas alrededor del mundo. Esto es Apple Electronics”, dice Magic Alex -vestido de bata blanca y patillas- en un video de presentación filmado en su taller, rodeado de potenciómetros, aparatos de cinta y juegos de luces, que le dan una cierta apariencia de científico loco. De fondo hay un sonido raro, oscilante, robótico, como de una película de alienígenas invasores del planeta Vulcano que derriten cerebros.
El registro, parte de la serie documental The Beatles Anthology, resume una era en que todo pareció posible. En las protestas de mayo del 68′ se leyó la consigna: “La imaginación al poder”. Por entonces la juventud irrumpió como actor social en un mundo de aburridos adultos e impusieron sus códigos; de las melenas a las patas de elefante. En esos días agitados se masificó el ser cool, mucho antes de MTV, los yuppies y los hipsters. Y por entonces no había nada más cool que trabajar con los Beatles. Uno que tuvo esa suerte fue Magic Alex.
“Nothing is real”
Antes de Magic Alex, existía Yannis Alexis Mardas. Un aventurero nacido en Atenas que de adolescente manifestó interés en la ciencia. Aprendió nociones de tecnología a partir de la lectura de revistas y el desmonte de equipos de radio y otros aparatos de uso común. Pero también le llamaban las estrellas. Cuando se mudó a Inglaterra en 1965, con una visa de estudiante, de inmediato se encandiló con el optimismo contracultural del Swinging’ London; las tiendas, las camisas floreadas, las guapas modelos de revistas, los volones de ácido y las regadas noches de rock and roll.
Precisamente, en ese crisol de cultura pop compartió departamento con John Dunbar, el dueño de la Galería Indica, un lugar de moda por entonces. Eso le permitió conocer a Mick Jagger y Brian Jones de los Rolling Stones, para quienes diseñó un estrafalario sistema de luces para sus conciertos. Pero una tarde se encontró cara a cara con el mismísimo John Lennon. Este era amigo y compañero de parranda de Dunbar, pero también un neófito absoluto en tecnología. Y Mardas lo notó.
A Lennon, por sobre todo, le gustaba lo excéntrico y lo novedoso. Las charlas sobre ciencia y tecnología con Alexis despertaron su siempre ávida curiosidad. Más aún, cuando el griego le regaló algunos chiches como la Nothing Box, un aparato con una secuencia de luces que se encendían de forma aleatoria. Como un niño, Lennon se quedaba mirándolo durante horas tratando de adivinar cuál sería la próxima. No tardó en bautizar a su nuevo amigo como “Magic Alex”.
Pronto se integró al círculo cercano de los Beatles. Su competencia técnica, que sorprendió a todos, le ganó el nombramiento como encargado de Apple Electronics, una subsidiaria de la compañía de los fab four dedicada a desarrollar toda clase de inventos asombrosos para el día a día. Con el trabajo, le dieron un pequeño taller en Boston Place. Eran los sesentas. Todo era posible.
“Soy jardinero de rock, y ahora estoy haciendo electrónica. Quizás el año que viene haga películas o poemas -declaró Alex a modo de presentación, en una entrevista citada por el website The Beatles Bible-. No tengo entrenamiento formal en ninguno de estos, pero esto es irrelevante”.
Bajo el sol del mediterráneo, estirados sobre la cubierta de un barco, los Beatles pasan las vacaciones de ese ácido 1967. El “verano del amor” los encuentra con la idea de comprar una isla griega, a fin de levantar ahí una serie de residencias para cada uno. Aprovechando los contactos de su familia con la dictadura del coronel Papadopulos, Magic Alex consiguió manga ancha para que el grupo pudiese negociar. Finalmente no compraron nada, pero pasaron unas buenas vacaciones e igualmente ganaron dinero. Para el negocio habían cambiado las libras a dólares. Justo el tipo de cambio de subió y se embolsaron unos cuantos chelines. El “mago” les había bendecido.
Por ello, lo invitaron a participar en la película Magical Mystery Tour (1967). En una secuencia figura cantando a capella en el interior del bus que servía de eje de la historia. Está sentado entre todos los sujetos estrafalarios que los Fab Four llevaron al set, micrófono en mano con su cabello rubio ondulado, mostacho, una chaquetilla de colores psicodélicos y una coqueta camisa azul turquesa.
También les acompañó a la India. En esos días buscaban respuestas a sus dilemas y quisieron probar algo nuevo con las enseñanzas de su nuevo gurú, el Maharishi Mahesh Yogi. Al cabo de algunas semanas, con dieta vegetariana, largas horas de meditación y sesiones de yoga, Alex acusó al sabio indio de comportamiento inadecuado con una joven estadounidense. Eso indignó a Lennon. Una mañana le avisó al Maharishi que se marchaban. Éste le preguntó el por qué. “Usted que es tan místico debería saberlo”, le respondió.
“Magic Alex inventó la pintura eléctrica -recuerda Ringo Starr en la Antología del grupo- ¡Pintas tu sala de estar, la enchufas y las paredes se iluminan! Vimos pequeñas piezas de metal como muestras, pero luego nos dimos cuenta de que tendrías que poner láminas de acero en la pared de tu sala de estar y pintarlas. Además, tenía el ‘teléfono parlante’, recuerden que esto es 1968, un teléfono con altavoz que compensaba el volumen al mismo nivel mientras se caminaba por la habitación”.
“El invento consistía en un trozo de metal pintado con algo que parecía un esmalte espeso, también con cables colgando. Cuando lo conectabas el metal adquiría un color amarillo verdoso”, recuerda George Harrison. Éste le preguntó al enigmático “mago” si era posible aplicar la “pintura mágica” a su Ferrari. No solo le dijo que sí, sino que también podría hacer que el chasis brillase a medida que avanzaba e incluso que la parte trasera tomase un color rojo al momento de pisar el freno. Todo era posible.
