El actor y capo del histórico programa infantil rebobina la historia para revelar las claves de su éxito. Según él, se trata de “un caso digno de analizar”. Es más, arriesga y cree que la animación japonesa se hizo conocida en Chile gracias al espacio: “Hoy día la gente come sushi porque vio el Pipiripao”.
Apenas siete años tenía Roberto Nicolini cuando debutó en televisión. Desde luego, no fue una casualidad. Era 1967 y su hermana animaba Quiero ser, un programa con relativo éxito que se emitía en la estación porteña UCV TV. Probablemente allí, por esa experiencia fue que el ahora actor y presentador de noticias —entre otros muchos oficios que cumplió a lo largo de su trayectoria— despertó ese interés por las pantallas.
Tanto así, que luego aceptó lo que le pusieran por delante: se desempeñó en el departamento de prensa del canal, produjo el espacio de la recordada Tía Patricia, fue lector de noticias.
Digamos, hizo carrera y mientras, en paralelo, se desarrollaba como actor junto a su maestro Pedro De La Barra. Alguna vez él mismo se definió como animal de teatro. Se especializó en funciones para niños, lo que más pronto que tarde devino en un sueño que le comió la cabeza: hacer televisión infantil.
Tal vez por eso, cuando lo llamaron de Chilevisión y prácticamente tenía las maletas listas para emprender un nuevo desafío, una oferta del gerente Víctor Bielefeld frenó todo. Le garantizaba eso, lo que siempre quiso: un infantil franjeado a diario, de producción del canal.
De todos modos Nicolini le dio una vuelta, porque sabía que Para saber y jugar, su predecesor, había sido algo traumático —”muy buena en términos de rating, pero muy caro para el canal chico”, explicará— y no se planteaba las mismas consecuencias —”estuvo involucrado en el cierre del canal en Valparaíso”—.
En resumidas cuentas, el Profesor Rossa había partido a Santiago y había quedado un vacío que querían llenar con él. Le explicaron de qué se trataba y qué pretendían de él. En sus palabras, “era un proyecto hermosísimo, muy soñado, muy pensado”,
Así que en definitiva se decantó por perpetuarse en la Quinta Región.
Entonces nació Pipiripao, probablemente el mayor éxito de la estación porteña y un pionero en su especie que a punta de creatividad formó a consecutivas generaciones de niños. Pero la historia dejémosla mejor al propio Roberto:
—Partimos los días sábados, muy tímidos, con un programa que se llamaba Fiesta infantil, desde una sala de transmisión, que era la escenografía, y ahí estábamos con el mono “Tuto”.
—“Tuto” era toda una celebridad, sobre todo a la hora de contestar los centenares de cartas que les llegaban al programa. Una de las secciones más importantes. ¿Cómo surgió esa idea?
—Es muy interesante el tema, porque nos propusimos que las cartas y los dibujos fueran una sección en sí misma. Partimos con una visión de rating a la vez, porque no había el rating como se mide ahora. Antes se medía por el único televisor de la casa que estaba registrado. Y nosotros generamos un segundo televisor, entonces no aparecía en la medición del cuadernillo del rating. Primero llegaba una camioneta Suzuki, de esos furgones, con la mitad de la carga de las cartas… Y terminamos en seis viajes diarios a retirar el Suzuki lleno de cartas, je. Hubo requerimientos de poner otro espacio para embodegar y de ahí sacábamos las cartas de los niños, que nos contaban distintas cosas. No eran solamente cartas de admiración. Es como lo que sería Facebook hoy, pero en expresión infantil.
—¿Recuerdas algún momento con cariño de ese espacio?
—No uno: tengo muchísimos recuerdos hermosos, hasta el día de hoy, con la gente adulta, que me viene a ver al Teatro Las Tablas y me cuenta que escribió una carta, que se le respondió... no había WhatsApp, no había Internet, no había todos esos adelantos que hay hoy. No había email. Era muy hermoso y fue una medición para nosotros.
