Con sendas biografías sobre Los Prisioneros y Los Jaivas en el cuerpo, el periodista indagó a uno de los “puntales de la cultura popular”, relata sobre 5 minutos: La vida eterna de Víctor Jara, un libro que se adentra el rescate de su cuerpo tras ser asesinado y, también, en el vínculo de artista con el rock. “Veía cosas que otros no veían”, asegura sobre su legado.
A Freddy Stock se le viene a la mente una imagen, un recuerdo de cuando era scout en el Instituto Nacional y no superaba los trece años. En un campamento de verano, de pronto, alguien, seguro mayor que él, agarró una guitarra en torno a “la típica” fogata y cantó “El cigarrito”, de Víctor Jara. “Me pareció una maravilla canción”, asegura el periodista musical a La Cuarta. Más adelante, a través del tráfico de la revista cultural La Bicicleta, a principios de los 80′, conoció los acordes.
“Y ahí ya en la adolescencia me metí totalmente en la música de Víctor Jara”, declara.
A inicios de agosto, Stock lanzó 5 minutos: La vida eterna de Víctor Jara (Editorial Vía X), un libro íntimo que retrata el vínculo del artista con la música popular y, sobre todo, con el rock, un género de origen gringo que, en tiempos de Guerra Fría, era visto con recelo dentro del Partido Comunista, en que él militaba fielmente. Sin embargo, también tiene un papel central Héctor Herrera, quien trabajaba en el Servicio Médico Legal cuando el cantautor fue asesinado tras el golpe de 1973, siendo clave para evitar que se convirtiera en un detenido desaparecido más.
La génesis
—Me gusta complicarme la vida —comenta Freddy, y ríe sobre cómo se le ocurrió contar la historia del autor de “Te recuerdo Amanda”.
Eso sí, en sencillo, sus tres libros sobre música “básicamente son historias que encuentro interesantes de investigar”, y “periodísticamente de escribirlas”, añade.
Primero, en 1999, publicó Corazones rojos: Biografía no autorizada de Los Prisioneros, que fue la primera biografía de rock en Chile. “Era un terreno que no conocíamos, que nadie había hecho antes, menos no autorizada”, explica. “Todos los libros nacen de una pregunta; en el caso de Los prisioneros era: ¿Por qué el primer disco de ellos en democracia fue completamente romántico? No entendía, por qué no fue más político o social como los otros. Me puse a investigar y salió una historia muy de rock”.
Después, ya en 2002, apareció La vida mágica de Los Jaivas: los caminos que se abren, ya que se trata del “grupo más importante que hemos tenido” con ya 60 años de ruedo, destaca. Sin embargo, “¿Qué representa ‘Todos juntos’?, que es nuestro segundo himno”, se preguntó en su momento. “¿Qué representa esa frase? ¿Y qué representa ese ideario que sonó tan potente en Chile a principios del año 70, que fue hippismo?” Pero además, en lo netamente musical: " inventaron un sonido”, remarca, algo que en Chile sólo ellos lo han hecho junto a Los Ángeles Negros, “que inventaron el bolero con estética de rock”, describe. En tanto, la banda liderada por los hermanos Parra hizo “la fusión latinoamericana, folclórica, con instrumentos clásicos, como el piano, pero también de rock como el bajo, la batería y la guitarra”. De hecho, “es una genialidad que nadie había hecho en el mundo entero”, celebra.
En el caso de Víctor Jara, Freddy lo define como uno “de nuestros cuatro puntales de la cultura popular”, junto a Violeta Parra, Pablo Neruda y los propios Jaivas. Personalmente, el periodista recuerda la música del cantautor desde su adolescencia, cuando escuchar su canciones era un “acto rebeldía”, ya que “estaba proscrito”.
