El domingo, a sus 96 años, falleció la talentosísima bailarina y viuda de Víctor Jara, con quien compartió una historia de amor como pocas. Se conocieron como profesora y alumno, fueron amigos y luego, haciéndole frente a todo, especialmente inseguridades, formaron su propia familia. El resto, a continuación.
Aunque Joan Turner caminó nuestros suelos por vez primera a mediados de 1954, el kilómetro cero de este relato, es decir el punto de encuentro entre la talentosa bailarina inglesa y Chile, se remonta a un par de años atrás, cuando conoció al coreógrafo, bailarín y actor nacional Patricio Bunster. Ella, que con veintipocos ya podía ufanarse de sus estudios en la Escuela de Danza de Sigurd Leeder y haber recorrido buena parte de Europa junto al Ballets Jooss, contrajo matrimonio con Bunster en octubre de 1953, y unos meses después, enamorada, decidió abandonar todo eso para radicarse en Santiago junto a su amado.
Aquí, de todos modos, se le abrieron las puertas con relativa sencillez. En principio como bailarina y coreógrafa en el Ballet Nacional Chileno, y más tarde como docente en las escuelas de Danza y Teatro de la Universidad de Chile.
Allí conoció a un tal Víctor Jara.
Luego referente de la nueva canción chilena, Jara por esos años cursaba el segundo año de teatro y fue alumno de Turner en la cátedra de expresión corporal que ella impartía. Desde ya, era posible advertir sus cualidades en el aula.
Lo que nadie sospechaba, y claro, ellos —apenas profesora y alumno— mucho menos, es que el tiempo los uniría de otro modo.
A fines de la década de los cincuenta, asomaron las primeras grietas en la relación que sostenían Joan Turner y Patricio Bunster. Ambos identificaron que ya no era como antes, y por si fuera poco, el destacado coreógrafo se enamoró de otra mujer. Otra bailarina, más joven. Eso, en resumen, derivó en su separación, aun cuando prácticamente al mismo tiempo, la inglesa se enteró de que había quedado embarazada. Para el nacimiento de Manuela, en 1960, Turner y Bunster ya no estaban juntos.
Pero el quiebre matrimonial abrió otra puerta. Una inesperada, por decir lo menos: cuando Joan dio a luz a su primera hija, uno de sus visitantes en el hospital fue Víctor Jara.
Turner, en todo caso, ni siquiera pensaba en él como un pretendiente. Lo vio como un lindo gesto pero poco más. En ese instante, sus preocupaciones eran otras. Separada, con una hija recién nacida y del otro lado del charco, llegó a sentirse “como una intrusa inútil y no deseada en Chile”. Sinceró en su libro Víctor, un canto inconcluso (1983), que sin embargo, “había pasado mucho tiempo allí y muchos de mis vínculos con Inglaterra estaban cortados”. Volver a casa no parecía una alternativa viable.
Pero cuando las cosas se estaban poniendo feas, de nuevo apareció él.
Algo más que un alumno
Recordaba Joan en el texto que “una monótona tarde de mi larga convalecencia” llamaron a la puerta de su departamento. No esperaba a ninguna visita, así que con cierta extrañeza abrió la puerta y se asomó. Su asombro fue todavía mayor cuando, del otro lado, “me encontré ante una ancha sonrisa de dientes blancos que me saludaba desde el pasillo”. Víctor Jara la esperaba “con un ramito de flores que sostenía ante sí como un escudo”. El músico entró por algunos minutos y se pusieron al día. Ella describió ese momento como “una conversación breve”, pero que “me hizo sentir un poco menos desesperada durante un rato”. Sin saberlo entonces, Jara de a poco se acercaba a su corazón.
Pero todavía faltaba un tiempo para concretar esa improbable relación.
Antes, por ejemplo, sucedió otro encuentro inesperado. La bailarina inglesa, impulsada por sus amigas que querían verla mejor, fue invitada a una cena especial que ameritaba cierta preparación, de modo que se propuso comprar alguna prenda llamativa. Compró un vestido pero antes de emprender rumbo a la cita, quería una segunda opinión y pasó por el café Sao Paulo, ubicado en el centro. La excusa era que allí casi siempre encontraba alguna cara conocida: sus conocidos frecuentaban el local. Pero en esta ocasión no estaba ninguno de ellos, sino que Víctor Jara.
El cantautor intentó tomar la iniciativa firmemente, y cuando ella le comunicó que tenía una salida programada, intentó convencerla de salir con él en desmedro de esa “cena elegante”.
