La primera vez que Marco Antonio Solís vino al Festival, allá por el lejano 2005, fue casi como si se hubiera paralizado el mundo y el universo. Con su terno blanco y sus canciones, dejó Monstruo sin habla. En su segunda visita, el 2008, fue algo igual de monumental, y ahorita, en el 2011, la expectativa fue menos máxima. Aplaudible que le haya ido bacán en rating y se haya llevado los tres trofeos de rigor, pero como ya se le ha visto tanto por acato y en todo Chile en los últimos seis años, ya se cacha que la faena del barbón llega al extremo cuando finalizan los temas y el cabro se pone a marear con sus chácharas romanticones. Como si no le bastara con la melosidad que le coloca a la gran mayoría de su repertorio.
Bueno para sonreír, gran gesticulador y con su actitud de inspirarle sabiduría y paz a todo lo que mira, Marco Antonio Solís se ganó el cariño de la barra gracias a esa actitud que de seguro le hará volver a unos cuatro festivales más en la próxima década.
Con una banda que lo apaña en todo (y sus tres coristas ideales para invitarlas a servirse una pilsen) el chiquillo tiene de sobra para continuar por su camino labrado con su propio estilo, es que suena mejor cuando sólo se dedica a cantar y no conversar taaaaaanto.