—Tenía que conseguir los casetes pirateados que compraba a la vuelta, en la calle San Diego —relata sobre sus tiempos escolares—. Y tocar sus canciones en una fogata era un acto contra la dictadura. Muchas de esas canciones se me hicieron muy patentes, con sus versos. “Manifiesto”, por ejemplo, esa profundidad... Esa frase que le da el título a mi libro: “La vida es eterna en cinco minutos”. ¡Y pucha que es profunda! Con el tiempo uno se va dando cuenta que hay cosas que parecen fugaces, pero que son eternas. Algo que ocurre en la vida y no dura prácticamente nada, pero que pucha que te marca, para siempre.
Luego, incluso emocionado, el reportero reflexiona:
—Hay personas que aparentemente mueren jóvenes, pero dejan una huella imborrable. Víctor Jara muere casi a la misma edad que (John) Lennon, y mira la huella que han dejado, y seguirán dejando.
Con el libro de Los Prisioneros, por ejemplo, el escritor quería que cada historia se contara a través de una canción. Ahora, la trama central es la que protagoniza Héctor Herrera, con tan sólo 23 años, y el rescate del cuerpo de Jara, “desde que lo encontró hasta que lo pusieron en el nicho en el Cementerio General”, resume sobre esta “odisea”, como la califica. “Tuvo la valentía de atravesar todo Santiago para contarle a su viuda, Joan Turner, y después ayudarla a rescatar ese cuerpo de las fauces de los militares que custodiaban, para darle una una sepultura”, cuenta.
Así, este libro es una suerte de homenaje “a la valentía de él y toda la juventud chilena que murió”. Es más, precisa que casi todos los muertos de la dictadura eran, en su mayoría, personas menores de 35 años, incluidas mujeres embarazadas.
A partir de esa línea, posterior a su asesinato el 16 de septiembre de 1973 con 44 balazos, “van surgiendo las vidas de Víctor Jara: Lonquén, cuando era niño; después Estación Central, la población donde llega con su familia, típica de la migración campo-ciudad a mediados del siglo pasado; luego, muy precario logra entrar a la Universidad de Chile, la importancia de la educación pública, que hace que el hijo de un campesino pueda ser uno de los más grandes directores de teatro que ha tenido el país, y luego convertirse en la figura artística reconocida mundialmente que es hoy”, resume a modo general sobre una trama que, al mismo tiempo, es la historia de la segunda mitad del siglo XX en Chile.
—Tras cinco años de una investigación que incluyó decenas de entrevistas, ¿cuál te marcó?
—Todas me dejaron algo, porque es una generación muy valiosa, a la que se le fue un sueño. Tienen en la mirada, siempre, un dejo de tristeza, pero también, a la vez, de entereza. Es la generación de mis padres. Y en eso hay un valor muy interesante para entender lo que estamos viviendo y lo que debiéramos vivir, con ese aparente fracaso que significó el camino de la Unidad Popular. Además, me permitieron la recreación de la propia sociedad en que vivieron como jóvenes en la década de los 60 y principios de los 70′
—¿Qué fue lo más complicado?
—Hay que reconstruir a partir de los hechos. Es como una especie de antropología social, de agarrar hechos y formar una historia; y leer mucho, mucho, y tratar de leer cosas que ocurrieron, entenderlas con la perspectiva y bagaje que te dan los años. No es lo mismo haber escrito esto a los 50 que a los 20 años. Eso también engrandece la figura de Víctor Jara: todo lo que arriesgó, lo que luchó, sentirse parte de algo y leal a un proyecto, que fue su partido y un gobierno. Acarrear sacos cuando haya que acarrear sacos, cantar en los escenarios que haya que cantar, arriesgar la vida en las calles porque ya era perseguido, el matonaje, marchar en las calles levantando banderas. Y luego entregar la vida por toda esa lucha de la manera en que lo asesinaron.
La genialidad
¿Pero cómo se explica una trama con tantas aristas? El ambicioso gesto de retratar a un personaje en tres dimensiones. “Está escrito a través de técnicas del Nuevo Periodismo, y del periodismo de investigación puro y duro como Mónica González”, confiesa. “Pero también otros que he leído, como William Faulkner, con la manera que tiene de escribir en primera persona, maravillosa; Juan Rulfo, padre de lo que se referían como ‘realismo mágico’, con Pedro Páramo (1955), antecedente de Gabriel García Márquez”.