—Y lo del “Tuto”, cómo fue, ¿cómo se les ocurrió?
—El “Tuto” es un títere que me trajo mi mamá de regalo. Yo era actor, siempre, y titiritero…, además de animador y lector de noticias y productor de televisión, je. Y me pasó que mi mamá encontró este mono y me lo trajo de regalo, y él no hablaba, pero sí se expresaba. Es precioso ese mono. Y lo hacíamos en la sala técnica, con cámara al hombro, era muy precario pero muy eficiente. Sí, fue tal cual. El títere tiene la magia que llena un espacio. Y cuando tú logras comunicarte con una toma que se llama cámara italiana, que es como de rostro, primer plano por así decirlo, o medio plano, tú vas comunicando mejor con los niños de la época.
—Alguna vez mencionaste que con Pipiripao aprendiste “la riqueza de producir con nada”, pero aun así, pese a la precariedad, fueron capaces de aportar al canal en todo sentido…
—Efectivamente, el Pipiripao fue creciendo en términos de rating, en términos de audiencia. Hay registros de ese entonces. Y efectivamente el Pipiripao fue lo que hizo el canal al final. Se compró el transmisor, se compró equipo, se construyeron estudios, se pudo contratar personal de planta. La gente había sido despedida en su mayoría por una de las tantas quiebras de UCV TV, y logramos recuperar un canal entero.
—¿Recuerdas con tristeza el final? Entiendo que no fueron las mejores formas tu salida…
—Yo llegué muy chico al canal, crecí, me desarrollé, me hice adulto y sí, al final fue muy triste. Se me planteó, por parte de un gerente de la época, que yo era muy gordo, que estaba muy viejo para animar televisión infantil... En Estados Unidos, Mister Rogers hizo televisión pública infantil hasta grande, y el Viejo Pascuero es más viejo que yo, más gordo que yo, y los niños lo aman. No es un tema de prejuicio. Era un tema de que, en un canal chico, la envidia es grande. Y a mí me iba muy bien en términos de rating, pero además me pasó de que, claro, los otros animadores que han salido del semillero de UCV Televisión, todos los que han salido han triunfado en Santiago, pero en programas en Santiago. Nosotros lo hicimos desde la Quinta Región. Incluso, había estaciones regionales que nos fueron cediendo espacio. El canal no tenía autorización legal para transmitir a todo Chile. Existe la Ley Hamilton, de los años sesenta, setenta, que impedía que un canal que no estuviera domiciliado en Santiago, llegara a todo Chile. Entonces, ¿qué ocurría? Que obviamente los comerciales, las agencias de publicidad, quieren por la misma plata exhibir pa’ todo Chile, no solamente en Valparaíso. Efectivamente, creció, pero es un caso digno de analizar... yo creo que es irrepetible y que no se ha dado en ningún canal.
—Hace un rato me decías que en tus obras llega gente que recuerda esos momentos. ¿Te sigue pasando?
—Siempre, adonde quiera que vaya, sobre todo con las giras teatrales para adultos, vienen a las funciones mucha gente que creció con el programa, que me cuenta lo importante que fue, que era a lo mejor su única compañía en la soledad. Muchos niños. Hay muchos niños solos, para los cuales el Pipiripao era su compañía. Y me ha pasado muchísimo que me invitan a matrimonios, o me invitan a ver enfermos, o me invitan a cumpleaños de gente adulta, porque de alguna manera representaba la imagen paterna que a veces no está muy bien delineada en Chile —y por eso hago la obra Jodida pero soy tu madre. La institución de la madre va encabezando las instituciones, incluso por sobre los bomberos—. Pero en el caso mío, tengo puras satisfacciones hasta el día de hoy, y sobre todo cuando es un evento nostálgico ocurre que la sorpresa o los saludos van siendo siempre impactantes. Hay mucha gente que asocia episodios de su vida con el programa.
