¿Se acuerda cuando en Viña les daban premios a los artistas que la rompían en el festival? Ahora se ha desvirtuado tanto la cuestión, que da un poco de vergüenza y harta nostalgia, porque la entrega de antorchas y gaviotas es un simple trámite. ¡Si la cuestión es más fácil que sacar licencia de conducir!
Está bien escuchar la voz del pueblo, como pidió el Puma Rodríguez en plena dictadura, pero que le cueste un poquito al Monstruo conseguir su objetivo.
En la noche inaugural, a Coco Legrand en cinco minutos le faltó poco para llevarse las llaves de la ciudad. ¿Será que los animadores se quieren ir a acostar temprano o las pifias marcan poca sintonía?
Nunca pensé que por alguna razón echaría de menos a Antonio Vodanovic, pero el canoso tenía una gracia: Le ponía suspenso al Festival, porque estiraba el chicle hasta cuando la gente se ponía nerviosa y se aguantaba las ganas de hacer pichí.
No pongo en discusión si los artistas se merecen los trofeos, el asunto es que ya no tiene gracia. Mejor sería que no les dieran ni una lesera para que los buenos cantantes no perdieran tiempo en una ceremonia más falsa que los besos con lengua de las mujeres de lujo.
Entre los cantantes que reciben las estatuillas también se distinguen dos categorías: Quienes han soñado toda su vida con obtener una antorcha, como por ejemplo Américo, La Noche o Dinamita Show, o los que no tienen idea qué cresta es una antorcha (onda Paul Anka) y la usan para afirmar la puerta del baño de su casa de campo o se la lanzan al público, como lo hizo el gil de Enrique Iglesias.
Ahora entregan tantos trofeos, que cada artista podría organizar un festival particular y llenar a sus participantes de reconocimientos.
Mejor habría sido si la modalidad se hubiera acostumbrado en el "Festival de la Callampa" de Empedrado, cuyo nombre pasó a ser "del Oro Verde", por los tontos graves que nunca faltan entre la gente de bien.