—Todo va unido, y se va haciendo parte de lo que tú no tienes en la cabeza, y tratar de manejarlo todo —plantea sobre el valor de todas esas lecturas. Luego, riendo, aclara—: Pero desde la modestia; no me acerco, ni mucho menos, a ninguno de esos; por lo menos, los tengo como referentes.
Freddy describe el proceso de investigación como “bien complejo”, porque no sólo se trata de ponerse a hacer entrevistas, sino “que hay que dirigir a quién entrevistar para determinadas cosas, porque su vida tiene muchas facetas: desde el teatro, la política, lo social, la amistades, la música, en fin”, advierte. “Porque él era un (Leonardo) Da Vinci del arte”.
Luego, el siguiente paso, fue bucear en todas las conversaciones que el artista dio en vida. “Hay una entrevista que dio a Revista Paula, que es muy interesante, habla de cosas que nadie le había preguntado, si fumaba marihuana y cosas así”, comenta quien además menciona una serie de otros libros que se han escrito sobre el cantautor, uno de los cuales “no tenía idea que existía”, junto con El poncho y la guitarra (Leonard Kósichev, 1990), Víctor Jara: hombre de teatro (Gabriel Sepúlveda, 2001) y por supuesto, el de su viuda, Joan: Víctor, un canto inconcluso (1983), “que es la piedra angular de la intimidad de su vida: está hecho desde adentro para afuera”, dice. En cambio, “lo mío está hecho desde el periodismo, de cómo lo veía la otra gente a él, en los distintos roles sociales que tuvo”, advierte.
—¿En qué momento del reporteo te lanzas a escribir?
—Cuando ya tuve un arsenal importante de entrevistas, pero sobre todo cuando ya logré hablar con Héctor Herrera. Cuando lo entrevisté dije: “Acá está”. Lo demás lo fui añadiendo. Si me faltaba una entrevista iba y la hacía, o seguía buceando. Si encontraba algo en el camino lo metía dentro del saco. Y después le pegaba una segunda, tercera y cuarta leída. Tuve mucha gente que me ayudó también en la edición, porque a veces uno escribe y sólo desde afuera se ve que algo está enredado.
—¿Cuántas veces hablaste con Héctor?
—No me acuerdo. Tuve incluso hasta la oportunidad de estar en su casa, en Francia, porque se fue al exilio. Además, fueron entrevistas presenciales, después por Zoom, después vino la pandemia, entonces ya no me acuerdo. A veces tenía una duda y lo llamaba. Fuimos haciendo algo así, como un diálogo constante.
—¿Qué reflexiones te surgieron sobre el Chile de esos años?
—La década del 60 siempre me fascinó desde muy chico. Yo escribía, ya siendo periodista, desde los 90; escribí mucho sobre los sesenta, porque me gustaba mucho el rock como movimiento sociopolítico y contestatario, también la Guerra Fría, el fenómeno de los Beatles, en fin... —cuenta—. Me hice como experto en esa cuestión. Me salió natural escribir sobre la década del 60. Lo que me gustó del libro, volviendo a tu pregunta, es la potencia de la juventud esa época, cómo obligó a las generaciones anteriores a pensar distinto; por eso la DC (Democracia Cristiana) tiene que hacer un consejo que se llama la Patria Joven, y luego (Salvador) Allende cuando asume le agradece a la Nueva Canción Chilena y a los jóvenes haber llegado al poder, cuando dice esta frase: “Sin revolucionar canciones”. No sé si fue generacional, pero era una juventud muy llena de sueños, muy sectorizada con su realidad, con lo que estaba viviendo y con los deseos de cambio.
—”Es un libro que está basado en el perfil humano de un genio”, dijiste hace poco a Rockaxis sobre 5 Minutos… ¿Qué sensaciones te han surgido sobre Víctor Jara tras este proceso?