Alex también asistía a menudo al estudio Abbey Road. Allí compartía algún porro de marihuana con el grupo. Era un privilegio absoluto. Pocos eran los recibidos por los Beatles en su lugar más sagrado en el mundo, el santuario donde creaban sus éxitos. Entre consolas, guitarras y amplificadores, el “mago” no tardó en hacer notar su influencia. “Lo que nosotros les ofrecíamos en EMI, les dijo a los Beatles, él podía construírselo más pequeño y mejor”, recuerda el ingeniero Geoff Emerick en sus memorias.
A veces, Emerick le preguntaba cómo llevaría a cabo sus grandiosos inventos. “Se limitaba a farfullar algo a través del bigote -recuerda el ingeniero- farfullaba y hacía ver que hablaba mal en un inglés impregnado de un fuerte acento griego. Lo divertido era que, si lo hacía delante de John, éste fingía entender lo que Álex decía”.
Como los de Liverpool se estaban hartando de lo poco acogedor que era Abbey Road, con sus duras luces industriales y sus nulas comodidades, vieron en Alex la posibilidad de concretar una idea: tener su propio estudio. Se lo encargaron. Él no solo aceptó sino que, más aún, aseguró al grupo que les podía construir una demencial mesa de mezclas de 72 pistas, cuando en esos días, lo máximo eran ocho. Sonaba genial. Serían la primera banda en disponer de su propio recinto de grabación y además, el más moderno del planeta.
Además de su rol como gurú tech, también emplearon al “mago” en otras tareas menos divertidas. Fue él quien le hizo llegar a Cynthia, la esposa de John, la demanda de divorcio que este le interpuso por adulterio con un joven italiano -lo que según ella no era cierto-. En esos mismos días Lennon se mostraba al mundo con su nueva pareja, la japonesa Yoko Ono. Apenas un par de semanas antes, Cynthia los había encontrado a los dos en la mansión matrimonial de Kenwood. “Ah, hola”, fue la reacción de John al ser descubierto.
“Nowhere Man”
Cuando los Beatles quisieron, por fin, ocupar el estudio que le encargaron a Alex, no lo pudieron creer. “Entramos a verlo y era un caos -recuerda George Harrison- el mayor desastre de todos los tiempos. No había nada aprovechable y hubo que desmontarlo todo”. ¿Y la grandiosa mesa de mezclas? “apenas funcionaba y la poca señal que emitía estaba distorsionada”, remata Emerick. La terminaron vendiendo como chatarra.
“Creo que algunas de sus cosas se hicieron realidad después -detalla John Lennon en la Antología- Pero no fabricó nada que se pudiera vender. Solo fue uno de tantos de los que rondan a la gente como nosotros. No es mal chico, tiene buenas intenciones, pero está loco”.
“No hizo nada (salvo un water con una radio incorporada o algo así)”, agrega Harrison. Incluso, como se muestra en la película Get Back, hasta ofreció construirles a las Beatles una especie de guitarra-bajo con un mástil giratorio. Los Fab no se aguantan la risa cuando reciben el prototipo del “invento”.
Pero el “mago” todavía tenía algo de crédito. Según Emerick, un día anunció que construiría un platillo volador. “La novedad era que lo iba a revestir con una pintura mágica que lo haría invisible. Aunque parezca increíble, lo tomaron en serio”. La idea era construirlo con los motores del Ferrari de Harrison y el Rolls-Royce de Lennon. Nunca se concretó. Una mañana, Alex encontró su taller cerrado con candados. Le comunicaron su despido. Poco después, un incendio lo consumió todo. Era un “Nowhere Man”.
Se acababan los sesentas, las camisas de colores y las fiestas con estrellas de rock. Pero la vida siempre da oportunidades. Alex se reinventó como empresario especialista en seguridad. Aprovechando sus contactos en la monarquía griega, logró vender autos blindados a varias personalidades. El entonces heredero al trono español, Juan Carlos de Borbón, le encargó un modelo.
El auto era extremadamente pesado, fallaba al conducirlo y ofrecía muy poca protección, pero estaba equipado con televisión, un sistema de cañones de humo y unas coquetas luces azules. Otro cliente, el sultán de Omán, fue más precavido; ordenó a sus guardaespaldas llevar el auto, recién adquirido, al desierto y zurrarlo a balazos para probar su resistencia. Explotó.
Muchos años después, en 2008, Alex reaccionó a un artículo de Allan Kozinn publicado en el New York Times, sobre los días de los Beatles con el Maharishi en que él queda muy mal parado. Envió una carta intentando limpiar su nombre: negó haber ideado la pintura invisible, el estudio fantástico y el platillo volador.
“La sugerencia de que yo construí un estudio que ‘era inutilizable y de una muy mala calidad’ es una total mentira -se defiende-. Nunca llegué a construir un estudio en Savile Row -el edificio de Apple en cuyo tejado los Beatles tocaron en 1969-. Lo estaba diseñando y casi había terminando un estudio prueba en Boston Place que, a su término, iba a ser llevado a las instalaciones de Savile Row. Lo que hice fue destruido y el equipo removido. Lo que sucedió después de que yo me fui no es de mi incumbencia”.
Tan misterioso como el alcance real de sus palabras, Mardas falleció en 2017 con una reputación en el suelo. Pero Magic Alex permaneció como el recuerdo de una era en que la imaginación por momentos superó a la realidad. Todo era posible.