Ambos cantantes españoles se alistan para presentarse juntos en el Movistar Arena durante mayo. Pero junto a ellos estará uno de los nietos, Axel, de tan sólo 14 años: tres generaciones en un mismo escenario. “Es el momento de juntarnos todos”, declara el papá, Marcos. “Todo será muy dinámico y sorprendente”. Sobre el más pequeño del clan admiten que: “Le hemos metido de golpe en un buen lío”. Pero confían en que saldrá bien parado de la gira. Ambos músicos también hacen un recuento de sus carreras, e incluso recuerdan cuando el hijo quiso dedicarse a la música: “Yo lo quería matar”, asegura la voz de “Corazón mágico”.
—¿Cuál es tu primer recuerdo de Chile?
—Pues, unas ostras —responde, junto a una risa, el mítico cantante Dyango, a sus 83 años—. No es broma. Las vendían en Viña del Mar, en la playa, una señora que pasaba y te vendía un vaso lleno de ostras. Siempre se me ha quedado grabado, porque aquí en España las otras son muy caras. Se ve que allá eran regaladas.
No quiere equivocarse, pero calcula que aquella imagen data de entre 1968 y 1969. Fue su primera vez en Chile, se presentó en el Casino Municipal de la “ciudad jardín”, recinto al que por aquel entonces “todavía no le hacían reparaciones ni nada”, relata a La Cuarta. “Pero era gracioso”. Él, que recién partía con su carrera, debía tocar al mediodía y en la noche.
Vía telefónica, junto a él, se encuentra su hijo y colega, Marcos Llunas, de 51 años, quien lleva tres décadas de vasta trayectoria.
—Marcos, ¿cómo describes tu relación con Chile?
—Chile es mi segunda patria. Desde 1993, que me llevó Don Francisco a la Teletón, cuando estaba con mi primer disco, pues no he dejado de ir. Cada vez que voy me siento más en casa y la gente viene más a verme. Así que quiero mucho a Chile siempre, en mi corazón lo llevo.
—Pero yo tengo mucho más éxito, ¿eh? —le advierte su papá—. Cuidado.
—Pero cuidadito que ya te voy alcanzando.
—Con mis años, ya es muy fácil pasarme —responde Dyango, que se ríe, quizá resignado ante el paso del tiempo.
El cantante no quería un hijo cantante
Ambos se alistan para el show que darán en el Movistar Arena el próximo domingo 14 de mayo en el marco de su gira “Tres generaciones, un corazón”, junto a uno de los nietos de las dinastía, Axel Llunas, de tan sólo catorce años, quien también ha dado sus primeros pasos como actor en la popular serie de Netflix Luis Miguel.
—Entiendo que es primera vez que están los tres juntos
—Vamos a sumar fuerzas —dice Marcos y ríe—. Va a ser un concierto espectacular.
—Por primera vez en la vida se habrá dado que un abuelo, un padre y un hijo canten juntos en un mismo escenario —agrega el mayor.
—Y cada uno con su éxito, no hay nadie enchufado —aclara el retoño de 51 años—: Ya sabemos que Dyango es el número uno, y el que empezó con todo. Pero, oye, Axel tiene sus seguidores por la serie de Luis Miguel. Y yo, por supuesto, también.
—¿A quién se le ocurrió este concierto?
—Bueno, yo soy un poco el culpable —admite Marcos—, porque tengo un padre espectacular, increíble, un artistazo que sigue en pleno apogeo, con 83 años. Y tengo un hijo que también está empezando en el mundo musical. Es el momento de juntarnos todos.
—A lo mejor un poco más tarde ya no puedes —agrega el mayor y ríe ante la chance de la muerte—. Hay que pensar que el papá, que soy yo, tiene 83 años. Son muchos años, haciendo conciertos sin parar. Mientras el cuerpo aguante, seguiré cantando.
—”¿Ser el hijo de alguien popular es beneficioso para ellos? Yo creo que no”, dijiste en otra entrevista, Dyango... ¿Cómo fue para ti cuando Marcos quiso ser cantante?
—Yo lo quería matar, lo quería matar, sí.
—¡Sí! Casi me mata.
—Todo padre quiere un médico en la familia, un abogado, algo con lo que sea realmente, pues, una persona relevante —plantea la voz de “Corazón mágico” con cierto humor.
—Relevante sí soy —plantea su hijo, inflando el pecho, y reconoce sobre sus hermanos—: pero no te ha salido ninguno médico ni arquitecto.
