El Hombre Láser contra el Monstruo: historia del show más bizarro que ofreció el Festival de Viña

Con más pifias que otra cosa, el ilusionista francés se presentó hace veinte años.

Debía ser un número colmado de “magia, música y rayos láser”, pero es más recordado —los pocos que lo recuerdan— por los silbidos que lo acompañaron en todo momento. Sin pena ni gloria, el francés Theo Dari —que venía precedido por varias presentaciones en Europa— mete podio seguro entre las actuaciones más insólitas de Viña.

Al ingresar en la primera pestaña de su sitio web, about, aguarda a lo largo, imponente, una ineludible imagen de él, el comandante, terneado, con la mirada al frente, ensayando una leve mueca, palmas abiertas atravesadas por dos rayos láser de color verde. Alrededor, otros seis tipos con idéntica expresión, cruzados por los mismos destellos.

Inmediatamente debajo, una breve reseña —”De la magia con luz a la manipulación láser, de la detección de movimiento a los juegos interactivos, sus creaciones son experiencias artísticas únicas entre arte y tecnología, entre efectos visuales únicos y sueños tecnológicos”— y, a continuación, una línea de tiempo que recorre su historia en cinco hitos: dice que en 1997 decidió “crear magia con luz”; en 2003 “la nueva evolución del número lo impulsa a la escena internacional”; que 2005 es cuando edifica la empresa Lasermen; para 2011 “empieza a crear espectáculos y aplicaciones especiales para otros artistas”, y en 2014 desarrolla la tecnología LAARISTM “ofreciendo una serie de espectáculos y juegos interactivos con láser”.

Si seguimos en la tarea de scrollear, ocho imágenes llenas de atuendos excéntricos y colores preceden las cifras: 3.245 espectáculos presentados alrededor del mundo, 48 artistas formados, 126 shows personalizados, +63 millones de telespectadores en todo el mundo y 84 países en los que performaron. Chile, aunque de seguro alguno puede no recordarlo, uno de ellos.

Theo Dari en acción.

Todo este preámbulo es para introducir y en algún modo recordar a Theo Dari, encargado de presentarse en la jornada inaugural de Viña 2004.

“El hombre láser”, como lo introdujo Antonio Vodanovic esa noche del miércoles 18 de febrero, gozaba entonces de una modesta fama. Nacido en la comuna francesa de Dax 44 años antes, se formó como artista visual e ilusionista y configuró, a finales de los noventas, una exhibición que puso a prueba en la conferencia anual de la ILDA y en el prestigioso Monte-Carlo Magic Stars, dato que manejaba el presentador. “Se presentó en Mónaco, en el Festival de Magia, y obtuvo el primer lugar”, alimentó la expectativa.

En tanto Myriam Hernández dijo: “Vamos a invitarlos a vivir un momento de magia, de rom… de música —se corrigió a tiempo—, de rayos láser y en tercera dimensión”.

Pero la Quinta Vergara, el Monstruo de la Ciudad Jardín, ciertamente no era su público objetivo.

En breve, las luces del recinto se apagaron y en el centro del escenario apareció el francés, entre luces verdes y celestes, manipulando los láseres como si se trataran de materia sólida. Una reseña escrita en Mouse, además de que clasifica la actuación como uno de “los grandes fiascos del Festival”, sugiere que Dari se la pasó “haciendo una especie de yoyó con las luces”, “en medio de sonidos que recordaban los sables láser de una película de homenaje de Star Wars de bajo presupuesto”.

Ansiosos de música, en un miércoles que prometía el romanticismo de Cristian Castro, Soraya y Umberto Tozzi, una cuota de humor de Sandy y un cierre a puro baile con La Sonora de Tommy Rey, enseguida el público expresó su descontento en clave de pifias.

Con más o menos intensidad, ésa fue la incómoda orquesta que acompañó de manera ininterrumpida los poco menos de ocho minutos que el ilusionista francés permaneció arriba del escenario.

A modo de anécdota, cuando Theo Dari se despedía entre tímidos aplausos, más de buena crianza que otra cosa, Vodanovic, sin siquiera mirarlo, agradeció “a la embajada de Francia” por “el patrocinio de este número”.

Una rareza más a la lista del certamen, en resumen.

Tal vez otra muestra de que Viña no era su lugar, es que de ahí en más la carrera del francés despegó. Abrió su propia empresa —Lasermen, la llamó—, entrenó a un nutrido número de artistas, se dejó ver en famosos programas locales, como La France à un incroyable Talent o The Best: Le Meilleur Artiste —llegó a instancias decisivas en ambos— y ganó otro premio de la ILDA en Las Vegas. Colaboró con el célebre Criss Angel y también con Arthuro Brachetti, maestro mundial de la metamorfosis.

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