“Me dio risa la invitación”, admitió Joan en su libro. “El hecho de estar recién descasada me hacía sentir desnuda e indefensa, por lo que me mostré muy poco amable”.
El “problema” es que, a partir de ese episodio, “Víctor comenzó a invadir mis pensamientos”. La exprofesora de Jara retrocedía hasta su visita en la clínica, el ramo de flores, la sonrisa que le dedicaba cada vez que se encontraban por la calle. “Parecía muy amable y alguien con quien era fácil conversar, pero no lo tomé en serio”. Sólo lo percibía como un estudiante virtuoso, de una generación más joven, mientras ella se sentía “una vieja de 30 años, con un matrimonio fracasado y una carrera a mis espaldas”.
Esa imagen comenzó a cambiar una vez asistieron a la Feria de Artes Plásticas, que se realizaba a orillas del río Mapocho. Era noviembre y Jara le había insistido en volver a verse. En el evento, que reunía a los artistas plásticos más reputados del país, se lo pasaron bien. Compartieron con Violeta Parra y quedaron encantados con varias exhibiciones. Pero lo importante para este relato es lo que vino después: caminando por el Parque Forestal, el alumno se atrevió a agarrar de la mano a su maestra.
Al poco andar decidieron intentarlo, aun cuando ella reconoció que los primeros pasajes no fueron nada sencillos. La explicación, claro, estaba en su reciente quiebre. Joan quedó muy herida luego de separarse de Patricio Bunster y batallaba a diario contra sus propias inseguridades. Pero Víctor, quien le confesó que nunca había amado a nadie de esa manera, esperó pacientemente hasta que ella estuviera plenamente convencida.
Cuando lo sintió así, inclusive la presentó a su círculo íntimo y le abrió las puertas de su mundo. Para ella eso supuso una muestra de amor crucial para la relación.
Un amor increíble
Quizás la primera dificultad que debieron sortear ambos llegó un poco después, cuando en mayo de 1961 el músico nacional se desplazó hasta Europa como parte de una gira en su labor de director del conjunto folclórico Cuncumén. La inglesa, pese a que confiaba ciegamente en la honestidad de su amado, pasó momentos de angustia. Pero, por suerte, Jara pudo mitigarlos con cada carta que le hizo llegar durante esos cuatro meses fuera de casa.
Una de ellas, enviada el 28 de septiembre, resume todo:
“Soy el hombre más feliz del mundo en este momento, pues siendo hoy mi cumpleaños he recibido tu precioso regalo de cuatro cartas y dos maravillosas fotos donde están dos seres que amo tanto; tú, vida mía, y Manuelita”.
(...)
“A ti te quiero, y conociéndote así tal cual eres con todas tus virtudes y defectos, he aprendido a quererte mucho más todavía. No creas que me he cegado, no creas que te tengo en un pedestal. Yo quiero mucho más con el corazón que con la cabeza y si estás tan dentro de mí es porque, así como eres, eres todo para mí”.
“Yo creo que el amor es esa mutua comprensión que existe entre dos seres humanos y ese ‘algo’ que ayuda a vivir el uno para el otro”.
Cuando Víctor Jara regresó los últimos días de octubre, de inmediato le enseñó a Joan una canción que compuso durante su periplo por el Viejo Continente. Respondía, de cierto modo, a lo que venía anunciándole en sus cartas desde hace tiempo: que esa experiencia con otras culturas le permitieron descubrir la trascendencia de comunicar y la responsabilidad de hacerlo a través de la música. Por cierto, esa canción era “Paloma quiero contarte”.
En definitiva, Víctor y Joan a partir de entonces llevaron adelante una hermosa relación, que más tarde tuvo como fruto el nacimiento de una segunda hija, Amanda.
El quiebre, sabemos todos, por factores externos, comenzó a fraguarse con el Golpe de Estado que inició la Dictadura militar en Chile el 11 de septiembre de 1973. Víctor falleció cinco días más tarde. Lo acribillaron. Los vecinos de la población Santa Olga lo hallaron tres días después, el 19 de septiembre, con cuarenta y cuatro impactos de bala repartidos en su cuerpo.
Joan se fue con sus hijas a Gran Bretaña y regresó recién a mediados de los ochenta. En 1993 creó la Fundación Víctor Jara, encargada de divulgar el legado del histórico cantautor.
Nunca dejó de luchar por esclarecer la verdad detrás de la muerte de su amado.
Joan Jara falleció el pasado domingo a los 96 años.
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