—De lo que yo quería no me salió ninguno —agrega el padre, resignado—. Marcos, el mayor, cantante, estudió música, piano... poco por cierto, se lo voy a tirar siempre en cara. Tengo a Jordi, que también estudió piano y también canta muy bien. Y después, ya para la guinda del postre, tengo dos nietos que cantan, Izan y Axel. Me ha tocado la lotería.
—Y otros dos que han salido bailarines —le recuerda Marcos.
—Y lo hacen muy bien. Bueno, de familia —admite Dyango—. Mi padre también era músico de profesión. Yo quería ser como él. Claro, es lógico: lo que ves en casa lo quieres hacer. Yo veía a mi papá tocar la trompeta, el violín y quería ser como él. Estudié en el Conservatorio y terminé los estudios, soy el único que realmente estudió la trompeta y el violín, y terminé. Antes soy músico que cantante.
—Marcos, ¿cómo fue tu decisión de cantar?
—Fue una pequeña lucha interior mía, porque me gustaba mucho cantar, siempre me ha gustado mucho la música. Como decía mi padre, uno lo que ve en casa es lo que le tira. Pero, realmente, es muy complicado resaltar y llegar a hacer algo importante. Tuve la gran suerte de que, después de varios años de estar tocando en orquestas, mi padre me ayudó, me hizo un disco, que fue la bomba, en 1993 (Marcos Llunas). A partir de ahí en adelante, 40 años llevo.
—Más viejo que tu padre ya —comenta Dyango, atento siempre a la talla.
—Te estoy adelantando —agrega su retoño, que le sigue el juego.
—”Esta no es una carrera fácil, yo la he disfrutado y la he padecido mucho”, dijiste, Marcos, hace un tiempo... ¿Qué has “padecido”?
—Imagínate que en 30 años te pasa de todo. Hay momentos increíblemente buenos. Y hay en que no te pasa nada. Y piensas: “uy, esto viene mal”. Y luego remontas otra vez. Hay que saber sobrellevar los momentos malos y buenos.
En eso, su padre mete la cuchara y se suma con un consejo:
—A quien tengas al lado es muy importante, alguien que te apoye, que esté ilusionado con lo que estás haciendo. Yo he tenido la suerte de pensar que lo que estoy haciendo para ella ha significado mucho —plantea haciendo alusión a su esposa, Mariola Gracia, con quien lleva emparejado desde 1975.
—Yo les enseño eso a mis hijos también, que esto no es coser y cantar —destaca Marcos sobre sus propios retoños—. De repente te vas muy bien, crees que estás del otro lado, y después te caes al suelo otra vez. Lo bueno es creer en ti y querer la música. Yo me sé levantar porque se puede todo, se puede.
—Sí, eso es muy importante —coincide—: amar profundamente lo que estás haciendo, amar la música, escuchar mucho, escuchar todo lo que puedas dentro de lo que te guste. Escuchar jazz, música clásica, folclore, cualquier tipo que te guste; escuchar por escuchar es una tontería, no vale la pena.
—¿Cuánto se involucran en la carrera de cada uno?
—Mi padre siempre tiene la opinión, sabe muchísimo —responde Marcos—. Y me ha dado muchos consejos, y los que yo he aprendido se los digo a mis hijos. Y así vamos, uno tras otro.
Dyango se queda en silencio.
Los nervios
—¿Qué se puede adelantar de lo que será el show entre los tres?
—Eso lo lleva mi hijo —adelanta Dyango—, pero creo que va a ser espectacular o lo más horrible del mundo.
Marcos se ríe y se niega a que ocurra eso último: “No, hombre”.
—Cantar con mi hijo ya es espectacular —dice al padre ya más en serio—. Cantar con el hijo y el nieto, pues imagínate lo que puede ser para mí... algo maravilloso.
—...Y único —agrega Marcos—. La gente va a conocer a Axel, que es el nuevo que viene. Es mi ilusión. Nos vamos a ir turnando, cantando uno con otro, otro con uno, y al final los tres juntos. Todo será muy dinámico y sorprendente.
—Tampoco podemos hacer muchos conciertos ni mucho menos, porque Alex está en la edad del colegio —advierte el abuelo— . Que unos días, vale, pero más que eso, no.
