"Veintiún años ya de su deceso. Diana, eterna: la princesa de corazones que nunca reinó. La princesa del pueblo, siempre viva gracias a la devoción a raudales que le profesan multitudes", dice Carlos Tejos.
Veintiún años ya de su deceso. Diana, eterna: la princesa de corazones que nunca reinó. La princesa del pueblo, siempre viva gracias a la devoción a raudales que le profesan multitudes.
Diana Spencer vistió a la monarquía británica con aires de modernización. Fue toda una celebridad: su atractivo personal -bella, dulce, asequible- y su entrega a las labores humanitarias abonaron la construcción del mito, la leyenda.
Lady Di tenía 36 años aquella noche, la del 31 de agosto de 1997, en la que murió junto a Dodi Al-Fayed, su novio. Trevor Rees-Jones, el guardaespaldas, único sobreviviente. Henri Paul, pasado de copas y antidepresivos, conducía el fatídico Mercedes S-280 y también perdió la vida en el parisino puente del Alma.
La princesa de Gales llegó con vida al hospital. Horas después, falleció, llevándose una historia de carencias afectivas, desórdenes alimenticios, infidelidades y tristezas. El trágico accidente también le arrebató lo que perseguía: la felicidad junto a sus hijos y rehacer su vida tras conseguir el divorcio en 1996.
Ninguna investigación judicial probó las hipótesis de conspiración. Veredicto final: accidente causado por exceso de velocidad y estado de embriaguez del conductor. No obstante, el padre de Dodi, el egipcio Mohammed Al-Fayed, no se cansa de sostener que fue provocado: la Corona no aceptaba que Diana, madre del futuro rey, le diera un hermano musulmán. Su cuerpo fue rápidamente embalsamado, poniendo lápida a la verdad.
La vida prosiguió tras esta muerte que remeció a la Casa Windsor: el príncipe Carlos se casó con Camila Parker (hoy, Camila de Cornualles), sus hijos, William y Harry, también lo hicieron -y con plebeyas, Kate y Meghan- y ya tiene tres nietos. Ella, Lady Di, siempre joven, los observa y les sonríe desde la inmensidad del recuerdo.