El eco de Sergio Larraín: publican biografía del fotógrafo de Dios

Acaba de llegar a librerías La foto perdida, un perfil de poco más de 150 páginas con la intensa y contradictoria vida del fotógrafo chileno que brilló en la prestigiosa agencia Magnum.

Sergio Larraín: la foto perdida (2021, Ediciones UDP) es el nuevo libro de Catalina Mena, sobrina del artista chileno.

Se trata de un acabado perfil del más célebre de los fotógrafos que trabajaron para la conocida agencia Magnum de Henri Cartier-Bresson, a quien impresionó por sus retratos de la cultura vernácula.

Como buena historia familiar, la autora debe correr el tupido velo para iluminar los días del tío Queco en Ovalle y Tulahuén, adonde llegó buscando silencio, mucha luz y también distancia de su propia familia.

"Él practicaba el desapego total", cuenta en el libro Óscar Gatica, su discípulo más cercano.

Hastiado por la dolce vita que se daba su familia, sobre todo por el estilo de vida y las relaciones que cultivaba su padre, el fotógrafo que buscaba a Dios se instaló en un pueblo precordillerano y abandonó el arte que lo hizo conocido.

"¿Qué sentido tenía este oficio si una imagen no era capaz de cambiar el mundo?", lamentaba por esos días.

Sus críticos, como su colega de Magnum, el francés de origen checo Josef Koudelka, simplemente no se la dejaron pasar.

Dicen -desde el notable documental El instante eterno de Sebastián Moreno disponible en Cinemark- que el chileno era un demagogo, que predicaba ideas que no practicaba, que hablaba de salvar el mundo pero que se había retirado del mundo.

Lo cierto es que Sergio Larraín fue una figura compleja y contradictoria.

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Sergio Larraín[/caption]

Satori

El día de su funeral, los fotógrafos del pueblo que habitó hasta su muerte, donde era una especie de celebridad anacoreta, dijeron que Sergio Larraín era un adelantado.

O que, ya en los años sesenta pensaba, por ejemplo, en la crisis ambiental.

"Les había hablado de los nefastos efectos que tendría la sobrepoblación mundial, de la necesidad de bajar el consumo, les había pedido que lucharan contra la explotación ambiental, que sospecharan de todo lo que salía en los medios de comunicación, que meditaran, que promovieran la paz y estuvieran atentos al monstruo chino", escribe Mena en el libro.

Luego, cuentan que le confesó a su discípulo que tenía sueños anticipatorios donde se anunciaba que los chinos se apropiarían del mundo.

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Foto de Sergio Larraín[/caption]

Pero lo cierto es que Sergio Larraín tenía los pies bien puestos en el llamado "siempre es hoy".

Cuando llegó a vivir a Ovalle a sus 47 años, Larraín atravesaba una especie de túnel decidido a consagrarse al trabajo espiritual.

Usaba una palabra sacada del budismo zen que repetiría en su vida y escritos, Satori, que significa "estar totalmente en el presente".

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Foto de Sergio Larraín[/caption]

La fractura

Catalina Mena no solo es una sobrina que investiga la vida de su tío famoso; para quienes no la conozcan, la autora de La foto perdida tiene al menos un par de décadas de periodismo cultural y se ha dedicado al ensayo sobre las artes visuales.

Dividido en 24 capítulos salpicados de una escritura reflexiva y también poética, su perfil de Sergio Larraín reproduce cartas que dan cuenta de la compleja relación de Larraín con su padre, los viajes de formación, el mito de algún brote psicótico, la constante búsqueda de Dios y sobre todo en la fractura familiar.

Precisamente ese quiebre con sus raíces aparece cada tanto en cartas o en las escasas entrevistas que dio.

"A la gente rica le cuesta ver, sentir; por lo que tienen muchos problemas psicológicos (...) crecieron en la ambición, el poder, el deseo. Tienen vidas tristes (...) Les gusta el alcohol, las drogas, la fiesta; los ricos tienen esa mala costumbre de estar rodeados de gente, de andar con la misma gente toda su vida, de ahí nos salen", dice Sergio Larraín en una.

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Foto de Sergio Larraín[/caption]

En otra carta escrita desde sus días en Berkeley, Larraín le explica a su hermana Luz cómo enriquecer su mundo interior:

"Si sales sola a andar por los bosques o las playas y te dejas llevar por tu imaginación. Fíjate en alguna cosa chica, como un pájaro. Míralo harto rato, háblale, trata de que se te acerque y eso será maravilloso. Enciérrate unos días seguidos en tu pieza a leer un libro. Dentro de ti estarás más completa y entera que andando con otra gente (...) Enciérrate dentro de ti misma y este amor será más maravilloso y profundo".

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Foto de Sergio Larraín[/caption]

El problema de Larraín —parecen decirnos libro de Mena y el documental de Moreno— tiene directa relación con el padre exitoso, Premio Nacional de Arquitectura, poseedor de una biblioteca de colección —donde figuraban todas las ediciones de la revista surrealista Minotaure—, casas envidiables, amigos notables y obras de artistas famosos, entre muebles de vanguardistas y una promiscuidad desatada que salpicó hasta las amigas de los hijos.

Larraín, por así decirlo, buscó siempre renegar de su origen y del dinero.

Mena lo sintetiza de la siguiente manera: "Manifestó su desprecio hacia el modo de vida de su padre y, al mismo tiempo, buscó su aprobación".

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Foto de Sergio Larraín[/caption]

Consejos para un discípulo de Sergio Larraín

Sobre la sección final del libro, entendemos lo que buscaba el fotógrafo mientras apretaba el botón de su cámara.

"Quiero que las fotos que hago sean una experiencia inmediata y no una masticación", dice a modo de teoría fotográfica.

"La fotografía perfecta es como un milagro, sucede en un instante de luz, formas, tema y estado de ánimo perfecto", advierte en ese mapa estético que publicó en 1963, a sus 32 años, llamado El rectángulo en la mano.

Mena comenta: "Las fotografías son textos: no son estímulos retinianos, sino mapas visuales llenos de grietas y vínculos secretos que requieren ser leídos".

Y apunta la importancia de la geometría en la composición.

Una conocida carta a Sebastián Donoso, aprendiz y sobrino del fotógrafo, es un llamado a seguir el callejear sin rumbo y obedecer al instinto.

La autora instala que su tío entiende la fotografía como una especie de "vagabundeo contemplativo, una forma de observar el mundo y dejarse atravesar por él (...) Pero, ¿qué es lo que amaba del mundo? Lo frágil, lo precario, lo fracturado".

Tal vez Sergio Larraín lo explica de mejor manera citado en el libro: "El deseo no es 'registrar' el mundo; lo decisivo es encontrar 'allá afuera' el eco de una subjetividad".

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