Viajes por el mundo, mucha comida y un suicidio: la inesperada muerte de Anthony Bourdain, “el Hemingway de la cocina”

Un día como hoy, pero en 2018, el aclamado chef, famoso por recorrer distintas partes del mundo para conocer sus culturas culinarias, se quitó la vida en un hotel de Francia. Se debió a una depresión que algunos atribuyen a una infidelidad. Otros apuntan a su patrimonio, que había disminuido considerablemente en los últimos años. Finalmente una porción cree que era una tristeza que cargaba desde hace mucho tiempo. “Nunca hay final feliz”, spoileó Bourdain en una de sus últimas entrevistas.

Para muchos Anthony Bourdain —61 años, jefe de cocina, estrella de televisión y escritor estadounidense— lo tenía todo para ser feliz: una novia y una hija que lo amaban, de seguro abultadas cuentas en los bancos, fama construida a pulso, centenares de viajes, y a fin de cuentas, mucha comida. De eso se trataba buena parte de sus días: de viajar por el mundo en busca de nuevas preparaciones, sin importarle si estas venían de un estrella Michelín o de un carrito apostado en la calle. Él parecía disfrutarlo por igual. Y lo cierto es que tampoco había prejuicio en sus críticas: era implacable donde fuera. Digamos que no le importaba levantar o hundir restaurantes.

Pero lo que prácticamente nadie siquiera sospechaba es que, detrás de esa vida acaso soñada como una especie de juez de delicias, el neoyorquino escondía una tristeza difícil de sobrellevar. Quizás una de las pocas pistas que entregó fue durante una de sus entrevistas finales, cuando le mencionó al periodista que lo entrevistaba que “nunca hay final feliz”.

El precipitado final de Bourdain llegó el viernes 8 de junio de 2018. Estaba hospedado al interior de un hotel de Kaysersberg-Vignoble, en Francia, para grabar un nuevo capítulo de Parts Unknown ambientado en la región de Alsacia. Pero no llegó a la hora que tenían prevista para desayunar. Su amigo y compañero en la grabación, el chef Eric Ripert, se preocupó y se decidió a buscarlo por su cuenta. Entonces, al ingresar a su habitación lo encontró allí, acostado, sin respuesta alguna. La investigación posterior confirmó el peor escenario: suicidio por ahorcamiento, probablemente provocado por una grave depresión.

Mirando en retrospectiva, hubo otras pistas. Bourdain, por ejemplo, decía sentirse el Chuck Wepner de la cocina. Chuck Wepner era un boxeador con un discreto repertorio, reconocido por un apodo que hacía justicia a su trayectoria: El sangrador de Bayonne. Sin embargo, aún lejano a la élite pugilística, se le presentó la oportunidad de su vida: medir fuerzas contra un Muhammad Ali encumbrado en el cenit de su carrera. Y aunque las apuestas eran de 30 a 1 en contra del retador, ese 24 de marzo de 1975 el que destacó por varios pasajes fue Wepner, incluso logrando la épica de derribar al campeón en el noveno round. Finalmente cayó en el round 15, pero su historia, la del típico underdog, por ejemplo inspiró a Sylvester Stallone para escribir el personaje de Rocky Balboa. Ahora llama la atención que el chef se haya visto de esa forma, cuando más que Wepner él mismo parecía ser Ali.

Claro, sus fortalezas diferían a las que acostumbraban tener otros grandes chefs. Para Bourdain, el genio culinario era de otros: lo suyo era ser frontal, intenso, decir las cosas que la mayoría no se atrevía. Es más: muchas veces parecía ser un tipo arrogante, avezado en el arte de hacer enemigos en el mundo de la cocina, pero con un carisma que calzaba perfecto para la pantalla.

