De entradita dijo que lo de Melame estaba fiambre, velado y enterrado. Pero le costaba sepultar al mono que le había robado el sueño y las pegas grandes en la tele y los shows privados.
Claro, porque se mostró apretadito, como de visita en el escenario de la Quinta Vergara. Pero fue soltándose de a poco, para desplegar todo el chiste que hace 15 años llevaba dentro, desde la última vez que estuvo en la Concha Acústica de la Quinta Vergara, acompañado de Mauricio Flores, que hacía de Melame, que significó el éxito para el dúo y que capitalizó este último.
Por eso es que partió con una rutina segura, contenida, de esas que se cuentan en las fiestas de fin de año en las empresas y así se ganó al cabo de 20 minutos una Antorcha de Plata. No estaba mal.
Luego se animó a una segunda patita, vestido de Melón, como en sus antiguos números con Melame, con peluca y acento argentino. Pero su marioneta fue otra, no fue el que personificó su ex compipa Flores. Esta vez sí que fue un muñeco de verdad, con la cara parecida a Don Pino, al Tata.
Y sacó aplausos de aquí y allá, pero tranquilito. El Tata tiró sus chistes sobre La Haya, sobre Nicolás Maduro, Fidel Castro y Don Tatán, pero suavecito, sin ofender a nadie, contando que se trataba de un nuevo.
Pasaron 10 minutos más, imitó a Raphael y se llevó para la casa una Antorcha de Oro mientras la barra lo aplaudía, tanto que le siguió al toque la Gaviota de Plata. Ahí fue el acabose para Gigi Martin, y lo dijo en el escenario, que con eso bastaba, que estaba pagado.
Pero la noche le tenía más premio al humorista, porque se echó al bolso nada menos que una Gaviota de Oro.
Fue el premio a uno que no se rindió, al gallo que no quiso quedarse en el pasado y que se animó a salir solito a enfrentar la prueba con el Monstruo.