“El gran vuelo terrible” ya disponible disponible en tiendas.
En su libro El gran vuelo terrible -ya disponible en tiendas-, la periodista Tania Tamayo se adentra en el accidente del avión CASA C-212 en 2011 y en la personalidad de Felipe Camiroaga.
En uno de los extractos, publicado por Culto, se da cuenta de estos y otros detalles.
“A sus cuarenta y cuatro años, Camiroaga se había encariñado con los paisajes salvajes y con cada uno de los animales que allí habitan, al nivel de adaptar su vida a ello. Le fascinaban los chimpancés y los caballos; las gallinas y los halcones. Su pasión era la naturaleza. De manera coincidente, otro de sus sueños era buscar el tesoro mítico de la isla Juan Fernández. Había ido en su juventud con su amigo Juan Griffin para hacer negocios”, se relata.
Luego, se detalla que “las vueltas de la vida hicieron que fuera el padre de Juan, Carlos Griffin, quien vendiera los aviones Casa a la FACh, además de otras aeronaves que proveyó a las Fuerzas Armadas”.
En la publicación, el pescador artesanal Maximiliano Recabarren, cuenta que “Felipe era muy cariñoso y de jovencito era un comerciante, venía con el Juan y se quedaban en la hostería El Pangal, después salían y compraban una tracalá de langostas para llevar al continente. Nunca perdió la simpatía, era muy de piel, incluso después, cuando era famoso”.
“A veces llegaba al aeródromo y me gritaba ‘Nano, te queremos’, y yo me moría de la risa. Cuando desapareció lloré como un cabro chico. Lloré mucho. Siempre estaba preocupado de nosotros, que cómo estábamos, si necesitábamos algo”, agrega.
El recuerdo de Camiroaga
En el libro, la autora plantea: “Dicen que tenía un alma libre, una personalidad destartalada y poco vanidosa. Que era mal lector. Que no estudiaba los libretos de los programas de televisión porque sentía que bastaba con su personalidad encantadora. No obstante, el 7 de julio de 2011 tuiteó, como un presagio, el poema Mortal de Gonzalo Rojas: ‘Del aire soy, del aire, como todo mortal, del gran vuelo terrible y estoy aquí de paso a las estrellas’”.
Uno de sus mejores amigos, el periodista Gonzalo Ramírez, aportó su testimonio a la publicación: “No era un gallo culto o sofisticado, y él lo sabía. No se las daba de nada. Lo suyo era otra cosa: era gracioso y tenía mucho talento. Era generoso. De hecho, se vestía de acuerdo con la ocasión, no tenía estilo. Si se juntaba con gente más cuica, se vestía con chalequito, o con un pañuelo, pero si estaba en el campo, se ponía sombrero de huaso y botas de agua. Nos invitaba a comer y el refrigerador estaba pelado, no tenía fideos en la despensa, qué sé yo. Sus autos se quedaban en pana, sin bencina, como un niño. Prefería andar a caballo, o perseguir a su halcón cuando volaba más de la cuenta, que ir a eventos elegantes”.
Revisa más detalles del libro.