Hoy me despierto y musito una pequeña oración por ella. Aretha Franklin, de 76 años, está gravemente enferma. Rodeada de familiares y amigos, en Detroit, ellos piden oraciones. Se espera el fin.
La "reina del soul" es de las artistas más influyentes de la música contemporánea: ganó dieciocho premios Grammy, vendió más de 75 millones de discos y fue la primera mujer en ingresar en el Rock and Roll Hall of Fame, en 1987.
La artista fue abandonada por su madre, una cantante de góspel, cuando era niña. Aprendió a tocar el piano por sí sola, aunque su padre, un predicador, quería que tomase clases.
Aretha fue madre muy joven. A sus doce años, nació el primero de sus cuatro hijos. Se ha divorciado en dos ocasiones.
En la década de 1960, se erigió como baluarte femenino del soul. También dejó su impronta como activista: un referente para la liberación femenina y el movimiento racial. Fue la primera mujer negra en aparecer en la portada de la revista Time y, en 2008, fue elegida por Rolling Stone como mejor cantante de todos los tiempos.
Fue diagnosticada de cáncer en 2010 y se le extirpó un tumor en el páncreas. Enfrentó su enfermedad con optimismo y se negó a abandonar la música. De cara al futuro, tenía planes: comprar un club, para presentar otras voces amigas y, "de vez en cuando, yo misma cantar".
Hace dos años, la intérprete de "Respect" y "(You make me feel like) a natural woman", entre varios éxitos, canceló una serie de conciertos por su malogrado estado de salud. Su último show fue en noviembre pasado. Agotada, frágil, deshidratada: así se la vio.
Hoy, en momentos de tanta aflicción, escribo esta columna. Aún resuena de fondo el estribillo de "I say a little prayer for you".