—Algo que suele pasar desapercibido es que fueron pioneros en Chile en un tema que ahora se masificó, como es el anime japonés. Candy Candy, Marco, Ángel, Capitán Futuro, entre otros. ¿Cómo recuerdas eso?
—Fue muy impactante esto de los monos japoneses, porque habían ejecutivos del canal, Carlos Morales y Genoveva Cornejo, que revisaban todo el material. Porque cuando te venden los monos japoneses, venden todo, lo bueno y lo menos bueno. Entonces, había material que era pa’ exhibirlo y otro que no, nomás. Porque el anime en Japón también es para adultos. Entonces ellos se daban la lata de revisar todos los capítulos y poderlos aprobar para que estuvieran al aire. A mí me gustaba la estética, porque los japoneses hicieron un formato de telenovela, como era Marco, Candy, Ángel, Heidi. Aplicaron un formato de telenovela, porque descubrieron que acá se consumía eso. Entonces el melodrama la llevaba. Y eso fue muy impactante: el modo cómo Japón se vende como país. Hoy día la gente come sushi porque vio el Pipiripao.
—¿Tanto así?
—Antiguamente, yo recuerdo haberme comprado un auto japonés y haber llegado con el auto japonés, y todo el mundo me decía ¿cómo se te ocurrió? Son desechables, son últimos. Lo japonés no era confiable, por así decirlo. Y hoy día hay casi tantos sushis como fuentes de soda. Japón se vendió como país con la cultura de los monos animados, del anime, con su comida, con los autos, los electrodomésticos. Fue una invasión, una venta-país lo que hicieron. Y a mí me gustó mucho el relato y me gusta mucho el relato de esa parte del anime, de ese formato. Ahora ya no existe porque, claro, ya nos vendieron la pescada. Así que compramos cualquier cosa.
—En tus palabras, ¿qué implicó Pipiripao para toda esa generación de niños que lo pudo ver?
—Se repitieron muchas generaciones de niños viendo el programa, y yo creo que fue así porque había sobre todo honestidad y creatividad. Mucha honestidad, mucha creatividad. Y una misión: que era informar, educar y entretener, que es lo que se echa de menos en la televisión de hoy día, que los contenidos son tan desechables. Era una televisión muy valórica, y eso pasa a ser también un clásico. Una estructura clásica. En el sentido de que, desde el teatro griego a la actualidad, sigue funcionando. Tú ves cómo pasa con los títeres, con el teatro infantil. Uno dice los niños cambiaron, no son los mismos. No: en una platea, frente al teatro infantil, como tenemos nuestro Teatro Las Tablas o los títeres, los niños funcionan exactamente igual.
—Tú continúas por esa misión.
—Yo todavía estoy vigente. Hago muchas cosas. Entonces, cada vez que paso por ahí por el repertorio de lo que hemos hecho, se van formando nuevas generaciones. Por ejemplo, hoy día estaba montando una función de Jodida pero soy tu madre en Viña, y había un papá con un lolo chico, y me ubicaba perfectamente por los videos de YouTube. Hay otras plataformas que han permitido recobrar el pasado. Pipiripao está absolutamente vigente, y los monos animados también. Lamentablemente, ningún canal los programa. Pero por un tema de derechos, yo creo. Pero sí es interesante lo que pasa: ahora, los monos animados solos, sin el contexto de lo vivo, nunca tuvieron el éxito que tuvimos con la continuidad argumentada que hacía Pipiripao. Y ahí agradezco a todos los talentos que pasaron tanto en la realización, los elencos artísticos, los directores, productores, los libretistas y músicos, muy importantes. Un trabajo de equipo. Me veo yo solo, pero detrás mío había muchas voluntades pa’ que esto funcionara. Desde el portero al señor que buscaba las cartas todos los días, el señor que embodegaba, la persona que hacía el aseo cuando los niños iban de público, la gente de maquillaje, producción. Había muchas voluntades, hasta el director del canal.
“Cuando eso dejó de existir, al programa lo mataron los envidiosos”.
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