El comediante venezolano comenzó su presentación con el apoyo del público, pero la falta de remates, su nerviosismo y su enfrentamiento con la audiencia lo llevaron a un descalabro total. Ni los animadores pudieron salvar un show marcado por su deseo de catalogar a sus detractores como los malos.
Dos minutos y 45 segundos. Ese fue el tiempo de la corta luna de miel que transcurrió desde que George Harris fue presentado en medio de una gran ovación, cortesía de la masiva presencia de venezolanos, hasta que se escuchó el primer silbido del Monstruo durante su presentación en el Festival de Viña del Mar.
Aunque pueda parecer poco tiempo, la recepción negativa comenzó a incrementarse por un solo factor: la absoluta ausencia de remates en los relatos de comedia que Harris presentó sobre el escenario de la Quinta Vergara.
Obviamente el humor es subjetivo; lo que es gracioso para alguien puede no serlo para otro. No obstante, la presentación del comediante estuvo ciertamente marcada por el paulatino refuerzo de su nerviosismo y los silencios que se fueron generando ante las pifias, que poco a poco comenzaron a intensificarse. Eso contribuyó a la crónica de un fracaso que ya se anunciaba en esos primeros minutos.
Su problema también se agravó por su propia decisión de dividir a la audiencia.
Tras recibir apoyo desde la galería, el propio Harris marcó aún más la separación de aguas al convocar una “batalla de baile” entre quienes lo respaldaban —en su mayoría venezolanos— y aquellos que ya no querían escucharlo.
Y a esa altura del partido, ya se estaba lanzando en picada de cabeza contra un muro de concreto que no sonreía.
Cinco minutos después del inicio, y en medio de una historia sobre los smartphones y la tecnología, el silencio reinaba en la Quinta Vergara, pues hay que remarcar que el público realmente le dio más de una oportunidad.
Sin embargo, ante el regreso de los silbidos por la falta de chistes, el comediante venezolano cometió su mayor error: enfrentarse a la audiencia. Y no lo hizo tranquilamente, sino que cuestionándola e incluso invitándola a retirarse si no les gustaba su espectáculo.
Molesto y visiblemente afectado, a partir de ahí Harris afirmó que quienes lo pifiaban “no tenían vida”. También insistió en dividir a la audiencia: “Aquí hay un monstruo”, dijo señalando la parte baja de la Quinta Vergara, “pero allá rugen”, agregó, dirigiéndose a la galería llena de sus compatriotas. Claramente, el apoyo venezolano ya no bastaba.
Fue toda esa dinámica la que terminó por desestabilizar su presentación. Harris tenía todo a su favor para triunfar: su nombre fue ovacionado e incluso coreado en sus primeros segundos sobre el escenario. Sin embargo, su desempeño y el guion elegido simplemente no fueron los adecuados.
Como bien postuló alguna vez un legendario titular: George Harris corrió solo y salió segundo. Tenía todo para ganar, la carrera parecía arreglada con tanta bandera a su favor, pero su objetivo salió para atrás.
A grandes rasgos, fue víctima de su nerviosismo, de la postura altanera que adoptó hacia la audiencia y, sobre todo, de un pésimo guion carente de remates.

Por eso a nadie le sorprendió que, diez minutos después del inicio, y sin haber contado todavía un solo chiste que generase carcajadas generalizadas, Harris ya estaba totalmente descompuesto.
Pese a sus intentos por continuar y a que el público le diera otra oportunidad antes de la primera intervención de los animadores, las pifias solo se intensificaron y el fracaso se desató ante la evidente inestabilidad del comediante.
“Para pelear hacen falta dos; yo no quiero pelear, yo quiero amarlos”, dijo, luego de haber hecho precisamente lo contrario.
En ese sentido, el propio Harris contribuyó a que lo único memorable de su presentación fuese su enfrentamiento con el público. Veinte minutos después del inicio, y pese a que aún conservaba el apoyo de un sector de la audiencia que se negaba a que se retirara del escenario, la primera intervención de los animadores tampoco logró revertir la situación.
En su penúltima oportunidad sobre el escenario, intentó contar historias sobre las diferencias entre chilenos y venezolanos en relación con los sismos, pero sin éxito. Y luego pasaron exactamente cinco minutos más hasta que volvió a pelear con la audiencia, sepultando definitivamente su espectáculo.
“Aquí, en tu país, con todo lo que te da rabia, llené el Movistar. ¡Cállate!”, sentenció, antes de lanzar insultos burdos e invitar a sus críticos a masturbarse para “reconectarse con la vida”. Y claramente el acto de onanismo sería mucho más satisfactorio que su show.
Todo, absolutamente todo lo que vino después, fue un tortuoso alargue sin sentido, y más encima mal manejado por los animadores, quienes le dieron otra oportunidad adicional cuando aquello ya no tenía razón de ser.
Si bien otros humoristas en el pasado recurrieron al llanto para solventar su conexión con el Monstruo, George Harris intentó hacerlo con canciones y una serie de dinámicas que no tuvieron gracia alguna.
Pero lo claro es que Harris ya había desperdiciado cada oportunidad que tuvo a la mano. Pese a tener, desde el primer segundo, una audiencia favorable, su propio desempeño lo sepultó. “Qué lástima que ganen los malos siempre”, llegó a decir sobre la Quinta Vergara en una noche que ya estaba perdida.
Harris, sin más recursos ni respaldo suficiente, terminó abandonando el escenario sin gloria ni reconocimiento. Su presentación en Viña del Mar no será recordada por sus chistes, sino por el incómodo espectáculo de un comediante que, en lugar de adaptarse, decidió enfrentar a su público y terminó perdiendo solo la batalla.