Compadre Moncho se vacunó contra el coronavirus: "Ni se siente"

El icónico actor Adriano Castillo, y concejal en Quinta Normal, se puso su primera dosis de la fórmula contra el Covid-19. Con el pinchazo no sintió dolor, solo alivio y esperanza de que millones de personas también lo hagan. "A pesar de que la mayoría están por vacunarse, hay un sector de antivacunas absurdo que va a mantener el virus vivo, latente", advirtió.

"No puede entrar", me dicen tres enfermeros.

Y quizás tienen razón, supongo que así debe ser. Estoy afuera de la parroquia Nuestra Señora de los Dolores, lugar que está funcionando como centro de vacunación de la comuna de Quinta Normal, en Avenida Carrascal, al lado de la municipalidad.

Adentro está Adriano Castillo Herrera (79), concejal de la comuna, actor y más conocido como "Compadre Moncho", el pícaro personaje que interpretó durante años en la mítica serie de televisión, Los Venegas. Había quedado de acompañarlo cuando se vacunara, pero el protocolo indica que, cada persona que ingresa, solo puede hacerlo con un acompañante, que en este caso es la esposa del actor, la argentina Beatriz Alegret.

Desde afuera, los veo a ambos. El viste elegante, con una camisa celeste y una chaqueta algo más opaca que le hace juego. El teñido de su pelo solo deja al descubierto las canas de sus patillas, por lo que es como si "Compadre Moncho" siempre estuviera intacto, eximido del paso del tiempo.

Mientras espera su turno, Adriano se levanta y se me acerca hasta donde lo permite la reja. Él, sin saber muy bien qué decir, lamenta que las cosas deban ser así, estrictas. Pero también sabe que no es un juego, que hay un virus dando vueltas y que —solo en Chile— le ha quitado la vida a más de 20 mil chilenos en menos de un año.

De repente, un hombre se me acerca y me dice que pase nomás; ante su insistencia, le hago caso. Y tiene razón. Avanzo y es como si me hubiera vuelto invisible para los enfermeros.

Aunque, en realidad, la explicación es más lógica: el "Compadre Moncho" intercedió.

Y es que para Adriano Castillo la vacunación es un proceso que debe difundirse por todos los frentes. De hecho, el 20 de diciembre del 2020, publicó en su cuenta de Twitter la historia de su hermano Juan, que murió 1949 a causa de poliomielitis, cuando aún no existía un método efectivo para prevenir la enfermedad. "Si la vacuna hubiera llegado un poco antes, mi hermano aún estaría vivo", escribió.

https://twitter.com/AdrianoActor/status/1340816184816656396?s=19

Él, que también estudió Química y Farmacia en la Universidad de Chile, aseguró que "por mi formación científica y por mi historia familiar, sé cuán importantes son las vacunas. Y agregó: "Por lo mismo, no voy a dejar un segundo de promocionarlas".

El concejal espera

Ya adentro, me encuentro con él y su pareja, Beatríz. A los pocos segundos aparece la mujer a cargo del proceso de vacunación en el lugar y propone ir hasta al Cesfam Lo Franco, que se encuentra a solo unos pasos de esta parroquia, en Avenida Carrascal, junto a la municipalidad de la comuna. Al parecer, ahí hay menos gente y, según entiendo, permitirá tomar mejores fotos (oficio que está lejos de ser mi especialidad).

Al llegar, Adriano no se siente cómodo. Aunque efectivamente hay menos gente, el espacio es mucho menor, la gente transita por los pasillos y el aire da vueltas en círculos, una y otra vez. Está algo oscuro y, en tiempos de distancia física, despierta una especie de claustrofobia. Él decide volver al patio de la parroquia:

—Vamos a ir pa allá —dice—. Acá está muy encerrado.

Su esposa Beatríz decide quedarse ahí. A pesar de que ella solo lo acompaña, le ofrecieron ponerse una dosis de la vacuna china Coronavac, ya que no hay demasiados pacientes en el recinto. "A nosotros lo que nos interesa es que se vacune la mayor cantidad de personas", dijo el ministro Enrique Paris hace unos días. "Establecimos el calendario para evitar aglomeraciones".

Sigo al reconocido actor y, a medio camino, un viejo sonriente, de enormes ojos verdes y mirada infantil, lo saluda y estira su puño para chocarlo amistosamente con el de Adriano, que luego le pregunta si ya se vacunó.

Ya de vuelta en el patio de la parroquia, la gente espera sentada. Una señora se abanica, mientras otras intercambian una que otra palabra con sus respectivos acompañantes. Pero son apenas unos murmullos, porque lo que domina es el silencio, como si todo el proceso tuviera algo de sagrado, o solamente sea el calor del mediodía el que aletarga a los presentes... o quizá sea uno poco de las dos.