Bourdain se curtió en The Culinary Institute of America y, más tarde, en varias cocinas donde aprendió lo bueno, lo malo y lo feo del oficio. Ambiente hostil y maltrato, básicamente. Pasó de lavar la loza a hacer papas fritas, como la mayoría. Tuvo que subir en esa suerte de escala jerárquica de la que pocos hablan. Y al poco andar, cuando había logrado cierta estabilidad, alcanzó notoriedad gracias a un artículo que publicó en New Yorker donde desclasificó todo eso que había experimentado: el backstage de los platos hermosos y elegantes..., o bien todas esas tensiones, peleas y abusos desperdigados en jornadas de 16 horas diarias. Desde entonces abrió una puerta: la de los libros y la televisión.

A Cook’s Tour, No Reservations y The Layover fueron algunos de los programas que protagonizó, pero tal vez el de mayor fama fue Parts Unknown, de CNN, donde solía visitar diferentes partes del mundo para adentrarse en su cultura culinaria. En cada uno de esos espacios comía de todo, lo que fuera: cuando vino a Chile, sin ir más lejos, degustó un completo en el Sibarítico, emblemático local de la Quinta Región. “¿Qué le puedes decir a un tubo de carne a la Ron Jeremy nadando en un mar de palta y mayonesa? No se si comerlo o esconderlo en una bolsa de papel (...); ¿qué tan borracho debes estar para comerlo entero?”, lo despedazó en aquella oportunidad.

“No me siento como un pionero. Soy un cocinero suertudo, que cuenta historias. Tuve la suerte de escribir un libro bastante cargante antes de hacer televisión, entonces nadie esperaba que fuera diplomático. No soy un defensor ni un explorador. Sólo trato de divertirme y hablar de una manera que me entretiene y ojalá a otros también”, explicó ese 2009, cuando pasó una semana en nuestro país probando nuestras preparaciones típicas, y sus favoritos, los mariscos y vinos.

En cuanto a su vida amorosa, tras la separación “amistosa” con Otavia Busia —relación que tuvo como fruto a su hija Ariane Busia-Bourdain—, el popular chef pasó los últimos meses de su vida con Asia Argento, una de las voceras del entonces incipiente movimiento #MeToo, que había denunciado abusos por parte de Harvey Weinstein. Sin embargo, unos días antes de la muerte de Bourdain, Asia fue fotografiada de la mano con otro hombre. Por eso, varios la culparon de la decisión. “La gente dice que yo lo asesiné. Entiendo que busquen una razón. A mí me gustaría encontrar una. No la tengo. Quizás eso me daría alivio. La nuestra era una relación adulta. Los dos salíamos con otra gente. No era un problema para nosotros. Y la pasábamos muy bien cuando estábamos juntos. Porque Anthony viajaba más de 260 días al año”, se defendió Asia más tarde.

El día anterior a su muerte, Anthony Bourdain comió en un restaurante con una estrella Michelin en Francia, a la espera de grabar un nuevo capítulo para el programa de CNN. En la noche no quiso salir, optó por quedarse descansando en el lujoso hotel que los hospedaba a él y al equipo. Ni siquiera bajó a cenar. A las 9 de la mañana del 8 de junio, Eric Ripert, algo sorprendido, lo llamó porque todavía no desayunaba y ya era la hora que habían pactado para empezar el rodaje. No hubo respuestas. Tampoco cuando lo intentó ubicar por el teléfono de la habitación. Subió y golpeó la puerta, pero nada. Entonces, un empleado del hotel le ayudó a ingresar con una llave maestra. El tipo, que fue el primero en entrar, se devolvió en estado de shock. Llamaron a la policía inmediatamente. Bourdain se había ahorcado.

Su muerte, algunos creen, pudo tener otra explicación. Más tarde se conoció que su fortuna, valorada en principio en 16 millones de dólares, en poco más de un lustro había disminuido hasta “apenas” algo más de un millón de la moneda estadounidense. Es uno de los motivos que se ensayan para tratar de entender los porqués… poco importa a estas alturas. Como él mismo dijo, lo único claro es que aquí tampoco hubo un final feliz.

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