—Tuvimos que rellenar y correr mucho —plantea Marcos sobre lo estrecha agenda de conciertos que armaron—. Además mi padre no quiere cantar cada día. Pero vamos a ir a Paraguay, vamos a estar en el Movistar, en Temuco, en Córdoba, en el Luna Park (Buenos Aires) también, en el Parque de la Exposición de Lima, y acabamos en Coquimbo y el Casino de Viña del Mar… Y quizá haya algo más. Va a ser una locura.
—¿Planean sacar algo entre los tres?
—Sí, claro —lanza Marcos—. Adelantándote, que quizá no tendría que contar, es al final del show.
—Vamos a cantar, ¿qué vamos a cantar al final? —pregunta Dyango, sin saber.
—El que va a cantar más el señor Dyango —cuenta el hijo a modo de pista.
Luego, el intérprete de 83 años cambia el foco hacia el más joven del clan:
—... Un nene tan simpático, guapo y bonito, en el escenario. A ver cómo se desenvuelve.
—Le hemos metido de golpe en un buen lío —plantea el padre del adolescente.
—Te va a odiar toda la vida —advierte el abuelo.
—... O querer, no sé —plantea, dejando todo al azar—. Una moneda al aire. Imagínate a los 14 años estar cantando con tu abuelo, que nunca le ha visto en vida a Dyango (cantando); y estar con su padre, yo. Eso va a ser inolvidable para él, y muy duro en el sentido de que “¡wow!”, va a unos lugares como el Luna Park, el Movistar... Imagínate.
—A su edad, me ponen en el Luna Park o en cualquier sitio de estos y, bueno, me entra el sarampión —comenta el abuelo, empático—. Es difícil salir al lado de dos artistas ya consagrados. Pobrecito. Lo veo difícil y con muchos, por qué no decirlo, huevos.
—Lo bueno es que vamos a estar nosotros y lo vamos a cuidar —dice Marcos—. Él canta muy bien y, encima, estando con nosotros y el público, que lo van a adorar, cuando pasen los dos o tres primeros conciertos, ya estaremos más asentados.
Ya tras ese primer golpe, el abuelo imagina un futuro improbable:
—No vayamos a tenerle celos ahora.
—Hombre, más guapo que tú es —dice el hijo, metiéndole presión al padre.
—Y un poco más joven —agrega.
—Con toda la vida por delante, imagínate —concluye.
—¿A Axel se le ocurrió subirse al escenario?
—A él le gusta cantar y ser actor —plantea Marcos—. Y lo que un padre quiere es darle todas las oportunidades a sus hijos. De hecho, tuvo la suerte de empezar a hacer la serie de Luis Miguel, igual que su hermano, pues lo que hay que hacer es apoyar. Si empiezan antes, porque ya veo que no van a ser médicos ni abogados, pues que se vayan preparando. Cuanto antes empieces y aprendas, pues es lo que tienes.
—Resulta ser, además, que con Luis Miguel a mí me une una profunda amistad desde que él era pequeño —recuerda Dyango sobre el vínculo con el “Sol de México”—. Era pequeño y, fíjate, las casualidades de la vida: estábamos siempre juntos porque éramos de la misma compañía, nos llevaba el mismo productor y mánager. Yo ya tenía muchos años y él era un nene. Y bueno, celebrábamos los cumpleaños juntos y cosas muy bonitas.
—Dyango, a sus 83 años, ¿sigues teniendo los mismos nervios cuanto te subes a un escenario?
—No conozco ningún artista que no le pase algo muy especial antes de salir al escenario. No hay nadie. Después ya te va pasando… o te va entrando peor. Pero recién a la tercera canción estás más serenado y cómo eres tú, disfrutando del momento.
—A mí igual me pasa, que vas a salir y tienes el gusanillo ese de decir “¿A ver qué tal voy?” —coincide Marcos con los nervios—. Lo bueno es que cuando lo has hecho muchas veces, los nervios son menos, porque ya sabes qué puedes dar.
—Pero fíjate que he encontrado amigos, cantantes, y de fama, que antes de salir al escenario me han dicho: “estoy cagado, no sabes cómo estoy”. Una vez tuve que tocar la trompeta en un escenario de tele, para que pudiera salir el artista. Mira que sí tenía los nervios a flor de piel.
—Tú debes tener nervios, papá, —le dice su hijo sobre los conciertos que se le avecina—, ¡pero vamos!
—Bueno, por la edad, es peor —remata sobre sí mismo—. Porque ahora como eres viejo, no sabes si te vas a caer.