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Al fondo, Adriano esperando con su número con 14[/caption]

Adriano tiene el número 14 en la lista de espera, y van en el 10. Aprovecha que ve una silla vacía, se sienta y luego da rítmicos golpecitos a sus piernas en un gesto que pareciera mezclar el entusiasmo con cierta ansiedad.

Pero a los pocos segundos se levanta, porque llega una viejita. Otra mujer más joven le ofrece su silla al actor de 79 años.

—No, mijita —responde él agradecido.

Mientras, la anciana que se acaba de sentar, se da vuelta y le habla al concejal sobre las actividades que el municipio de Quinta Normal organizaba para los vecinos de la tercera edad antes de la pandemia:

—Lo pasamos chancho con los paseos —recuerda ella.

Adriano se ríe y, poco antes, de pasar a la sala de vacunación, le responde:

—Ya volverán.

"Ponte la weá"

Tras ser guiado a un patio más pequeño, afuera de la sala donde están vacunando, Adriano aguarda su turno. En los instantes previos a ser vacunado, dice tener una gran "sensación de alivio", y argumenta que "es sabido que las vacunas impiden que tú te enfermes, por lo tanto, vacunarse significa impedir una enfermedad grave".

—Estoy muy aliviado de estar con todos los muchachos de 80 años —dice—… Además, cumplo con un deber de salud pública, porque, si yo me cuido, cuido a mucha gente, a mi alrededor.

Con la llegada de la pandemia, Adriano siente que le quedó pendiente trabajar. Porque todo se congeló un poco: "El trabajo para nosotros, los actores y artistas, se interrumpió profundamente", dice. "Es decir, hay compañeros míos que no han trabajado hace un año". Él ha "tenido la fortuna" de hacer algunos videos, locuciones y, por supuesto, continuar en su cargo como concejal en Quinta Normal. "Pero hay mucha gente que no ha podido hacer nada".

—Lamentablemente el Gobierno no se ha preocupado de nada de los artistas —comenta—. Los artistas son como unos seres que viven en el aire parece.

Aunque sí le reconoce a La Moneda todo lo que está ocurriendo con el proceso de inmunización que, al final de la jornada, superará el millón de vacunados en solo una semana: "Lo han hecho muy bien".

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Ya en la fila afuera de la sala de vacunación[/caption]

Mientras habla, recibe una llamada de su hijo, contesta, le dice que está a punto de vacunarse. Después cuelga.

Como dicta el protocolo, entre otros recién vacunados (casi todos ancianos), una señora espera sentada luego de recibir su primera dosis. La acompaña un hombre joven que, para hablarle a quien podría ser su mamá o su abuela, se corre la mascarilla, dejando su boca y nariz al descubierto. Castillo se percata de la escena y, desde la distancia, le dice:

—Ponte la weá.

Para Playboy

—En estas cosas lo único que se aprende es que debemos ser más solidarios; la salud pública depende de la capacidad de solidaridad de todos nosotros —comenta minutos antes de entrar a la sala de vacunación—. A pesar de que la mayoría están por vacunarse, hay un sector de antivacunas absurdo que va a mantener el virus vivo, latente.

También recuerda los tiempos en que estudió en la Universidad de Chile: "Me interesé tanto en el teatro que tuve que elegir: era químico farmacéutico o actor", cuenta. "Y elegí ser actor, de manera muy irresponsable, porque como farmacéutico me habría ido mucho mejor".

—¿Sí?

—¡Seee!

—Quizás ahora lo estarían entrevistando como experto durante la pandemia.

—Yo creo que estaría en el Instituto de Salud Pública (ISP) —especula, entre broma y en serio—... Como siempre he estado metido en política, quizás estaría metido en algún ministerio...

Pero se detiene.

Es el turno de Adriano, que entra a la sala con apuro. De inmediato se quita la chaqueta y la mitad de la camisa, dejando todo su brazo descubierto y gran parte de su torso. Me piden que tome fotos y una de las enfermeras comenta que "va a parecer que es para Playboy". Sus compañeras se ríen.

Al lado de él, un viejo se sienta, también para recibir su primera dosis. La enfermera le pregunta si es alérgico a algún remedio. "A la penicilina", le dice y cuenta que una vez le pusieron y casi terminó muerto.

Mientras tanto, el pinchazo para "Compadre Moncho" es tan fugaz que, por un momento, pareciera que toda la espera no tuvo sentido.

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"Compadre Moncho" justo después de ser vacunado[/caption]

¿Le dolió?

Ni siquiera sintió el pinchazo. "En estas cuestiones se necesita seguridad", comenta. "Cuando las enfermeras adquieren seguridad en esto, ni se siente". También recomienda estar relajado al momento de enfrentarse a la aguja, "porque si te poní duro, ahí te va a doler".