—Cuando hablo de “genio” hablo de la genialidad según la definía (Arthur) Schopenhauer: decía que el talento era pegarle a un objetivo como nadie más podía pegarle; y la genialidad era pegarle a un objetivo que nadie más podía ver, como Jimmy Hendrix, un genio para la guitarra, porque tocó la guitarra cómo nadie más la podía tocar. En ese sentido, dentro de su generación, Víctor Jara es un genio, veía cosas que otros no veían. Vio la potencia del rock, que la descubrió yendo a la cuna del rock como movimiento social, California, San Francisco, a donde llegó con un grupo de teatro de la Universidad de Chile para presentarse allí. Y vio de primera fuente cómo había una juventud que luchaba contra el sistema, contra el imperialismo y la guerra de Vietnam. Después se fue a Nueva York e Inglaterra, a fines de los 60′. Vio que había gente interesante. En uno de los trabajos inconclusos que dejó, pidió hacer una gira por las universidades de Estados Unidos... Imagínate la genialidad de él: ir a cantar a los jóvenes al mismo “imperio”, como se conocía a Estados Unidos acá. Esa frontera la cruza Víctor Jara de una manera genial.
En tres actos
El escritor piensa en tres momentos biográficos “no tan evidentes” para entender quién es Víctor Jara. “Primero, un hito en su vida fue que su madre, Amanda Martínez, haya agarrado a la familia y traído a Santiago, pese a tener un padre ausente y alcohólico”, asegura sobre 1944. “Se viene de Lonquén, que en esa época era como vivir en otro planeta, porque ahí no había ni un futuro más para su hijos”, plantea sobre lo que fue su traslado a una población en Estación Central.
Más adelante, en 1947, entró al seminario para ser cura, “pese a que no era un religioso ni mucho menos, incluso estaba en contra con la idea de Dios de que solamente llegó a los ricos, no a los pobres”, detalla. “Pero le entregó un sentido de espiritualidad que nunca perdió”, o sea, “en el sentido de la sensibilidad con los temas sociales”. Es más, Freddy se aventura a que ello “lo llevó a ser un gran militante del Partido Comunista, por el dolor ajeno y las necesidades del otro”.
Después, ya en 1957, entró a la escuela de teatro, tras haber estado en el servicio militar, periodo que “le dio una pedagogía que le permitió afrontar la escuela, y también el arte, como un trabajo que requiere mucha dedicación”, plantea.
De hecho, cuando Jara se ponía en modo de director teatral, según ha recordado sus alumnos y dirigidos, “pobre del tipo que no hubiera ensayado y no llegara a tiempo”, asegura. Por ejemplo, “él empezaba a las 8:00 de la mañana el ensayo, y a las 8:00 cerraba la puerta con llave, y los que no entraban no entraban”. Así que concluye que “ese era Víctor Jara, ese sentido del rigor, espartano, porque el arte y la música eran cosa seria para él”.
—Haciendo ficción, ¿cómo imaginas a un Víctor Jara no hubiera sido asesinado?
—Es difícil, pero es la pregunta que se hace con mucha gente que, lamentablemente, se nos fue antes, como John Lennon o no sé. Pero siempre me imagino explorando, sin dejar de lado la sensibilidad social, muy explorativo en el arte, porque él tomó una decisión importante en su vida al dejar el teatro, para seguir en la música solamente, porque tenía un compromiso con la música; sabía que con la música llegaba más gente que con el teatro.
De hecho, el escritor pone en relieve el hecho de que el cantautor se “maravilló” al descubrir la guitarra eléctrica, poniéndole mucha atención a cómo sonaba. “Me lo imagino explorando con la música y los movimientos sociales, no quedándose en un lugar, sino que muy inquieto”, supone. “Era un genio con mucha conciencia social. Me lo imagino siempre a la vanguardia de algo, hasta el día de hoy, si estuviera vivo, ya cerca de sus 90 años”.
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