Sentado, Adriano, espera en el patio que pasen los quince minutos post-vacuna. Un médico recorre el lugar preguntando a los inmunizados: "¿Cómo se siente?".

Mientras espera, conversa. Como Premio Nacional del Humor en 2019, el intérprete de "Compadre Moncho" piensa que esa característica de causar gracia no se le ha visto perjudicada con la pandemia. "En general he tenido una vida relajada desde muy joven", dice. "Claro que cuando hay que preocuparse, hay que hacerlo". Pero en general no le da a los problemas más importancia de la que tienen.

—El humor es fundamental para poder sobrellevar estas situaciones tan difíciles —comenta—. No hay nada que distienda más, que alivie más, que reírse un rato.

—¿Y qué cosas le afectan?

—Lo que me afecta es la torpeza, me afecta fundamentalmente. La gente está reaccionando muy mal frente a todo, sin razonar, sin siquiera ponerse a pensar un minuto: va, toma una posición frente a un hecho y actúa. Eso lo he visto mucho en la pandemia

—¿Lo dice por las redes sociales?

—De eso ni hablemos. Las redes sociales son el basurero donde todos vomitan, hacen tus necesidades, se esconden detrás de un nombre y dicen de todo a todo el mundo. Antes de la pandemia era igual, aunque ahora se ha exacerbado.

—¿Por qué lo cree?

—Porque la gente está más alterada. Estar encerrado y el hacinamiento ponen nerviosa a la gente. Además que, por el asunto del trabajo, en que si no puedes trabajar, no puedes llevar dinero a tu hogar, no puedes mantener a tu familia, te pones absolutamente fuera de sí. Y resulta que hay mucho compatriota en esa situación. La gente está más nerviosa e inquieta por toda esta cuestión.

El tiempo de espera pasó, Adriano ya puede irse a su casa.

"No pierdo el tiempo pensando en lo inevitable"

Mientras lo acompaño a reencontrarse con Beatriz, que sigue en el Cesfam vecino, el actor y concejal dice que no piensa en la muerte, a pesar de que el Covid-19 se haya convertido en una de las principales causas de muerte durante el 2020 en Chile.

Una señora recién vacunada se despide del concejal. Él le dice chao con la mano y le responde:

—Sigue cuidándote, no pienses que porque te pusieron esto vas a poder… No, falta mucho todavía.

Ella se ríe y le dice que sí.

"Yo no pierdo el tiempo pensando en lo inevitable", retoma lo que decía. "De las cosas que no puedo manejar, no me preocupo".

—Hola, caballero, qué gusto de verlo —le dice una señora en la calle.

Ya llegando al Cesfam, otra mujer le habla y apunta hacia un peldaño que hay en la entrada. "Te puedes enredar y caer", previene al actor. Él le agradece. Ella lo cuida. Luego, mientras Adriano espera a Beatriz dentro del consultorio, se toma fotos con una doctora y una enfermera de 24 años.

—Mi mamá es fanática de Los Venegas —le dice esta última.

—Tú eras muy chica —le responde él, hablando sobre la serie que se transmitió entre 1989 y 2011 en TVN.

—Pero igual me acuerdo —le contesta ella—. Mi mamá almorzaba y veía Los Venegas.

Y, en cierto sentido, lo que ella dice me resuena, tal vez porque tenemos la misma edad. Pero no. Porque creo que yo también me acuerdo. Cuando era chico, si me enfermaba y no podía ir al colegio, lo único que podía hacer era ver tele todo el día. Y llegaba un momento del día, después de almuerzo, en que los canales de televisión abierta daban puras teleseries brasileñas o venezolanas. Ante ese panorama, ponía Los Venegas. Las veces que los veía, lo hacía con cierta extrañeza, como si fuera algo que no estuviera dirigido a mí, que no me correspondía, porque, si no hubiera sido porque estaba con bronquitis o amigdalitis, habría estado haciendo otra cosa.

Tengo recuerdos, quizás algo deformes, de escenarios rudimentarios, solo con lo esencial para representar una cocina, un patio o una sala de estar. Y de los personajes, poco tengo en mente. Lo único que tengo en la memoria —quizás porque resulta un poco inevitable— son esos rulos oscuros, esas patillas blancas y esa barba de candado de "Compadre Moncho".

Y mientras pienso en eso, él se despide de la doctora y de la enfermera. Y luego me dice chao a mí y busca el taxi que conduce quien también es su secretario. Y pienso que han pasado más de diez años desde ese entonces, que ahora el mundo es tan distinto y que enfrenta una pandemia, que "Compadre Moncho" se vacunó y que, de alguna forma, una parte del pasado pareciera estar haciéndose un espacio en lo que venga, en el futuro. Y no sé por qué eso me da cierta tranquilidad.

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